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Tal vez Punset no ha muerto

Tal vez Punset no ha muerto

Descubrimos a Eduard Punset de semiministro paneuropeo, dos palabras exóticas. Se peinaba con el mismo acento irregular que hablaba. No lo teníamos previsto de Rodríguez de la Fuente digital, nuestro premonitorio Carl Sagan que tituló su programa Redes una década antes de que Zuckerberg cayera en las mallas. La ciencia es la cumbre del pensamiento organizado, pero surge del impulso irracional llamado fascinación. La sufre el niño Albert Einstein cuando un tío le regala una brújula. Vibraba en los prehippies Watson y Crick, al diseñar la hélice entre alcohólica y lisérgica del ADN. Kary Mullis cambió para siempre la criminología al desarrollar la técnica de identificación del material genético PCR, pero el día del Nobel lo desperdició aguardando la llamada de la mujer de su vida. No tuvo lugar.

Punset no fue solo el medio, sino el médium de estos mensajes científicos. Transmitía más entusiasmo que conocimiento. Logró que la ciencia fuera sexy en un país de ingeniosos pero no ingenieros, en el tropo unamuniano, y que no dispone de un solo Nobel enseñando en sus aulas. Si la investigación estaba atrasada cuando Ramón y Cajal trazaba el mapa cerebral, qué decir de los colistas en inversiones y en start-ups de la redes tendidas por el divulgador.

Punset compartió con los gigantes que tuteaba la deriva espiritual que infecta a los grandes científicos a la edad suficiente. En ese momento declaraba que los rumores sobre su muerte estaban notablemente exagerados, por lo que su extinción solo puede atestiguarse desde este lado de la gran muralla. Su testimonio asombroso y asombrado refuerza la convicción de que haber vivido un solo día en las condiciones terrestres es una experiencia inimaginable, que la mayoría de humanos desprecian hasta que un día más se transforma en un día de más. También es un milagro inefable, no hay a quién contárselo allá afuera.

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