La humanidad avanza hacia un futuro en el que el 47 % de los trabajos que desempeñan los humanos corren el riesgo de ser sustituidos por robots, lo que puede crear un mundo más solidario, más humano. Pero la transición hacia ese mundo va a ser "traumática", dice a Efe el escritor Andrés Oppenheimer.

Son algunas de las conclusiones que el también periodista argentino saca de cinco años de investigación para escribir su último libro -que se presenta en México este lunes- "¡Sálvese quien pueda!: El futuro del trabajo en la era de la automatización".

Esta obra mira al futuro directo a los ojos: un mundo más cómodo, quizás más humano y altruista pero no exento de terremotos sociales.

"El movimiento hacia la automatización es imparable, pero va a provocar una reacción y mucho ruido. Va a ser el gran tema mundial de los próximos 10 o 20 años", sostiene. Entre ese mundo que se aproxima, en el que "vamos a trabajar menos; tener trabajos menos repetitivos, menos aburridos, más interesantes, y vamos a tener más tiempo libre", y el mundo actual, existe un abismo en cuyo fondo pueden acabar millones de personas desempleadas.

Dependientes, camareros, abogados, periodistas, cocineros, banqueros, médicos, docentes, transportistas; el problema afectará a la mayoría. "La tecnología se está acelerando cada vez más rápido y no nos está dando tiempo para prepararnos para el desempleo que se va a producir. Y eso es preocupante", asegura Oppenheimer.

Cada vez va a resultar más complejo competir contra robots que aprenden más rápido gracias al uso de la nube, un invento que les ha dado la posibilidad de aprender de otros robots, algo antes imposible. Los costes de producción, añade, también siguen bajando cada año, pues en 2010 comprar un robot industrial para una fábrica automotriz costaba el equivalente a 5,3 años el costo de un trabajador y hoy se ha reducido al equivalente a un año. Y seguirá menguando.

Por si fuera poco, "el robot trabaja tres turnos seguidos, no se toma vacaciones ni pide un aumento de sueldo", agrega el ganador del Premio Pulitzer en 1987 junto con el equipo de "The Miami Herald" que reveló el escándalo Irán-Contras.

"Esto le va a pegar mucho más fuerte a los países emergentes que a los ricos, y sobre todo a los latinoamericanos porque los primeros trabajadores que van a reemplazar los robots son los de las fábricas manufactureras", advierte.

El mundo no permanecerá inerte cuando millones de personas sean sustituidas por un algoritmo. Según el autor, habrá una reacción y protestas fuertes cuyo germen puede verse ya en las quejas de los taxistas ante la empresa Uber o las huelgas de trabajadores de los hoteles y casinos automatizados de Las Vegas (Estados Unidos).

Para su investigación, Oppenheimer viajó por tres continentes y no solo visitó fábricas, sino que pernoctó en hoteles y comió en restaurantes manejados en su totalidad por robots. De estas vivencias destaca que la mayoría de consumidores son jóvenes milenials, y advierte algo en ellos: prefieren el contacto con la máquina al contacto humano.

El escenario futuro obliga a los gobiernos a tomar medidas, y hay dos a nivel mundial que cada vez van ganando más peso: introducir una renta básica universal y que los robots paguen impuestos.

En cuanto a la renta básica, el autor propone que esté condicionada al trabajo social, es decir, cobrar un sueldo para vivir pero tener que dedicar algunas horas a aliviar la soledad de los ancianos u otras acciones solidarias. "A largo plazo, creo que vamos a tener que revalorar el altruismo", explica.

Y es que, además de los nuevos trabajos que surgirán y la obligación de seguir estudiando y reinventarse, es precisamente esa la oportunidad que ofrece la transformación que está por venir, la de "revalorizar el contacto humano que estamos perdiendo hoy en día" al tener más tiempo libre. El argentino asegura estar convencido de que hay cosas que nunca podrán hacer los robots, como tener empatía y humanidad.

Con los años se verán máquinas en las calles, donde antes había personas, escenario en que la ausencia del ser humano, paradójicamente, hace visible la singularidad y la calidez de su naturaleza. "En Miami hay muchas vendedoras cubanas o venezolanas que, sin conocerte, te llaman 'Mi amor'. Puede que programen a los robots para llamarte 'Mi amor', pero no va a ser lo mismo", concluye.