Como cada último miércoles de agosto desde hace 72 años, la pequeña localidad valenciana de Buñol ha acudido entregada a su cita con la guerra a tomatazos que le ha dado fama internacional, una chifladura cada vez más organizada y con mayores medidas de seguridad.

La intensa presencia policial y los controles de seguridad, hasta cuatro consecutivos, a los que fueron sometidos los participantes, fue la nota dominante de la fiesta, condicionada inevitablemente por los últimos atentados de Cataluña.

En los últimos cinco años, la Tomatina parece haber encontrado una fórmula que garantice la continuidad de la fiesta, tras años de excesos y casi hasta hastío de sus vecinos, y un equilibrio entre asistentes, 22.000, y tomates, 160 toneladas, una cifra que por primera vez en los últimos siete años se mantiene estable.

La breve guerra, apenas 63 minutos, bastó para colorear de rojo pasión Buñol; y ya completamente empapados, hubo quienes aprovecharon la oportunidad para nadar en caldo de tomate.