Esta mañana nos ha tocado bucear con duras condiciones. Viento de 20 nudos y nevando intensamente en algunos momentos. La temperatura es de -10º centígrados pero la sensación térmica de -14º debido al viento helador. Mientras navegamos en nuestra neumática en dirección al glaciar que está a una milla del barco, observo cómo la nieve se va acumulando sobre nuestros equipos de buceo, que descansan en el suelo de la embarcación, y cómo mis compañeros se van cubriendo de blanco por la nieve y el hielo.

Esta es la segunda inmersión de la expedición, y ya nos vamos habituando al pesado equipo. Cuando salto al agua llevo encima unos 80 kilos entre la cámara, las luces, la botella, el cinturón de plomos, etc. Una de las cosas más importantes es sobreponerte al agobio que implica el complejo equipo que llevamos encima y que limita mucho nuestros movimientos: de los brazos, las manos apenas tienen tacto por los gruesos guantes, es difícil girar el cuello, el campo de visión es muy limitado, etc.

Por todo es muy importante colocarse meticulosamente todos los elementos que vamos a manejar en la inmersión para que sin mirar nuestras manos encuentren y accedan a las válvulas que durante la inmersión tienes que manejar: dos válvulas para el llenado del aire, otras tres de purga, poder mirar el computador, controlar el manómetro que nos da el nivel de aire que nos queda en la botella, tener acceso a la boya de descompresión, encender o apagar los dos sistemas de calefaccio?n que llevamos para poder prolongar al máximo la duracio?n de nuestra inmersión... Y, por supuesto, poder manejar otros elementos que llevamos para nuestra seguridad.

El principal de ellos es una radiobaliza que en caso de perdernos lanza una señal que proporciona al barco y las neuma?ticas de buceo nuestra posición. Es el invisible cordón umbilical que nos conecta con nuestro barco. En estas condiciones tan duras no podemos permitirnos el perder esa conexión, ya que sabemos que los tiempos de supervivencia de un ser humano en las aguas gélidas son mínimos. Siempre me concentro mucho antes de las inmersiones para hacer todo lo relativo a la inmersio?n de manera automática y así concentrarme en el manejo de las dos cámaras que llevo para grabar, una compleja RED Dragon que graba en 6K y una Canon.

El lugar elegido para la inmersión de hoy es un espectacular y enorme glaciar de intenso color azul turquesa, donde el biólogo chileno Cristian Lagger trabaja desde hace años estudiando el efecto del cambio climático. El buceo lo iniciamos en un pequeño islote situado a 230 metros del glaciar. Me impresiona lo que Cristian me ha contado en el desayuno. Que este islote hasta el año 2009 estaba cubierto bajo el hielo del glaciar y ahora el glaciar queda a 230 metros de distancia. Impresiona y en cierto modo asusta cuando uno ve in situ los efectos del calentamiento global, cuando lo percibe en primera persona. Según Cristian el glaciar ha retrocedido un kilómetro en los últimos 40 años. Es difi?cil poder palpar en primera persona los efectos del calentamiento global, un problema que escuchamos a menudo pero que puede sentirse como un concepto abstracto. Pero aquí en la Antártida pueden verse claras las consecuencias del cambio al cual estamos sometiendo al planeta. Salto al agua preocupado, con la cabeza dando vueltas a este problema.

Dolor en la cara

Los primeros dos minutos domina la sensación de dolor en la cara por el agua a cero grados. Luego el dolor pasa y comenzamos la inmersión. En los primeros 15 metros la visibilidad es casi nula por todo el sedimento que llega al mar por efecto del glaciar. A partir de esa profundidad mejora la visibilidad, pero el ambiente es muy oscuro, ya que la capa superficial apenas deja pasar la luz. Durante la inmersión me dedico a grabar el trabajo de Cristian, que registra con su cámara cómo la vida va colonizando el fondo que en estos años va dejando el glaciar al descubierto al fundirse el hielo. Su trabajo es de enorme importancia para ayudar a predecir las consecuencias que aún hoy día desconocemos de cómo va a afectar el aumento de las temperaturas en la naturaleza del continente Antártico.

La expedición chileno argentina viaja en un buque de la Armada de Chile, y su misión es aportar datos científicos y testimonios gráficos sobre la desaparición de especies, con los que dar argumentos a los gobiernos para que protejan las zonas más sensibles y vírgenes del planeta. El objetivo es que las administraciones creen reservas marinas.