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Tuercas y estrellas

Experimentamos en Shanghái, en el primer restorán robotizado y en dos con estrellas de la Guía Michelin y hubo más que sorpresas

Tuercas y estrellas

El viaje por China comenzó en Shanghái, donde hay 22 restoranes con una estrella Michelin, seis con dos y dos con tres. Queríamos experimentar con una y con dos, para ver si la modernización del país había llegado también a la cocina pública. Y queríamos hacerlo en Robot.He, el primer restorán robotizado, propiedad de Alibaba y apéndice de uno de sus supermercados Hema.

Allí todo se tramita con móviles; nosotros, al ser extranjeros, no pudimos bajarnos la aplicación, y como no admiten efectivo ni tarjetas, y estuvimos viajando en un taxi durante dos horas (con pequeña siesta del carnero), nos vimos perdidos. Suerte que un ejecutivo ¡que hablaba inglés! percibió nuestro abatimiento y se prestó a ayudarnos. Le entregamos el poco efectivo; puso el móvil en movimiento y armamos un menú: Sashimi de atún, Arroz frito con gambas y calamar y Pollo con setas y guindillas. Todo correctísimo (13 euros con cervezas). A los clientes, situados en el glamuroso supermercado, se les asigna en un monitor las mesas; pescan en acuarios cangrejos, langostas, langostinos... Pagan con los móviles e inmediatamente un robot les lleva los alimentos a cocina. Y en las mesas disponen de una tablet-menú en donde pueden elegir los platos, que llegan en unas cajas deslizándose a través de un entramado de cintas trasportadoras; una especie de peine y en ambos lados de los dientes se sitúan, perpendicularmente, las mesas. 300 comensales. Tienen un problema: éstos, al finalizar, se niegan a depositar las bandejas; así que unas cuantas muchachas tienen, por ahora, trabajo.

El estrella Michelin Xin Rong Ji está situado en un edificio de oficinas. Tras subir una suntuosa escalera, y reverenciar a un Buda con velitas y frutas, se atraviesa un angosto pasillo. Recibe al comensal un puesto de pescados y mariscos, impecable, bien iluminado. Por fortuna llevábamos la reserva en el móvil; así que escapamos del martirio: nadie entendía algo que no fuera chino, siquiera menú y toilette. El comedor es tan suntuoso como dominado estaba por el vocerío de los comensales y el griterío de niños a pesar de que era el servicio de cena; el país se ha hecho rico rápidamente, pero los años de comunismo acabaron con el refinamiento. Las bullas no cesarían. El menú de degustación fue Caldo de ave, Chuleta de cerdo braseada, Gambas salteadas (pura Nouvelle Cuisine), muy sabrosas; Morcilla de calamar (pinitos de cocina de autor) nada interesante; Panceta a baja temperatura con esa salsa marrón dulzona, lo más sabroso, y Duck Bombay. ¡Y no era pato! Que era un pescadito de agua dulce y carne mórbida que rechazamos. Pero como estábamos recomendados por un amigo chef chino nos sirvieron unos crepes rellenos de un incierto paté. Y para más sorpresas apareció una freganchina; depositó un balde sobre una mesa contigua y se puso a fregar las que ya estaban libres. Pero el postre fue Gorgon fruit: unas bolitas casi sin sabor en almíbar. Con bebidas, 50 euros. ¡Ah! nos dieron las servilletas minutos antes del postre. A la salida pedimos, rogamos, suplicamos a la chinita un taxi y adoptó la fórmula chicharrera: "Habla tu que pá Candelaria voy". Y en medio de la nada, de noche, sin tráfico, nos vimos soñando que un piadoso taxista nos parara. Que esta es otra.

Barrio de las embajadas

El YongFoo Élite fue el dos estrellas. Está en el barrio de las embajadas, de hecho el antiguo palacete, con bello jardín, lo fue de Rusia, Reino Unido y Vietnam. Es restorán y club privado y su cocina es de la antigua aristocracia de Shanghái; pero excepto el manager que, como los camareros iba descamisado, nadie hablaba inglés. Tienen dos menús, a 124 y 86 euros, más un 15 por ciento por el servicio, que nos lo perdonaron por lo del amigo chino que nos recomendó. En la mesa había servilletas, pero no nos cambiaron los cubiertos entre plato y plato; nuestro tenedor acusó "huellas de pisadas": restos de yema de huevo secos de otra batalla. El Revuelto de gambas y carne de cangrejo estuvo bien rico; el Pepino de mar, desconocido por aquí como alimento, no nos convenció su textura y el sabor era escaso; el filetito de wagyu con setas, un plato nada típico de Shanghái, nada nos dijo, si bien nos parecieron exquisitos los Berberechos en caldo corto y fideos tipo vermicelli hechos con pasta de judías. Y llegó el alimento más venerado y más caro para los chinos: el abalón, especie de lapa gruesa. Tras horas de cocción se corta con la cuchara pero, obvio, no da más sabor que el de esa repetitiva salsa marrón, que aparece en muchos platos. De postre, papaya con un áspic y almíbar: no se rompieron el magín.

Desconocemos los criterios de la guía Michelin para China. Y, para que conste, pretendieron estafarnos con el sempiterno problema del taxi, que pagamos (el doble que a la venida) al camarero para que, a su vez, abonara el VTC, y después lo negó. Tras la correspondiente gresca, las cámaras de seguridad aclararon el asunto. Elemental, querido Orwell.

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