Más de 650.000 exiliados en Bangladesh desde fines de agosto han convertido a la minoría islámica birmana de los rohinyás, que alberga grupos terroristas, en una comunidad fantasma en proceso de limpieza étnica. Sin embargo, ese fantasma ha lastrado la visita de tres días del papa Francisco a Birmania, un país bajo tutela militar donde el budismo es religión oficial y en el que los rohinyás no existen a ojos de la ley.

Francisco ha ido con pies de plomo, entrevistándose primero con los jefes militares, luego con la tutelada cúpula del Gobierno, y, más tarde, reuniéndose con los líderes budistas. En todas partes ha llamado a rechazar el odio y a respetar a las minorías. Y en todas partes, aconsejado por la jerarquía católica local, ha evitado la palabra maldita "rohinyá", por temor a que su visita acabe volviéndose contra los católicos birmanos, tan minoritarios como los islámicos. Sin embargo, su prudencia no ha impedido una invitación de la cúpula budista birmana a no inmiscuirse en sus cuestiones internas.