Siendo niño, con su padre de ingeniero en Ron Arehucas, se le antoja pegarse un golpe del destilado que el progenitor y acompañantes confirman entre hileras de barricas. La carraspera que le entró por el capricho no sólo le incendió las entrañas, sino que le provocó un fenómeno psicoanalítico: mucho apego en vez de odio. Ayer presentaba su libro El sabor del ron. Una experiencia sensorial, su segunda incursión -la primera fue Jaque al ron- en un segmento que, una vez desmembrado desde el punto de vista de su significado histórico en Canarias, aborda desde el aroma y el hedonismo que contamina al que sabe los secretos de la bebida.

¿A qué temperatura hay que tomar el ron? ¿Qué tipo de recipiente es el mejor para saborearlo? ¿Qué es masticar el ron? ¿Cómo interpretar la expresión isleña "el ron está viniendo bueno"? Estas y otras preguntas son materia en combustión para Alfredo Martín, propietario de Gabinete Gastronómico, desde donde ejerce el magisterio del buen vino -"a veces los mejores no tienen denominación de origen"- , y cómo no, de apologista del ron. "¿Por qué tenemos que hacerlo? El qüisqui tiene un repertorio de trescientos aromas y el ron unos quinientos", desafía desde el saber organoléptico.

Una de las curiosidades que esconde El sabor del ron, volumen en formato de tapa dura con un exquisito y pedagógico diseño de Isabel Arencibia, es el informe que Alfredo Martín realiza sobre qué se puede encontrar (o buscar, todo depende) un ronero en lo olfativo, gustativo y textura. Un capítulo que prosigue con un exhaustivo ranking sobre la cantidad de azúcar presente en una buenas porción de marcas como consecuencia del proceso de destilación.

Para el prólogo, las palabras del Jesús Solanas Murillo, un heterodoxo de la gastronomía, dueño del raro Absinthium, que dice: "Realmente nunca hemos tenido una relación gastronómica sana y refinada con el alcohol, como nuestros vecinos franceses o italianos, ni hemos sabido tampoco adoptar el desparpajo y glamour anglosajón del cóctel. La castiza trilogía café, copa y puro, lo más que hemos tenido en nuestra historia, queda muy lejos. Y de la encantadora rusticidad de los carajillos, quemadillos, pajaritas, revueltos, bartexas y soles y sombras, mejor ni hablamos, aunque, dada la actual situación, casi se les echa de menos".

Alfredo Martín lamenta la inferioridad del ron frente al clasismo del qüisqui, más de esmoquin y salón, pese al pasado agroindustrial -caña de azúcar e ingenio- de siglos de una bebida tan noble y antigua como la que protagoniza su libro. El lector está ante una obra científica, cuidada a la hora de la verificación de las afirmaciones, pero también emocional: a lo largo de las páginas nos acompañan citas literarias, algunas tan entrañables como "quince hombres sobre el cofre del muerto yo-ho-ho y una botella de ron", del querido Robert Louis Stevenson en La isla del tesoro.

Cierra Alfredo Martín con una cata de un ron que lleva el nombre del padre Labat, dominico en Guadalupe, tierra que recorrió como ronero investigador y cronista.