Me pregunto si han pasado cuarenta años y la sensación es dual: parecen muchos más por la naturaleza, el número y la importancia de las iniciativas emprendidas y culminadas, los acontecimientos vividos, las personas tratadas y las transformaciones sociales de la libertad y la democracia; pero también muchos menos por la uniformemente acelerada intensidad de los acontecimientos.

Hoy tengo el orgullo de acompañar ante ustedes al creador de esa dinámica, Javier Moll de Miguel, nuestro presidente, inspirador de todo el proceso e infatigable impulsor de los valores morales y profesionales que nos ayudaron a secundar sus ideas, su imaginación y su pensamiento de la comunicación social.

Con él profundizamos en el respeto a nosotros mismos como servidores de la ciudadanía en un oficio que nació en Europa hace algo más de cuatrocientos años y ha reinventado de manera incesante los lenguajes y las formas de la prensa periódica, como también los medios técnicos de la impresión en papel, la propagación territorial, la inmediatez de los lenguajes y sobre todo, el ejercicio ético. Cuatro siglos de presencia en ciudades y pueblos, en lugares de reunión y en hogares, en el debate público y en el núcleo de los valores que generan ciudadanía.

La necesidad y la belleza de esta entrega ha sobrevivido secularmente a los errores que nos son inherentes como humanos, y a todas las manipulaciones que trataron o tratan de empañar el sentido humanista del compromiso. Porque, como bien dijeron los clásicos, " Nulla aesthetica sine ethica". No hay estética contra la moral, a su vez generadora de belleza.

Hace más de sesenta años que Daniel Morgain, un teórico francés, dio a la prensa escrita una supervivencia de tan solo diez años. En los albores del siglo en que estamos, Bill Gates volvió a augurar que en cinco años habrían desaparecido los medios en papel. Y es probable que de aquí a unos pocos aparezca otro augur con un nuevo plazo. Pero el medio que ha convivido con los espacios de la radio y la televisión, revolucionarios en su momento, está preparado para coexistir con las redes digitales. Y hablo de coexistencia porque así como las redes no generan información viva, sino que la toman de los medios preexistentes, los periódicos hacemos crecer cada día nuestra presencia en el espacio digital.

No hay revolución que nos sea ajena, porque vivir nuestro tiempo histórico configurando el inmediato futuro sin olvido del pasado, del que nuestras hemerotecas son depositarias, es la actitud más fecunda en el devenir del periodismo y, desde luego, una de nuestras máximas centrales. En términos agustinianos, el tiempo humano no se limita a la hora presente. El pasado es aquello que se recuerda, el presente aquello en lo que se está y el futuro aquello que nos mantiene expectantes. Las tres dimensiones confluyen exclusiva y determinantemente en la naturaleza humana. La expectación del futuro no es, por tanto, un fantaseo futurista, ni mera curiosidad, sino motor de ilusión y factoría de vocaciones.

El devenir de Prensa Ibérica señaliza esa inteligencia del tiempo en un concepto singularmente dinámico del periodismo de proximidad, otro de nuestros principios básicos. Lo próximo es la esencia de la comunicación en los espacios regionales o provinciales que hemos elegido, sin menoscabo de una información suficiente del acontecer nacional y mundial. En uno de los congresos anuales de la Asociación Mundial de Periódicos, concretamente el de Río de Janeiro en 1999, constatamos que la tendencia dominante de los ponentes llegados de todo el mundo refrendaba como principio evolutivo de la prensa, a la vista del desarrollo informático, exactamente el periodismo de proximidad que veníamos practicando desde siempre.

Conceptualmente, fue una satisfacción, y en el orden práctico una invitación a seguir profundizando en ese modelo de la prensa escrita. Pero, al propio tiempo, era el punto de partida para la asimilación del modelo digital en riguroso paralelo. En ello está Prensa Ibérica, creciendo con vocación inequívoca y un resultado que reflejan los índices de usuarios únicos en todo el Estado. Esta dualidad instrumental es hoy la sólida realidad que inspira nuestros mejores proyectos. Ya vivimos en presente la agustiniana expectación del mañana.

Javier Moll ha creado en estas cuatro décadas la red de periódicos regionales más fuerte y numerosa de España. Hasta diecisiete cabeceras nacieron de su impulso, su vocación y, naturalmente de su valentía en la asunción de riesgos. Todos ellos siguen en la calle y editan en Internet. El grupo ha concentrado la impresión en ocho grandes plantas gráficas dotadas de las maquinarias de últimas generación; asume en varios casos la distribución territorial; edita varios semanarios y agrega los más populares del país a las ediciones de fin de semana; consuma a diario el encuentro directo de sus lectores en la red de clubes similares a éste en el que nos encontramos, que fue el primero en 1980; y, desde luego, vuelca sus previsiones en la extensa red de comunicación digital que comanda Aitor Moll, hijo del editor y consejero delegado de Prensa Ibérica en toda su estructura.

No debo alargarme en la cita de las muchas empresas creadas por nuestro presidente en las esferas de investigación del arte y la edición de grandes obras referenciales, galardonadas dentro y fuera de España; la muy selecta edición de libros de literatura o entretenimiento en España y en el Reino Unido; o la pluralidad de otros muchos emprendimientos en sectores ajenos a la prensa y la edición. Tan solo decir que aquellos que hemos tenido su confianza vivimos cuarenta años vertiginosos, intensos, apasionantes, que no cambiaríamos por ninguna otra profesión o actividad. A las generaciones de excelentes periodistas, los directivos editoriales, administrativos y técnicos; y, sobre todo, a los lectores que nos dieron y dan la razón de ser y la ilusión de trabajar, dedico el pensamiento más entrañable. Simbolizo mi gratitud a todos en las personas que hoy incorporan la responsabilidad de Prensa Ibérica en Canarias, excepcionales periodistas como el director general de Contenidos, Francisco Orsini Ruiz, y los directores de los diarios de Las Palmas y Tenerife, Antonio Cacereño y Joaquín Catalán.

Algunos de los más significativos ya no están en este mundo terrenal. Pero han dejado en todos el triple sentimiento de la gratitud, la fraternidad y la admiración. Hablo de Juan Ignacio Jiménez Mesa, inolvidable como gestor en el circulo más íntimo de la Presidencia y muy admirado periodista del que todos hemos aprendido. Y de Santiago Betancort Brito, último director de Diario de Las Palmas y modelo de vocación, entrega e instinto de la noticia. Ellos encabezan la memoria de cuantos ya se han ido.

Y concluyo extendiendo esta acción de gracias a Arantza Sarasola, vicepresidenta de Prensa Ibérica, fundamental en sus criterios, inteligencia sutil en el equilibrio de las decisiones y muy estimada dispensadora de cordialidad y amistad entre cuantos les hemos secundado en la gran aventura de estos cuarenta años.

Ellos han sabido sostener sin decaimientos nuestra vocación e ilusiones, además del orgullo de ser o haber sido parte de la formidable estructura ética y estética de la empresa que titularizan. Ya jubilado desde hace siete años, este encuentro me ha dado la ocasión de evocar sin reservas la mucha felicidad que les debemos.

Falibles como personas, no máquinas, creemos haber servido con lealtad y espíritu de superación a todos ustedes y a cuantos conciudadanos representan en la política, la cultura, la empresa y la sociedad de Canarias, esta tierra de bendición en la que aún es posible conjugar unidos los verbos del trabajo y la felicidad.