Un pedófilo no solo daña a menores de edad, principales perjudicados de sus abusos o agresiones sexuales, sino que también destroza la vida a personas adultas, víctimas colaterales de su comportamiento delictivo. Ana, nombre ficticio para preservar su identidad real, se casó y engendró tres hijos en Gran Canaria con el profesor universitario José Manuel Quintana Santana, dos veces condenado por pederastia sin ingreso en prisión tras la ruptura del matrimonio.

De 50 años, Ana se decide ahora a relatar su experiencia junto a su exmarido, al que solo nombra por su apelativo coloquial (Pepe) en una ocasión durante una hora de charla en la que prefiere un sujeto indeterminado (él, persona o padre), con la finalidad de mitigar "rabia, impotencia y dolor" por su impericia para advertir los abusos sexuales dentro de su propia familia, una disculpa pública pero con destinatarios particulares: sus tres hijos. En concreto, su segunda hija, que cortó la relación con su progenitora tras mudarse por estudios a la Península y a principios del pasado agosto reveló su testimonio bajo el también nombre ficticio de Paula en un diario de difusión estatal.

Con el título "Soy la hija de un monstruo": la víctima del profesor de Las Palmas relata que el abusador era su padre, publicado en El EspañolEl Español, una joven de 20 años reflexiona sobre diversos episodios entre 2003 y 2008, denunciados dos años atrás y admitidos en una sentencia de conformidad a mitad de julio, con el objetivo de concienciar a la sociedad para ayudar a otros menores perjudicados. En terapia y con medicación tras sufrir un trastorno depresivo de los estados del humor y de ánimo, Paula también desprecia a su padre ("lo que realmente se siente es la nada: absoluta y completa indiferencia. Los pederastas son sólo un trozo de mierda ocupando espacio en el mundo y, como cuando te encuentras un trozo por la calle, lo máximo que puedes sentir es asco") y reprocha al resto de su entorno y familia, madre incluida ("es imposible que algo así pase y nadie se dé cuenta de nada. No señalaré a nadie con el dedo, sus conciencias ya se encargarán de castigarles").

"No bajé la vista"

Casi medio año después, "me hace daño leer y recordar las palabras de mi hija, más que los ocho años horribles de matrimonio, yo la veía mal, como deprimida, en otro mundo, me costaba llegar a ella, tan hermética, tan cerrada, me duele haber perdido a mi hija, de la otra persona no quiero saber nada; cómo iba a percatarme de que era tan serio o sospechar tal gravedad de lo sucedido en el baño, de ser así, no sé qué hubiera hecho pero, desde luego, no me quedo con los brazos cruzados", responde Ana sobre una masturbación del ex delante de su hija con 5 o 6 años, uno de los hechos probados en la sentencia condenatoria a 24 meses de prisión (sin ingreso al cometerse antes que los delitos de sus antecedentes penales), una indemnización de 25.000 euros y una orden de alejamiento e incomunicación hasta 2022.

"En una ocasión, sentadas en el salón, las noticias nombraron a un hombre que había hecho algo y ella dijo que papá también", rememora la madre de Paula, "pero fue un momento inoportuno, él ya venia recoger sus cosas para marcharse en pleno pleito por la separación, y puntual, no se volvió a repetir, no me lo volvió a contar más, intervengo si ella me lo hubiera contado". De hecho, "cada vez que había un problema, yo intervenía, como cuando hablé con la tutora por un niño que la invitaba a drogas y trataba de tocarla, incluso seguí los pasos que me dijeron en la policía, aunque al final se solucionó con la expulsión del instituto, o como cuando un hombre extranjero se rozó con las niñas en una piscina, intolerable, pero el padre no les hacía caso, así que me enfadé con él y le dije que volvieran a casa", detalla antes de lamentar que "ella lo tiene olvidado y solo recuerda otros momentos; me tiene tachada como que no hice nada, por algunas equivocaciones da igual todo lo demás, duele muchísimo".

Ahora, como si encajaran las piezas de un puzzle, reconoce: "Tardaba mucho en bañar a las niñas, también le gustaba ponerles los pañales o tumbarse en el suelo para que jugaran encima de él, me da mucha rabia recordarlo, mucha, mucha, siento mucha rabia de no haber llegado a pensar que hubiera algo detrás, de no haber pensado mal, ¿cómo voy a seguir con alguien así?" Aunque" como madre he hecho todo lo que he podido para defenderla en todo, a ella y sus hermanos, si ese día no fui consciente, no merezco que me crucifique; por favor, que me perdone, no bajé la vista y si lo que veía no me cuadraba, mi madre se sorprendía por que se me ocurriera pensar mal con la suerte que había tenido por casarme con un ingeniero, apoyo cero, machaqueo familiar, poniendo en tela de juicio lo que haces y no, tanto la mía como la suya, reproches con todo, era demasiado", se disculpa Ana, criada "en una familia de las de antes, un poco estricta, en la que se inculcaba desde chica que hay que aguantar en el matrimonio, en el trabajo y en todos lados".

Entonces "enamorada" del novio y marido, ahora cuadran a su exmujer los "comportamientos extraños notados desde siempre en él, de repente está bien y al momento superagresivo, es una persona fría, no tiene acercamiento a los demás, no se preocupa o trata de ayudar a la gente, se ríe cuando le sucede algo a un amigo o familiar, los psicólogos han dicho que es bipolar y narcisista, entre otras cosas; sabía que era un tío raro y malo porque no es buena persona, pero hasta tal punto..." Y Ana comparte, por tanto, la definición de su hija sobre el padre, incluso la agrava: "Es peor que un monstruo, peor que un trozo de hielo, que se derrite a temperatura ambiente, él siempre está igual, no tiene sensibilidad ninguna, aunque no lo parezca, insensibilidad total, simula ser muy formal, pero es un hombre con una cara en la calle y otra de puertas adentro".

Además de testigo ciego de tocamientos pedófilos en aquella "casa de los horrores", según Paula, Ana también se declara víctima directa de maltrato psicológico, de violencia machista por parte del doctor Quintana Santana. "No me pegó, pero daba puñetazos y rompía cosas, estuve hasta ingresada con crisis de ansiedad y la depresión me duró cinco años, lo pasé fatal, perdí el rumbo, era mucha presión en casa y por parte de la familia", asegura la madre para confirmar la acusación incluida en la carta pública de la hija mediana.

"Al contarlo en Cruz Roja me di cuenta de lo que había estado viviendo", admite Ana, "pero en la policía me dijeron que no merecía la pena que hiciera los trámites si no tenía testigos porque no conseguiría nada, hablo de hace muchos años, sin tanta sensibilidad como ahora".

Una mujer valiente

No todo excusas o acusaciones, también admite errores la madre de Paula: "Me arrepiento de no saber responder bien cuando las niñas entraron en la adolescencia; tenían un comportamiento difícil como todos, pero las dos iban en paralelo, se magnificaban y fue un cambio tan fuerte que llega un momento en que no conoces a tus hijas; yo me enfadaba por tonterías y a raíz de unas discusiones se fueron a casa del padre".

Por entonces, verano de 2016, la Policía Nacional detiene a José Quintana y varios pedófilos más por poseer pornografía infantil procedente de internet en una operación estatal contra la corrupción de menores, delito por el que acepta una condena inferior a dos años de prisión. Por ello, Ana quiere agradecer a la Policía su labor porque "fue el detonante para que ella rompiera, abrió sus ojos, para que le denunciara", además de reconocer la tarea de la periodista Sofía C. Rodríguez porque "ofreció a Paula la oportunidad de expresarse en público a través de El Español para liberarse".

Y, sobre todo, se enorgullece del coraje exhibido a lo largo de todo el proceso personal y judicial por su hija mediana. "Ha demostrado que es una mujer muy valiente", concluye Ana su carta pública de disculpas maternas, mejor que declaración de odio y venganza, de amor y perdón.