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Una vida para ser contada

Miguel Mestre, un oncólogo que ha ejercido en seis países y que huyó de la dictadura uruguaya, se jubila hoy en el sur de Gran Canaria

El doctor Miguel Mestre Déniz. ANDRÉS CRUZ

Una pregunta, lanzada por su nieta, llevó a Miguel Mestre Déniz, que andaba preocupado porque la joven adquiriera el hábito de leer, al punto de partida de un largo camino: Montevideo (Uruguay). Allí, pocos meses después del final de la Segunda Guerra Mundial, nació este médico que hoy, después de la rutina habitual -despertador, desayuno, trayecto en coche, atención a los pacientes y charlas con los compañeros- pondrá punto y final, en el sur de Gran Canaria, a más de 40 años de trayectoria profesional -en seis países y dos continentes- con un abrazo a la jubilación. Entre un extremo y otro sobresale el relato de una vida para ser contada, marcada por el Síndrome de Asperger que sufrió su padre, su empeño por saber, por conocer, por ilustrarse, la superación, los libros sobre antiguos y nuevos imperios, el ajedrez, la política, el exilio, la medicina y la familia formada. Ese recorrido, aún nítido en su memoria, ofrece la mejor respuesta a la cuestión planteada por su nieta: "¿has conocido la felicidad a lo largo de tu vida?".

Z Infancia

Miguel Enrique Mestre Déniz llegó al mundo en Montevideo un día antes de la Nochebuena de 1945. La situación familiar, residente en un humilde barrio de la capital uruguaya, estuvo marcada por la enfermedad que sufría su padre: Síndrome de Asperger, un problema que nunca le fue diagnosticado -una discapacidad social que forma parte del espectro autista-.

"Mi padre no mantenía contacto con su familia, incluso renunció a la herencia que le correspondía, no tenía amigos y en casa no teníamos libros", explica Miguel Mestre antes de apuntar que "nunca mantuvimos una conversación normal entre padre e hijo. Crecí pensando que no me quería". "Además", añade, "mi madre, que luego supe que había trabajado como empleada del hogar en la casa de mis abuelos, sólo repetía lo que decía mi padre, algo que tampoco ayudaba". Esa problema, sin embargo, no apaciguó su empeño, una voluntad férrea, por conocer, por ilustrarse. "En la escuela me hice amigo de un chico cuyo padre tenía una librería", detalla. "Iba a hacer los deberes a su casa y allí aprovechaba para leer todo lo que podía. Su padre era muy aficionado a la historia del antiguo Egipto. Y de ahí adquirí también el interés por los grandes imperios y antiguas civilizaciones".

En esa etapa, a pesar de su juventud, ante la pregunta habitual que se le plantea a cualquier niño -¿qué quieres ser de mayor?-, Mestre asegura que nunca dudó en la respuesta: médico.

Z Medicina

Lo que desconocía Mestre es que ese tirón, tal vez, respondía a una llamada genética: su abuelo, con el que su padre no mantenía relación, era médico. Finalizada la etapa escolar, destacado siempre entre los mejores alumnos de su curso, su particular situación familiar le puso frente a una disyuntiva. "Mi padre pensaba", narra, "que estudiar era de vagos, sólo valoraba el trabajo. Así que para poder estudiar Medicina me exigió que consiguiera un trabajo. Ante esa situación tampoco bajé los brazos: si esa era el obstáculo, no habría problema. Compaginé ambas cosas".

En los dos años preparatorios de Medicina, Mestre trabó amistad con Juan Carlos. El encuentro marcó su vida. "Su padre, don Bolívar, fue un auténtico padre para mí. Forjó mi personalidad, me dio valores éticos y morales. Y me abrió las puertas de la política", relata.

En la casa familiar de don Bolívar, los domingos, era habitual la presencia de figuras de la política uruguaya. "En Sudamérica", subraya Mestre, "durante los años 60, la revolución cubana marcó a varias generaciones. La teoría del foquismo y la figura del Che Guevara influenciaron a mucha gente", recalca.

En ese periodo, don Bolívar también recomendó a Mestre preparar unas oposiciones para ingresar en el Ministerio de Salud uruguayo. "Obtuve la segunda mejor nota", señala antes de agregar que "eso me aseguró una plaza". "Al mismo tiempo, mi compromiso político fue en aumento y certifiqué el ingreso en la Facultad de Medicina", subraya.

Z Exilio

En la carrera, otra amistad -con Carlos- marcó parte del destino de Mestre. "Su madre era la directora de un centro para el tratamiento de enfermedades malignas pediátricas. Él le comentó que yo estaba interesado en la oncología y ella me guió". "Fue ella", prosigue, "quien me presentó al doctor Helmut Kasdorf, que quería fundar una unidad de estudio y tratamiento de las leucemias y los linfomas malignos. Buscaba un secretario y yo fui elegido por la plaza que había opositado en el Ministerio de Salud".

Cuando todo parecía que marchaba bien, con la formación de su propia familia y un buen trabajo, una visita volteó la vida de Mestre. "Un día me comentaron que el hijo de un paciente al que habíamos tratado con éxito quería hablar conmigo", cuenta el doctor uruguayo antes de añadir que "yo pensaba que quería hablar sobre ese tema, pero cuando se sentó conmigo me comentó que era militar, que estaba agradecido por el trato que le dimos a su padre y, que por eso, venía a advertirme para que ese mismo día me fuera de Uruguay. Según él estaba en la lista negra de la junta que había dado un golpe de estado unos años antes y había impuesto la dictadura en el país".

Z Brasil, Escandinavia, España

Por recomendación del doctor Helmut Kasdorf, Mestre se desplazó hasta Brasil. "Me instalé en una ciudad próxima a San Pablo", expone "porque él tenía un buen amigo que había montado allí un centro de oncología". "Sin embargo, aunque la dictadura militar en Brasil llegaba a su fin, había escuadrones de la muerte que asesinaban a exiliados uruguayos y argentinos. Duré un año allí. Nos fuimos todos, mi mujer y mis hijas para Dinamarca".

En Escandinavia, el empeño de Mestre le llevó a ser el primer sudamericano especialista en oncología que ejercía en el país. Y en Noruega, por el afán de ampliar su conocimiento, obtuvo el título para trabajar como médico general. En el norte de Europa, en plena organización de unas vacaciones, descubrió Canarias, lugar que eligió para su disfrutar de su jubilación. En las Islas, sin embargo, su vocación pudo más: desde 2008 hasta hoy ha ejercido como médico para rematar una vida digna de ser contada que encontró "la felicidad en las pequeñas cosas".

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