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Entrevista | Elsa López

Elsa López: "Sé que he sido una excepción entre tantas mujeres que no pudieron dedicarse a escribir"

"Me he movido en un mundo de hombres y he tenido el respeto y la consideración de todos ellos", afirma la poeta, editora e investigadora

La poeta, editora y ensayista Elsa López. La Provincia / DLP

Resumiendo mucho su trayectoria se ha desenvuelto a caballo entre la literatura -sobre todo, la poesía-, la enseñanza, la investigación antropológica y etnográfica, y la iniciativa y la gestión cultural y editorial. Su ejemplo confirma que el techo de cristal que constriñe a las mujeres en las letras puede taladrarse, aunque es cierto que, tal como usted ha declarado, "he trabajado toda mi vida como una hormiguita".

Sí, esto es algo que yo siempre reivindico: el trabajo como una constancia. Sin embargo, yo no lo tengo como disciplina, porque no soy de las que escribe todos los días durante tres o cuatro horas, sino que escribo cuando me apetece hacerlo, pero sí que creo en la disciplina del esfuerzo y la constancia. En este sentido, yo no he dejado de escribir -públicamente, me refiero-, desde los 18 o 19 años, cuando se publicó por primera vez algo mío. ¡Fíjese si ha llovido! Yo ejerzo la escritura como una profesión y siempre he escrito lo que me ha apetecido, donde he querido y como he querido, porque esto es algo que siempre he tenido muy claro: que tengo libertad absoluta para ello. En ese sentido, con respecto a ese techo del que tanto se habla, yo nunca me he sentido restringida, porque lo he tenido muy claro y, sobre todo, porque he tenido la gran suerte de tener a mi alrededor a personas que me han apoyado siempre y que me han dado el lugar que necesitaba para llevarlo a cabo. Y eso es muy importante para una mujer. Si he dejado de escribir en algún momento ha sido porque me ha dado la gana, o porque he decidido hacer otras cosas, pero nunca porque la sociedad me pusiera impedimentos.

A mediados de los 70 publica su primer poemario y su primer estudio como antropóloga, y en 1989 funda en solitario Ediciones La Palma, ¿constituía un hecho excepcional en una España donde las mujeres apenas habían tenido oportunidades para trascender el modelo patriarcal del franquismo?

Claro, es que como escritoras y editoras éramos tres mujeres en toda España, fíjese. Bueno, era tan raro, tan raro, que ni yo misma me di cuenta de lo que estaba haciendo. Yo me he movido en un mundo de hombres y siempre he tenido el respeto y la consideración de todos ellos. Además, yo editaba libros y poemarios precisamente con los compañeros que tenía alrededor, así que en parte salí adelante gracias a muchísimos escritores que me apoyaron, como José Hierro, Antonio Gala, Pablo García Baena o Claudio Rodríguez. Todos eran hombres y me apoyaron. Y eso es maravilloso poder contarlo ahora. Pero sé que he sido una excepción entre tantas mujeres que no pudieron dedicarse a escribir y que, como escritora, he recibido más honores que muchas mujeres de mi generación. En este sentido, no me he sentido en absoluto ajena al mundo de la literatura porque me hayan puesto pegas por el hecho de ser mujer. Evidentemente, soy consciente de que esto no sucede con todas las mujeres que escriben.

¿Cuál diría que fue su empeño o actitud para abrirse camino en un -otro- terreno tradicionalmente vedado a las mujeres?

Quizás fuera eso, una actitud, no digo ya en la literatura, sino en la vida. Yo no comparto el victimismo, porque me horroriza: creo que cuando quieres hacer algo tienes que enfrentarte, tienes que luchar. Y si yo luché en los años 60 por ocupar un lugar físico en la sociedad fue a costa de ir a un banco y que me negaran un dinero por no llevar la autorización de un marido, y les monté una bronca, claro. Por supuesto, me lo negaron y no me lo dieron (risas), pero esas pequeñas luchas de unas y de otras significaban que nos estábamos enfrentando a determinados actos a través de pequeñas luchas cotidianas que luego compartíamos. Por ejemplo, en los 60 fui a coger a un tren, me pidieron el permiso de mi marido y me enfrenté con el señor de Renfe. En fin, pequeñas acciones que emprendíamos 50 o 60 mujeres, y que nos daba mucho orgullo haber podido hacer, aparte de las manifestaciones, que fueron pocas porque nos reprimieron en todas ellas. Recuerdo que, en 1964, nos sacaron de una arrastrándonos de los pelos. Esa lucha la he vivido en mi piel.

Distinguida con el Premio de Investigación José Pérez Vidal, el Premio Nacional de Poesía José Hierro o el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla -siendo, en este último caso, la primera mujer en recibirlo-, entre otros galardones, ¿le inquieta que en el siglo XXI las escritoras sigan reivindicando una habitación propia

Sin duda alguna. A lo largo de la historia de la literatura, todos sabemos lo que ha pasado con muchísimas mujeres, que han tenido que escribir en silencio, solitarias, sin poder expresarse libremente, o que han estado detrás de un hombre, teniendo que vestirse de hombre o imitar una actitud de hombre para poder estar en el mundo literario, en las tertulias o en los foros de letras. Por supuesto, con estas reflexiones me refiero al mundo europeo, porque en otros países la cuestión es casi innombrable, aunque ahora en África, por ejemplo, hay un movimiento muy interesante, que estoy siguiendo muy de cerca, conformado por escritoras africanas muy valiosas, que están dando el do de pecho. Muchas de ellas se han visto obligadas a irse de África y exiliarse en Europa, porque el hecho de escribir en su entorno social es una carrera de obstáculos. Pero me alegra profundamente que se esté cumpliendo ese sueño en África, en países como Senegal o Guinea, donde las mujeres van creando su propio lugar en un mundo tradicionalmente de hombres. En cualquier caso, no tenemos que irnos tan lejos en este debate porque, por lo general, muchas mujeres siguen siendo víctimas de un sistema social que no les ha permitido ejercer esa profesión que les hubiese gustado, ni tan siquiera como hobbie.Y eso es inaceptable.

En concreto, como escritora afincada en Canarias, ha rebasado la doble barrera que todavía aquejan muchas autoras en las islas: el hecho de ser mujer en la ultraperiferia. En cambio, su nombre ha engrosado antologías literarias nacionales desde los años 80, otra asignatura pendiente para muchas.

Sí, por eso repito que soy una excepción. Pero sí es cierto que, en esas antologías donde figuran mis obras, quizás haya dos mujeres y 17 hombres. También he formado parte de muchos jurados de distintos premios de poesía, compuestos por cuatro hombres y una mujer, que era yo. Sin embargo, cuando me han llamado en uno y otro caso no he sentido que existiera una percepción de género, sino que nos llamaban porque creían verdaderamente en nosotras. Yo he participado en tertulias con grandes autoras como Paca Aguirre, que era una mujer muy considerada dentro de la poesía española. Por tanto, siempre sentí que las escritoras estábamos ahí y que, poco a poco, íbamos ganando terreno, sin darme cuenta de que, en todo momento, éramos una excepción. Ahora, con el tiempo, sí me he dado cuenta. Por eso, ahora yo misma analizo en una antología poética cuántas mujeres y cuántos hombres hay. Y cuando veo que una antología incluye 20 hombres y dos mujeres, me apena que sigamos así. Sin embargo, en los años 70 u 80 no me fijaba en eso, lo cual era una trampa, evidentemente, pero yo estaba muy sumida en ese mundo. Ahora, en cambio, sí soy muy consciente.

¿Cómo se fragua en su interior ese cambio de perspectiva?

Bueno, las jóvenes autoras o poetas a las que he tenido la suerte de editar o de conocer me han abierto los ojos en este sentido, tanto en esa actitud crítica como en otras cuestiones, como, por ejemplo, el lenguaje. Ahora me sucede lo que antes no me pasaba nunca, y es que miro una fotografía, como, por ejemplo, de un gobierno de un determinado país, y me abruma que sean todos hombres. Ahora es cuando me fijo en todo eso y han sido las mujeres más jóvenes las que me han abierto o educado la mirada.

Me parece hermoso que, erigiéndose sin duda en un ejemplo o referente para esas nuevas generaciones de autoras, también usted haya aprendido algo de ellas.

Claro, claro, eso ha sido muy importante para mí. Y en este momento, yo me nutro de muchos de esos análisis que hacen. A veces, me irrito, porque me digo: ¿cómo no lo vi antes? Porque lo veía en una multitud de aspectos cotidianos, como la libertad para viajar o administrar tu dinero, que nos sacaban los nervios, pero no nos poníamos a analizar profundamente todos los territorios que quedaban por cubrir para lograr una igualdad, como en el caso del lenguaje, que es una lucha que a mí me cuesta. La idea de reciclar el lenguaje y hacerlo inclusivo, como se dice ahora, me cuesta, porque ya son muchos años expresándome de una manera determinada, pero sí que intento prestarle atención a esta cuestión.

Quien conozca su trayectoria sabe que Elsa López es contestataria de cabeza y de corazón, por lo que la han rebautizado como "la insumergible", porque si se hunde, reflota. ¿Hoy considera que ha pagado facturas muy altas por esa libertad?

Ay, la insumergible... También me llamaban "la corcho", porque, si me empujaban pa' abajo, me subía otra vez. Me llamaban así porque esa era mi actitud en todo, no solo en el mundo de la literatura. Yo he sido un animal social, porque me he movido en muchísimos sectores que nada tienen que ver con la literatura y, en ese sentido, no me he puesto barreras. También me llamaban "cardito", quizás porque yo, como mujer, me resistí a determinadas cosas. Por ejemplo, a mí me gustaba jugar al fútbol, pero para eso me tenía que ir con chicos a todas partes. Y por otra parte, en mi manera de hablar, de decir las cosas y, hablando claro, en mi comportamiento sexual, yo era un "cardito", porque no me gustaba que me manejaran, sino que quería que me trataran como si fuera una de ellos. Creo que por eso aprendí a decir "te quiero" y a dejarme querer siendo ya muy mayor, pero porque quería que me trataran como a una persona y no de forma diferente por ser mujer. Así que, respondiendo a la pregunta, supongo que eso fue lo que más me costó.

Luego, escribió ese precioso verso, que dice: "No he renunciado ni al amor ni a la herida".

Así es, esto tiene que ver con mi trayectoria vital personal. Ese verso lo cogió Covadonga García Fierro para hacer un estudio sobre mí, muy interesante. Yo, hoy por hoy, me niego a renunciar al amor y lo llevo siempre como baluarte, como razón de vida. Y también creo que cualquier herida puede servirte para mejorar, para crecer y para hacerte más valiente. Por eso no renuncio a ninguna de esas dos cosas y, además, me alegro de que haya escogido ese verso, porque me define, es como un autorretrato. Le doy las gracias por haberlo escogido.

Con todo, ¿sigue reivindicando la poesía como territorio de libertad, de búsqueda y de reivindicación de lo que somos, o de encuentro con el otro?

Para mí, la poesía es mi manera de expresar lo que pienso. Lo de la identidad es una cosa muy compleja y, como he viajado y he ido a tantos sitios desde que era pequeña, me cuesta mucho hablar de raíces. Por eso, mis raíces son afectivas. Yo me agarro a La Palma como se agarra una enredadera a un tronco, porque esta isla ha sido mi mundo afectivo, donde recibí el amor de mi abuela, que me crió, me cuidó y me quiso tanto. Prefiero hablar de personas más que de territorios y, en ese sentido, mi abuela era La Palma. A partir de ahí, todo el mundo que yo he creado fuera de La Palma está pensado a partir de la infancia. Y ese mundo se ha ido extendiendo, he ido descubriendo y queriendo la isla, y forma parte de mi identidad porque me siento feliz aquí, es como si volviera a ser esa niña querida y pequeña. Pero el territorio no es mucho más. Para mí, no hay más identidad que esa. Luego, también es cierto que, cuando viví en Madrid tantos años, me sentí madrileña; y luego, cuando viví en Córdoba durante cinco años, me sentí cordobesa. Y por ejemplo, quedo con una amiga de Senegal y, de repente, como, bebo y pienso como una senegalesa. En definitiva, somos de todos esos lugares donde nos hemos sentido queridos y hemos sido felices.

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