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Astronomía

El Roque Nublo, testigo del baile entre el sol y la luna

El eclipse de sol total se deja ver en Gran Canaria

No hay un mecanismo más perfecto que la naturaleza. Ayer, puntuales, como en cada punto y aparte de todos los ciclos de saros -un periodo exacto de 223 lunas (con sus 6585,32 días; o lo que es lo mismo 18 años y 11 días) que los guanches tenían bajo control sin necesidad de relojes de cuerda-, el sol y la luna cruzaron sus trayectorias en el firmamento para dar forma a un eclipse solar total. El fenómeno -el evento astronómico de 2017- se dejó ver, de lleno, en Norteamérica: una oscuridad mágica, sin que Donald Trump tuviera algo que ver esta vez en el suceso, recorrió Estados Unidos de Oeste a Este. Pero también fue perceptible en otros lugares del Atlántico, entre ellos Canarias.

A las 19.51 horas, en Gran Canaria, con la calima empeñada en ejercer como el vigésimocuarto filtro de Instragram, el sol recibió la primera mordida del eclipse con el Roque Nublo como testigo. En la parte baja de la esfera solar, a la derecha, la luna se asomó para sombrear el centro de nuestro sistema planetario. La mancha disparó los comentarios en la Cumbre y dio sentido a la espera: en el Pico de las Nieves, en el punto más alto de la Isla, una hora antes la gente se lanzaba a ocupar los mejores sitios del mirador con la misma determinación con la que Marc Gasol ocupa las dos zonas en un partido de baloncesto para pelear un rebote.

El paraje, tan lejos de las aglomeraciones urbanitas, se convirtió en algo parecido a una calle de cualquier ciudad en un momento de hora punta. Por allí, como si aquel reducido punto de la geografía grancanaria fuera el número 13 de la Rue del Percebe, desfilaron personajes de todo tipo de pelaje. Estaba el profesional en plena jornada laboral -fotógrafos de periódicos y agencias-, el aficionado equipado como el mejor de los profesionales, el amante escrupuloso de la astronomía, una pareja de turistas peninsulares despistados, una veintena de alemanes cargados de champán para brindar y una familia numerosa provista de bocatas de salami y dos coches equipados con dos buenos equipos de sonido para anunciar, a ritmo de reguetón, su llegada al lugar.

Con dos cámaras digitales, plantadas con sumo cuidado sobre el firme, un vecino de Breña Alta (La Palma) que había pasado las tres noches anteriores en el Roque de los Muchachos empeñado en capturar la Vía Láctea a través de su obturador, disfrutó del acontecimiento como un profesional. Fue el primero que alcanzó el Pico de las Nieves y, entre gritos de "¡Johnny, cómete el bocata!", "¡Johnny, ponte las gafas de sol!" y "¡Johnny, no te pongas ahí que te vas a riscar!", defendió su posición como si le fuera la vida en ello y no dejó nada al azar para inmortalizar con sus máquinas el eclipse total: filtros para los objetivos, temporizadores para atrapar cada pocos segundos el fenómeno, programas para dar con la luz apropiada y baterías de repuesto para que el invento no se viniera abajo.

Despiste

"¿Qué es lo que sucede?". La pregunta, de repente, sonó en el ambiente como una broma que intentaba romper el hechizo. Pero no, la duda fue en serio y la planteó una pareja de turistas andaluces que, desconectados del mundo tras un par de días en Gran Canaria, no sabían que se habían plantado en el mirador del Pico de las Nieves la tarde que se podría ver, parcialmente, un eclipse total de sol. La pareja despistada, entre bramidos de "¡Johnny, mira p'allá, que te lo vas a perder!", "¡Johnny, me tienes harta!" y "¡Jonnhy, como te trinque te vas a enterar!", no fue la única foránea que se dio un salto hasta la cumbre.

Otros dos visitantes peninsulares se acercaron en taxi, con licencia municipal de Santa Lucía, hasta un rincón de Gran Canaria que, de repente, se convirtió en una strasse cualquiera de Alemania: unos veinte germanos, lanzados en una caravana de furgonetas, se plantó en la Cumbre con varias botellas de champán -y alguna que otra petaca de caldos más potentes- para celebrar un momento mágico que Johnny, a esas alturas, ya había vinculado para siempre a una sonora tollina.

Todos, sin excepción -salvo tal vez Johnny-, disfrutaron de los 39 minutos que duró el fenómeno. Desde el primer mordisco hasta el repliegue detrás de Tenerife, un proceso en el que la luna cubrió algo más del 30 % de la superficie solar. La escena se repitió en varios lugares más del Archipiélago -desde la costa occidental de Lanzarote hasta La Palma pasando por Las Canteras, La Aldea o el Teide-. Canarias, dentro del territorio español, fue el lugar donde mejor y durante más tiempo se pudo disfrutar de un fenómeno que también se pudo seguir por internet gracias al trabajo, desde Idaho (EE UU), del Instituto Astrofísico de Canarias (IAC).

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