España pasó en unas pocas décadas del furgón de cola a la vanguardia en el reconocimiento de derechos al colectivo LGTB. No fue un cambio fácil ni gratuito; cuando en 2005 se aprobó la ley que habilitaba el matrimonio de personas del mismo sexo, se estaba de alguna forma poniendo la guinda al trabajo de unos activistas muy valiosos. Gente como Pedro Zerolo o Carla Antonelli entendieron que si de verdad se querían cambiar las cosas había que llegar hasta la cocina del sistema, entrometerse en la sala de máquinas. Pasaron a la acción política y, con la ayuda de un gobierno receptivo, parieron esa norma pionera. El resto es bien conocido: en un acto de doble moral desfachatada, el PP la recurrió ante la justicia a pesar de que sus cargos públicos bien que hacían uso de ella en bodas a las que acudía hasta Mariano Rajoy. También llegaron algunas críticas del exterior. Al final las aguas se amansaron y muchos otros países siguieron el ejemplo español. Es difícil evaluar el impacto de una norma tan importante, pero no se ciñe al número de enlaces. A veces las leyes ayudan a cambiar mentalidades. Y esta es una de ellas.