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Entrevista | Pepa Torres

"Los migrantes aportan mucha riqueza demográfica y económica al país"

"Vivimos en un contexto mundial que es un grito ante la violencia y la injusticia estructurada", destaca la educadora social, profesora y teóloga

La educadora social y teóloga Pepa Torres estos días en Las Palmas de Gran Canaria. QUIQUE CURBELO

Su teología del grito es una invocación que intriga e inquieta. Hablemos de ella?

Tiene que ver con el porqué, el para qué y para quienes se hace teología. Creo que desde una mirada creyente el Evangelio es un grito exigiendo inclusión, justicia y fraternidad. La vida de Jesús es un grito. Murió por gritar, por anunciar y por denunciar. Sin embargo en la experiencia religiosa, y muchas veces en la teología hemos domesticado este grito y más que despertar hemos adormecido. En ese sentido, los cristianos también creemos en un Dios que se ha encarnado, que habla a partir de los acontecimientos históricos, a partir de los signos de los tiempos, y realmente vivimos en un contexto mundial que es un grito ante la violencia y la injusticia estructurada. La teología no puede estar al margen, aunque al mismo tiempo este Dios de la encarnación no sólo grita sino que también en Jesús descubrimos a este Dios de la ternura y la solidaridad. Por eso en el mundo de los pobres hay gritos que nos urgen a denunciar y la teología debe hacerlo, pero también hay anuncio, caricia y utopía que debe recoger. Como dice Francisco, una teología también de la ternura, o como dice Jon Sobrino: la teología no solamente puede ser inteligencia de la fe sino que está llamada a ser inteligencia del amor y de la solidaridad. Los teólogos y teólogas no podemos estar al margen de los gritos y de los anhelos más profundos que acontecen hoy en nuestro mundo.

¿Cómo ha de ser el grito de los excluidos para que llegue a la sociedad?

Habría más que preguntarse sobre nuestro nivel de sensibilidad porque a poco que veas la televisión, incluso el canal más manipulado, te das cuenta de la situación tan desigual en la que vivimos en el mundo y, como dice la filósofa Judith Butler, de que no todas las vidas valen lo mismo. ¿Cómo ha de ser el grito de los migrantes para que despertemos de esta visión que nos quieren inocular como si ellos fueran el problema en Europa cuando el problema es la crisis de civilización que vivimos, la insostenibilidad de la vida en el planeta por esta economía que tenemos, la vuelta de tuerca del capitalismo neoliberal que necesita excluidos, empobrecidos y expulsados para que sigan viviendo bien en el mundo las minorías? El problema no es del grito de los pobres sino de la sensibilidad. También lo ha denunciado Francisco. Se ha globalizado la indiferencia. ¿Cómo despertar de ella o de esta conciencia ingenua ante la pobreza global? Ahora mismo, por ejemplo, se ven emerger los fascismos y populismos en Europa. ¿A qué responde? ¿Cómo desarrollar un pensamiento más crítico? ¿Cómo señalar o buscar juntos quiénes son los responsables de esta crisis de civilización que vivimos sin enfrentarnos unos contra otros, sobre todo pobres contra pobres, que es lo que interesa al sistema para mantenerse en la misma situación de privilegio?

¿Duele más la exclusión de los migrantes que la de los nativos?

Duele la exclusión, el sufrimiento, la injusticia y la violencia. Quizá lo que tenemos que ver, desde un punto de vista cristiano, es si podemos hacer esa separación acerca de quiénes son los nuestros, cuando la llamada es a la fraternidad, cuando todos estamos llamados a ser iguales, cuando es un privilegio nacer en una parte del mundo, que tenemos que poner a disposición precisamente para que no haya privilegios, para que todos estemos llamados a vivir esa igualdad, esa justicia global. No me gusta hacer esas separaciones porque son tramposas. En el último informe Foessa en España en una institución como Cáritas podemos identificar que aunque esta crisis ha generado la pobreza también incluso en las clases medias, hoy en este país, dicho también por los obispos los más pobres son los migrantes, habiendo también otros empobrecidos. Es importante luchar juntos por la defensa de nuestros derechos sociales. Por ejemplo, en las luchas por la vivienda, el stop desahucios es quizá uno de los espacios donde migrantes y autóctonos más se están juntando y reconociendo como imprescindibles la lucha por el derecho a la vivienda que en este país ha terminado por ser un privilegio cuando debería ser un bien social. Es necesaria una ley pública de vivienda, tanto social como de alquileres sociales y no dejarla en manos de los fondos buitre. Derecho a la vivienda de quienes convivimos en un mismo territorio porque los migrantes aportan mucha riqueza al país, no solamente demográfica sino económica. Sólo hay que ver las cifras de la Seguridad Social, pero eso no se suele contar en las noticias sino que más bien se desarrollan mitos que generan el racismo y la violencia institucional.

"Militante de muchas causas", como usted se define, ¿cual de ellas presenta rasgos más sangrantes?

Como mujer me siento muy afectada por la situación femenina en la sociedad y en la Iglesia, pero especialmente con todo lo que tiene que ver con ser invisible e indocumentado. Que por no tener papeles no existas ni tengas derecho a la atención sanitaria como ha ocurrido en Madrid por el decreto de exclusión sanitaria por el que a una mujer con cáncer se le negaba el tratamiento y que haya tenido que crearse una plataforma, Yo sí a la sanidad universal, invitando a la desobediencia organizada y reglamentada de los sanitarios para poder atender, por ejemplo. También hay que hablar de la trata de seres humanos y, en particular, de la de mujeres.

Las luchas de las mujeres, los migrantes y los manteros, por ejemplo, ¿la comprometen por igual o valora una escala de importancia?

Todo lo que tiene que ver con las personas sin papeles me parece especialmente sangrante porque creer firmemente que ningún ser humano es ilegal no es una proclama. La legalidad no puede ser más importante que la dignidad de las personas. Monseñor Agrelo, el obispo de Tánger dice: la legalidad ha declarado la guerra a los pobres. No sólo se vulneran los derechos de estas personas en nuestro país sino también en EE.UU. con las leyes de Trump, en Francia, en Hungría, etc. La ciudadanía ha de ir más allá de los Estados nación, no puede ser un privilegio según donde hayas nacido, desde una perspectiva cristiana ha de ser universal.

¿Qué considera más eficaz, el grito, o arraigar el sentimiento compasivo que es común en otras culturas como expresión de la solidaridad?

La compasión, sobre todo la cristiana, tiene un momento de indignación ética, cuando el sufrimiento del otro se hace intolerable y esto pasa por el grito ante una sociedad, una Iglesia, unas relaciones o una organización social que banalizan el sufrimiento. La compasión pasa por la ternura, la acogida y el cuidado de quien sufre también. Para que haya compasión hay que luchar por las causas para que no se repita ese sufrimiento. Lo que no soportaron los poderes religiosos y políticos contemporáneos de Jesús fue su compasión que invitaba a subvertirlo todo.

Recuperar "la vigencia del grito, por políticamente incorrecto que parezca"¿no genera más desconfianza que adhesión en la sociedad biempensante?

Genera conflicto. El grito no tiene por qué ir unido al no reconocimiento del otro, es decir que lo que pretende es denunciar una situación de injusticia, proponer alternativas para que no se repita y la conversión de todos. El cristianismo siempre salva a la persona del otro, incluso hasta del enemigo. Sin grito no despertamos. Hay un texto eclesiástico que dice que los gritos de los pobres no cesan hasta alcanzar a Dios, quien entonces responde. Por eso Dios no es parcial con los pobres. Creo que los cristianos y la Iglesia en general hemos sido más socializados en el silencio, que también es una forma de solidaridad cuando se produce ante lo que no comprendes.

Trae a Las Palmas y a Telde un programa de conferencias de interés. ¿Puede resumir su temática?

Hace dos días compartí con la mesa de migraciones de la Iglesia de esta isla mis experiencias, propuestas y denuncias de lo que está siendo el compromiso con las personas migrantes y refugiadas. En este momento es fundamental ver cómo nos organizamos como Iglesia ante esta respuesta tremenda que son las políticas migratorias en Europa. Ayer participé en la Escuela de Formación Sociopolítica que tiene una gran tradición militante en Gran Canaria, en que mi aportación ha sido sobre los movimientos sociales y democracia. Mi manera de entender el compromiso social y político tiene que ver con estos movimientos, una manera de hacer política que no está en manos de los expertos ni de los partidos, pero que tiene más que ver, como dice García Roca, con la subpolítica, con una forma de descender a la vida cotidiana entre las personas y colectivos que nos organizamos para sacar nuestra capacidad política y no dejar las decisiones más importantes de la vida en manos de los políticos y los expertos. Con la Escuela de Teología daré una conferencia sobre el compromiso en los tiempos de incertidumbre en que vivimos. Desde el punto de vista ecológico es evidente, estamos en lo que algunos llaman el colapso. Estamos también en un momento de liderazgo eclesial de Francisco, de apuesta por lo social, por un deseo profundo de cambio. Pienso que entraremos en esta dinámica toda la Iglesia y si no tendremos que seguir el Evangelio como siempre, la guía de los cristianos.

La Escuela de Formación Sociopolítica y Fe Cristiana, su anfitriona en la Isla, no suena mucho. ¿Es víctima de ninguneo social?

No lo sé, pero ciertamente toda propuesta crítica y alternativa suele ser apagada por los sistemas de poder. Lo que sí se es que ha creado muchos militantes en los movimientos sociales y en los sindicatos porque me consta también por los compañeros de la UAC o por gente de otras islas, como las mujeres militantes de Tenerife.

¿Cómo valora éticamente el momento actual de España y del planeta?

Lo ha dicho también Noam Chomsky, no es que atravesemos, por ejemplo, una crisis de refugiados o de migraciones, sino la gran crisis de Occidente, la pérdida del alma. No podemos mantenernos impasibles en la defensa de unos privilegios de vida sin mirar hacia más lugares del mundo. En este momento nos está pudiendo mucho más el miedo y, sobre todo, la libertad de mercado y desde ella el control de las fronteras que atrae muchísimo dinero. Hay grandes empresas transnacionales que se están enriqueciendo con los sistemas de seguridad. Me parece que, en ese sentido, la Historia leerá este momento con unos ojos mucho más críticos a como en general la mayoría de la sociedad lo estamos viendo. Está aconteciendo un auténtico expolio de la Tierra y millares de muertes injustas de personas en sus travesías a esta parte del mundo o en sus propios lugares donde están destinados a vivir sin futuro. Hay continentes enteros llamados a desaparecer, como por ejemplo, África.

¿Cuál es actualmente su relación con los Teólogos de la Liberación?

Soy una gran discípula de esta Teología, especialmente de Jon Sobrino y de Gustavo Gutiérrez. Participo más bien de un movimiento que es minoritario que intentó trasladar la Teología de la Liberación a los contextos de marginación del cuarto mundo que no tienen nada que ver con el contexto de esta Teología, pero aplicando esas categorías elaboramos una Teología que nos ha servido para pensar en la inclusión de otra manera. De Jon Sobrino y de Gustavo Gutiérrez me guío por el principio de misericordia sobre todo, pero prefiero la lectura de las teólogas feministas latinoamericanas, como Ivonne Guevara, quien me modificó mi visión de Dios. Ellas aportaron una visión teológica de las mujeres más empobrecidas, algo que me nutre. En España vamos también por la tercera generación de teólogas.

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