Tu voz aún resuena potente a lo largo de la Playa de las Canteras. Con ella recuerdas a quien te quiere oír qué ha de hacer para pasar el mejor día de playa. Con ella ruegas a los miles de bañistas que nunca tendrán la suerte de conocerte que cuiden de su piel, de sus pertenencias. Que se cuiden simplemente, maldita sea.

Tu voz, querido Carlos, también sigue resonando sin parar en los oídos de los que sí tuvimos la fortuna de tratarte. Esa voz de galán con la que nos explicabas cómo era posible dar marcha atrás al tiempo con solo dar un paso; que disertaba paciente sobre la diferencia entre climatología y meteorología o entre las nubes que parecen algodones y las que parecen un estropajo de fregar; con la que charlabas con igual pasión sobre un glaciar de Chile, sobre la trama Gürtel, o sobre la penúltima calamidad de la Unión Deportiva. La voz que empleabas por igual para recitar eufórico a Oliverio Girondo en despreocupadas noches de verano y para desafinar con soltura cuando aparecía una guitarra. Esa voz tuya que servía tanto para hablar como para callar.

Tu voz, querido Carlos, se mezclaba con tu sonrisa achinada para contarle a la cámara borrascas, presiones y frentes, nubes y soles. Voz que modulabas para triunfar en aquellos recreos del Heidelberg llenos de arrogancia juvenil, para improvisar serena en un plató de televisión en Madrid o (lo más importante de todo) para lograr que nos atendieran antes que a nadie en una barra del Born, de Malasaña o de Guanarteme.

Tu voz pudo sonar con menos fuerza cuando tu cuerpo se hizo débil. No queda otra que admitirlo. Pero nunca perdió la alegría de hablar, el placer del momento, el optimismo del mañana. Nunca dejó que abandonaras el afán por cuidar a quienes te rodeábamos o las ganas de alternarse con otras voces. Curioso: te nacía de forma natural ser tú mismo, mientras que a algunos nos va a costar toda la vida intentar aprenderlo.

Tu voz seguirá acariciando las olas aunque deje de resonar en los altavoces de la Playa de las Canteras. No volveremos a ser tan jóvenes como ahora mismo, querido Cabra; ni tan jóvenes como cuando te fuiste a hacer feliz otra parte que ya no es aquí. Tú ya no envejecerás más, y cuesta aceptarlo. Pero nos acompañarás a diario mientras lo hacemos nosotros.

Seguirás a nuestro lado mientras sintamos nuestras cabezas retumbar con aquel ¿qué pasa, chiquillo? tuyo, recordando lo repugnante y asquerosamente guapo que fuiste siempre. Seguirás mientras te pensemos todos juntos cada 23 de mayo. Y los otros 364 días del año, también.

Seguirás vivo mientras recordemos (y créeme, la recordaremos) a tu voz pronunciando las dos palabras que nos repetiste una y otra vez, mientras te apagabas agarrando las manos que más te han querido en esta vida: "Recuérdenme. Quiéranse".

*Periodista del diario El País