Los biólogos marinos han asumido desde siempre que los cetáceos tienen tales dotes naturales para sumergirse a grandes profundidades, que su adaptación al océano les protege contra el síndrome de descompresión, pero ni siquiera ellos están libres del mal al que teme todo buceador.

En los humanos, esa enfermedad se produce tras una reducción súbita de la presión que soporta el cuerpo (por ascender muy rápido de una inmersión bajo el agua o por subir a gran altitud, en la atmósfera), lo que provoca que el nitrógeno disuelto en la sangre forme burbujas en los vasos sanguíneos, con consecuencias potencialmente mortales, salvo que el afectado reciba ayuda.

El Instituto Universitario de Sanidad Animal de Las Palmas de Gran Canaria (IUSA) publica este mes en la revista Scientific Reports, del grupo Nature, los primeros dos casos de muertes naturales de cetáceos por descompresión de los que se tiene conocimiento -con la mano del hombre presente por contaminación acústica por el uso del sónar-, fruto del seguimiento que sus veterinarios realizan de todos los mamíferos marinos que perecen en el entorno de Canarias.