Una joven masai enfrentada a la brutalidad atávica, un cineasta de 75 años con la pasión del principiante ante los molinos de viento de la tecnología, dos montañeros que se toman de los hombros, una periodista que sabe del coraje y no olvida a los colegas caídos, una mujer que quiso explorar y encontró un planeta herido y un filósofo que se pregunta, al fin, si seguimos con lo que inició Sócrates: "invitar a los ciudadanos a hacer preguntas difíciles sobre cómo debemos convivir". La respuesta, en el caso de España, y según las palabras pronunciadas ayer por su monarca, la dio el pueblo hace 40 años con "la mejor muestra de generosidad, madurez y responsabilidad", su Constitución,

La ceremonia de entrega de los premios Princesa de Asturias tuvo mucho de discurso comunitario, de unión ante los peligros, de llamada al diálogo. Como remató el premio Princesa de Ciencias Sociales, el filósofo Michael J. Sandel, "es un momento en que la democracia se enfrenta a tiempos oscuros, hacernos preguntas es nuestra mayor esperanza para arreglar el mundo en el que vivimos". Y el Rey Felipe VI, en el discurso que cierra la ceremonia dijo que esas preguntas y esas respuestas tuvieron lugar en este país en un momento "inolvidable", cuando el 6 de diciembre de 1978 se ratificó en referéndum la Constitución española. La Carta Magna, ensalzó el Rey, "es fruto de la concordia entre españoles unidos por un profundo deseo de reconciliación y de paz; unidos por la firme voluntad de vivir en democracia; una Constitución que devolvió a los españoles su libertad y su condición de ciudadanos; que reconoció también la diversidad de sus orígenes, culturas, lenguas y territorios".

Si alguien quiso leer mensajes velados a los conflictos políticos actuales, lo tuvo difícil. El discurso del Rey fue por el carril y al margen de este canto a la Carta Magna, sólo añadió algún grado más de temperatura cuando echó pie a esta tierra y homenajeó a Asturias, "historia de todos, raíz de España".

Fue antes de hablar de la Constitución pero también con el pretexto de otra efeméride, el triple centenario de Covadonga y su reciente visita, junto a la Reina, la Princesa de Asturias y la Infanta Sofía. Un viaje que sus hijas "tendrán grabado para siempre en su corazón" y del que ellos guardan "alegría y gratitud ante un pueblo unido por sus sentimientos". Felipe VI llegó a enumerar sus recuerdos: "la emotiva visita a la Santina, la acogida tan cariñosa, la grandeza de aquella naturaleza hermosa y sobrecogedora que rodea Covadonga y se eleva en los Picos de Europa... Gracias, Asturias; sinceramente, muchas gracias".

Le siguió una ovación. Una de las pocas que se escucharon ayer en medio de los discursos. Los aplausos del público sólo interrumpieron cinco veces las intervenciones. La primera, cuando el nuevo presidente de la Fundación Princesa, Luis Fernández-Vega, que se estrenaba en el Campoamor, dijo que "Asturias representa el respeto y cariño que nuestro país tiene por sus Reyes". Las restantes se las llevó Felipe VI, una cuando mencionó al nuevo presidente y otra al predecesor, Matías Rodríguez Inciarte, una más cuando habló de Asturias y la última al hablar de democracia, libertad y Constitución.

Sobrio y con enjundia

La de ayer fue una ceremonia de premios sin demasiado picante pero con mucho fundamento. Nadie se saltó el protocolo ni tropezó con un escalón, y lo más parecido a la haka de los All Blacks del año pasado fue el tímido baile, apenas un giro sobre sí misma, de la activista masai Nice Nailantei Leng'ete, tomada de la mano de sus dos acompañantes, Githinji Gitahi, cabeza de la ONG Amref Health Africa, y su delegado en España, Álvaro Rengifo, cuando se asomaron al proscenio del Campoamor tras recoger su premio de Cooperación Internacional.

Nailentei, esforzada mediadora en la lucha contra la ablación genital, aportó colorido con sus joyas y tocado masai, dominado por el rojo (color de su nación, símbolo del valor, la fuerza y la unidad), el amarillo (sol) y con un vestido azul que para ellos representa el ciclo natural: el cielo que trae la lluvia que hace crecer la hierba que alimenta al ganado.

Sin pretenderlo, iba vestida con el discurso de la oceanógrafa Sylvia A. Earle. Porque la premio Princesa de la Concordia habló de los conquistadores españoles que le abrieron el apetito explorador, de cómo esas ansias por conocer nos han permitido adentrarnos en un mundo todavía muy desconocido ("la mayor parte del océano nunca se ha visto") de su propia lucha como mujer ("algunos me dijeron que no debería aspirar a ser científica o exploradora, pero hay una diferencia entre no debería y no podría, así que me convertí en científica y exploradora de todos modos") y, lo más importante, del drama del planeta. Con la crudeza de los hechos, Earle describió los millones de toneladas de basura lanzados al agua, la pesca masiva que ha esquilmado la fauna (reducción de un 90% de muchas especies) y "socavado los procesos oceánicos antiguos que han tardado cintos de millones de años en desarrollarse, pero sólo unas décadas en deshacerse". Esa es la mala noticia, la buena, que todavía estamos a tiempo: "Las acciones tomadas en los próximos diez años determinarán nuestro futuro para los próximos diez mil años", explicó. "Dentro de cincuenta años, los niños de hoy pueden mirar atrás y preguntarse '¿Por qué no hicisteis algo?' o 'Gracias, por proteger a la Tierra".

Fue un discurso brillante. Todos lo fueron ayer. Bien escritos, bien contados, bien estructurados, con mucha enjundia.

Otra mujer, la periodista Alma Guillermoprieto, premio de Comunicación y Humanidades, se dirigió a los "maravillosos asturianos" para hablar de un oficio, el nuestro, al que se entra con "sueños e ilusiones", se descubre una realidad "más estrecha" en la que "se gana poco y se trabaja de sol a sol, aunque eso en realidad nos gusta" pero que, al final, "hace falta". "Sin un periodismo poderoso, bien financiado, respetado por los gobiernos, el mundo moderno, el mundo entrelazado, sería imposible", explicó. "Hacemos falta, porque dejamos constancia de lo que otros quieren tapar; porque somos el antídoto de las redes sociales con su inmediatez y su potenciación de la rabia".

Oficio y tecnología sobrevolaron también la disertación del cineasta Martin Scorsese, premio Princesa de las Artes, que ametralló sus palabras con esa dicción que el público identifica tanto con sus narradores. Habló de cine y de creadores, de Cervantes, Goya, Unamuno, Picasso, Lorca o Buñuel ("uno de los más grandes artistas de la historia del cine") y se felicitó por cultivar un arte, el cinematográfico, que "siempre es presente". Las películas nacen cuando las ves por primera vez y cada nuevo director pone, en su propio gesto, en su mirada, una nueva forma de ver. Ese es el arte con mayúsculas, el que funciona siempre, fuera de contexto. Su temor es "el clima venenoso que nos rodea": "Las 24 horas del día las imágenes en movimiento inundan nuestra vida, anuncios, episodios de TV, vídeos de gatos, realities... todo se ha convertido en 'contenido', una palabra que no me gusta nada". La solución, "no dejarse llevar por las consignas y los ganchos comerciales". Igual que cuando Don Quijote luchó contra los molinos de viento "luchaba contra la tecnología para preservar su espíritu", así, comparó Scorsese, "podemos encontrar la manera de que los artistas puedan usar la tecnología en lugar de lo contrario, que la tecnología utilice al artista". Buenas noticias. Como con Earle, aún hay esperanza.