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Entrevista | Otorrino

"El olfato puede ser una herramienta terapéutica contra la obesidad"

"Uno de los casos más duros es el de madres que no huelen a sus bebés; se ve afectada una relación íntima", reseña Adolfo Toledano Muñoz

Adolfo Toledano Muñoz. ÁNGEL GONZÁLEZ

¿Desde cuándo existen consultas de olfato en la sanidad española?

En el hospital Ruber Internacional y en la Fundación Alcorcón funcionan desde hace unos quince años. Lo que ocurre es que empezamos casi descubriendo cómo medir el olfato, porque no había instrumentos para ello, y hemos ido avanzando con proyectos de investigación hasta llegar al momento actual en que a parte de medir tenemos desarrollados tratamientos para mejorar la situación de algunos enfermos que pierden el olfato y que antes estaban casi sin esperanza de tratamiento ni recuperación.

Perder la vista o el oído ha sido siempre un drama, no así perder el olfato. ¿Ha cambiado algo la situación?

El ser humano es más visual y auditivo que olfativo y para nuestra vida diaria son mucho más importantes los dos sentidos primeros. Pero con la forma de vida occidental moderna, más centrada en el ocio, en el disfrute de la comida, de la bebida, de las relaciones personales... el olfato se vuelve más importante porque es fundamental para poder disfrutar. Por eso vemos cada vez más gente que consulta por anosmia -pérdida de olfato-, porque se le da más importancia.

El marketing, por ejemplo, lleve años apostando por el olor como elemento de inducción de hábitos de compra, de consumo...

Claro. Por la estructura que tiene anatómicamente, el funcionamiento y las características del olfato, está muy relacionado con la memoria y las emociones. Y eso los estrategas del consumo lo saben bien. Todos tenemos la experiencia de ir al cine y si huele a palomitas se venderán muchas, porque sólo con el aroma ya nos apetecen.

O sea, que de una forma quizá menos evidente que otros sentidos, pero tiene mucho peso en nuestra vida.

Efectivamente. A mí que me gusta el jazz y comparo mucho el olfato con el contrabajo y la batería. A estos dos instrumentos muchas veces en los conciertos no se les oye, pero si no están todo el grupo se cae. Esto es igual. No es el sentido protagonista, pero si falta, toda la estructura emocional de recuerdos de vivencias se cae y los enfermos sufren bastante ese déficit.

¿Cuáles son las patologías más frecuentes vinculadas a la pérdida de olfato?

Las estrellas son la sinusitis crónica y la poliposis nasal, que son enfermedades inflamatorias de la nariz. Aportan casi el 75% de los casos de pérdida de olfato y teniendo en cuenta que esos dos problemas afectan casi a un cuatro por ciento de la población, implican a mucha gente. Luego hay un 25 por ciento de casos que son pérdidas de olfato por la afectación del nervio y ahí entra desde un simple catarro a los traumatismos craneales por accidentes.

¿Lo normal son pérdidas temporales, o de por vida?

Cada patología es distinta. Una pérdida de olfato por un catarro viral generalmente tiene buen pronóstico de recuperación, pero igual hablamos de que pasarán cinco años más o menos. En el caso de los traumatismos habla-mos por lo general de una pérdida definitiva. Y la sinusitis crónica tiene una pérdida fluctuante, con días en que hay olfato y días que no se huele nada. Así que la variabilidad es grande.

¿Recuperan olfato o logran que el paciente establezca nuevas asociaciones que simulen los olores?

Los enfermos que no han perdido por completo el olfato con ejercicios pueden llegar a recuperarlo. Con los que no tienen nada de olfato, y sobre todo si llevan un tiempo largo de evolución, lo que podemos intentar es enseñarles por otras vías nerviosas a reconocer determinados aromas. No hablamos de oler, sino de reconocer. Le cuento el ejemplo de una enferma que llevaba doce años sin olfato por un traumatismo y gracias al entrenamiento le enseñamos a reconocer el perfume de su marido, de tal forma que ahora, aunque esté de espaldas, puede saber cuándo se acerca. También se pueden reconocer determinados aromas básicos, como el olor a quemado o a podrido, hasta llegar a otras más elaboradas.

Es cierto que pensamos en el disfrute, pero de un olor también puede depender la vida...

Efectivamente. Como dato curioso, hemos realizado un proyecto de investigación con resonancia magnética funcional y nos estamos dando cuenta que las mujeres y los hombres tienen distintas áreas de activación cerebral cuando se enfrentan a los olores. A los hombres para lo que más les sirve el olfato es para la atención y la alerta. En cambio a las mujeres les sirve más para las emociones. O sea, cada uno utiliza el olfato para cuestiones distintas. Lo cierto es que cada vez sabemos más y tengo la convicción de que estamos en ciernes de que haya una explosión en el mundo del olfato.

¿En qué sentido?

En un sentido que trasciende a las terapias para recuperar un sentido perdido. Viendo los resultados que estamos teniendo con la rehabilitación, nos planteamos que también se podrían inducir conductas, por ejemplo las que tengan que ver con la alimentación. No veo difícil que la rehabilitación olfatoria pueda tener efectos en el tratamiento de la obesidad o la anorexia, incluso para abordar determinadas alteraciones de la conducta sexual. El olfato puede llegar a ser una herramienta de uso terapéutico.

Vivirá experiencias en su consulta de pacientes que viven con drama su pérdida de olfato, aunque no sé si con la comprensión compartida del entorno. ¿Daría algún ejemplo?

Una de las cosas más duras y enternecedoras que veo en consulta es el drama de las mamás, sobre todo si son primerizas, que o bien por un catarro o un traumatismo dejan de oler a sus bebés. Todas las que he atendido llegan a la consulta llorando. Hay que entender que ahí se ve afectada una relación íntima donde el olor aporta mucha emoción y es muy importante. Hay otros dos casos que por otras circunstancias también me impresionan.

¿En qué sentido?

Ambas son dos historias que ilustran cómo se puede llegar a perder el olfato. Una de ellas afectó a un voluntario de Cruz Roja que fue a atender el tsunami del sudeste asiático. Al bajarse del avión le impresionó tanto el fuerte olor a muerto en agua salada que no volvió a tener olfato nunca más. Es un caso de cómo un olor fuerte y un estímulo emocional asociado puede hacerte perder el olfato. El otro caso es una cosa muy tonta que nos puede suceder a cualquiera. Un hombre que al volver de vacaciones detectó que su casa había estado un tiempo sin suministro eléctrico. Al abrir el frigorífico estaba todo podrido y el olor que le invadió fue tal que le hizo perder el olfato. Se salen de lo habitual, pero son muy ilustrativas.

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