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Derecho sobre los otros

Derecho sobre los otros

La polémica sobre el descubrimiento, conquista, aculturación y cristianización de los habitantes América por los españoles en el siglo XVI me recuerda las dudas y reservas que se tienen sobre la salud pública. En salud pública, a diferencia de asistencia sanitaria, es el proveedor el que decide qué debe hacer el individuo, y se lo impone hasta donde puede. Es verdad que también esto ocurre en la consulta médica, lo que se denomina "relación de agencia": el paciente viene con una queja, el médico no solo identifica la causa, define lo que necesita y propone cómo satisfacerlo: el tratamiento. Una propuesta que es casi una imposición. Aunque gracias a internet y otros medios, el paciente es cada vez menos ignorante, algo que debemos celebrar.

Volviendo a la salud pública. Aquí es el Estado el que decide qué es bueno para el individuo, más específicamente, qué es bueno para la sociedad. El ejemplo más claro es la potabilización del agua de bebida. Fue una decisión tomada por los ayuntamientos y gobiernos locales a principios del siglo XX, fundamentalmente añadiendo cloro en los depósitos. A partir de ese momento, aunque uno no quisiera, iba a beber agua clorada. Se desató una polémica sobre los restos de cloro con material orgánico y sus posibles efectos para la salud. Nada se pudo probar. Mientras, las enfermedades trasmitidas por agua descendían espectacularmente. Se clora por el bien de la sociedad, aunque haya individuos que no estén de acuerdo.

Un ejemplo más sutil es el cribado. Aquí no hay una imposición, pero sí una intromisión en la privacidad. Mientras en la asistencia sanitaria es el individuo el que elige ir al médico y esa decisión comporta unos riesgos y unas consecuencias, en el cribado es el Estado el que decide que el individuo sufra una exploración diagnóstica para un problema que no tiene y que lo más probable es que nunca lo vaya a tener. Durante unas semanas vivirá una incertidumbre. Y si las pruebas apuntan a que puede tener el problema, la incertidumbre se convertirá en ansiedad que se resolverá, en un alto porcentaje, con un diagnóstico negativo. En el caso de que sea positivo, puede sentir un cierto alivio ante esa adversidad porque se espera que los tratamientos que se le aconsejen tengan una alta probabilidad de curación, como así ocurre. Pero lo que no se dice, con la misma contundencia, es que algunos casos que han sido tratados con la necesaria agresividad terapéutica se hubieran resuelto solos. Porque el organismo tiene capacidad de curar. Por eso cuando se examina la utilidad de un programa de cribado se tienen en cuenta todas las adversidades y una vez valoradas, sopesadas, se decide ofrecerlo masivamente, recomendarlo, casi imponerlo. Y aunque, en teoría, sería bueno diagnosticar precozmente cualquier cáncer, solo se recomienda cribado para tres: mama, cuello de útero e intestino grueso. Tenemos dudas respecto al cáncer de pulmón en fumadores importantes y cada vez las tenemos menos respecto al cáncer de próstata: los riesgos superan a los beneficios.

Mientras los europeos estamos orgullosos de nuestra herencia romana, pocos en Hispanoamérica se sienten orgullosos de su herencia española.

Aquí no es una cuestión de si España les ha dado mucho o poco, si la colonización española fue mejor o peor que otras o si la civilización que destruyó era más o menos cruenta, más o menos eficaz. La cuestión, en la analogía con la salud pública, es si se tiene derecho, y cuándo y cómo, a modificar conductas, a imponer criterios, formas de ver y estar en el mundo. Realmente, esto es lo que hace cualquier sociedad en la que se nace: uno no elige el idioma o la cultura en la que se cría que es la que va a modelar. Y aunque en la democracia las leyes dimanan del pueblo, uno apenas tiene capacidad para cambiarlas, además la mayoría están ahí cuando se nace. Por tanto, siempre hay una invasión de la individualidad, invasión necesaria, imprescindible para la supervivencia.

Decía el Papa, en la entrevista con Jordi Évole, que hay que juzgar los hechos pasados con la epistemología, con la forma de interpretar el mundo, de entonces. Pero los hombres de ahora juzgan su herencia con la epistemología de ahora, y ellos son los que exigen una reparación aunque sea un acto nominal: ¿es comprensible?

Si en el siglo XVI las culturas fuertes, las que se creían en posesión de la verdad, no tenían ninguna duda sobre su derecho, y obligación, a imponerla (además de aprovecharse de los conquistados), la de hoy día, que defiende que hay derechos universales, también cree que puede intervenir e incluso a imponer sus leyes en casos de caos y flagrante incapacidad de una sociedad para regirse. Es lo que hizo las Naciones Unidas en Kosovo, por ejemplo. Como en salud pública, se valoran los riesgos y los beneficios, supongo.

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