El océano se come los continentes. La subida del nivel del mar es una de las consecuencias más perceptibles y preocupantes del cambio climático, del calentamiento global, "uno de los retos más problemáticos", en palabras de Ricardo Anadón (Vigo, 1950), catedrático jubilado de Ecología de la Universidad de Oviedo, quien ha estudiado ampliamente este fenómeno en relación con la respuesta de los ecosistemas y los recursos marinos.

El nivel medio de los océanos ha subido 25 centímetros desde 1880, con una tasa de incremento acelerada: 0.4 milímetros anuales al inicio del siglo XX, 2.4 hace veinte años y 3.5 o 4.3 (según las fuentes) ahora. Es decir, en torno a un centímetro cada trienio. La predicción de una subida total de 40 centímetros al final de este siglo "parece hoy muy conservadora", señala Anadón. Sea como fuere, los 25 centímetros que ya ha subido el océano tienen efectos graves en todos los órdenes: por ejemplo, los 100 millones de personas que viven menos de un metro por encima del límite de pleamar ven amenazadas de forma directa e inmediata sus casas, sus tierras y sus vidas.

John Church, catedrático de Física y una de las máximas autoridades mundiales en la materia, ha afirmado que "si continuamos sin reducir nuestras emisiones, podríamos sufrir un aumento del nivel del mar de hasta un metro, quizá más, a finales de este siglo". A su juicio, "incluso si tomamos medidas urgentes y efectivas, sólo podríamos reducir la subida en poco más de medio metro. Y este aumento durará muchos siglos", advierte. Jonathan Gregory, otro físico, muy influyente en los programas de investigación sobre el cambio climático, abunda en la idea y sostiene que, "aun en el mejor escenario de reducción de las emisiones, el aumento del nivel del mar no se estabilizará a finales del siglo XXI, sino que continuará durante muchos siglos". No obstante, precisa, "podemos hacer algo por mitigarlo y reducir su impacto".

El planeta azul avanza sobre el planeta verde. Paradójicamente, la superficie terrestre emergida cada vez es menos de ese color, por la deforestación y la desertificación, mientras que es el mar el que se vuelve cada vez más verde a causa de los cambios inducidos en el fitoplancton, las microalgas que sustentan la vida marina, por el aumento térmico.

El propio calentamiento del agua hace que ésta se dilate y que ocupe más volumen, y ésta fue, inicialmente, la causa principal de la subida del nivel del mar. Ahora el mayor aporte, "más del 60 por ciento, tal vez casi el 70, se debe a las aguas continentales heladas que se están vertiendo al mar, y eso restando las que quedan retenidas por presas, que representan un volumen nada despreciable", indica Anadón. "Proceden, sobre todo, del deshielo de los glaciares y de Groenlandia", detalla. "La contribución de la Antártida, que ha estado en duda un tiempo, está ahora clara, a partir de los datos de los satélites que miden la gravimetría. Actualmente, es una contribución menor que la de Groenlandia, pero se espera que aumente con rapidez". También influyen en esa variación los centros de altas y bajas presiones, que se están modificando, aunque no existen modelos para predecir dónde se situarán. Su efecto, en cambio, sí está bien comprobado. Así, en el Mediterráneo, "desde mediados del siglo pasado hasta 1993 se había producido una bajada leve del nivel del mar, pero un incremento de la presión atmosférica hizo que subiese y que se igualase a los demás océanos", refiere Ricardo Anadón.

Las consecuencias de la subida del nivel del mar son múltiples. En primera instancia, hace que las costas retrocedan y que las islas se hundan. "La costa española está sufriendo mucho ese efecto en las dunas", precisa Ricardo Anadón, quien ofrece el ejemplo del sistema dunar de Salinas, en Asturias, que visita dos o tres veces al año. "La cumbrera de lo que queda de las antiguas dunas está arrasada y se está produciendo un arrastre de la arena de la playa que está formando nuevas dunas a unos veinte o treinta metros más al interior. Todas las playas de la península Ibérica están afectadas en alguna medida", generaliza. También los acantilados acusan este fenómeno. De nuevo, Anadón recurre al ejemplo cercano: "Los argayos en la costa asturiana al oeste del cabo Peñas sucedían antes de vez en cuando, pero ahora son muy frecuentes y muy perceptibles. La base del acantilado se va socavando y todo lo que se encuentra por encima se desliza", detalla.

La restauración de esos daños físicos en los medios costeros comporta una factura elevada, que se multiplica exponencialmente cuando se trata de "regenerar" playas y, más aún, de recomponer los destrozos producidos en las obras públicas, en las infraestructuras portuarias y las poblaciones del litoral, que ocurren cuando coinciden sistemas de bajas presiones y temporales. "Se está gastando mucho dinero en lo que se llama 'regeneración' de playas, que consiste en extraer sedimentos del fondo marino para compensar la pérdida de arena de las playas, una operación que muchas veces tiene que hacerse de forma recurrente porque la arena se vuelve a perder. En algunos sitios es casi imposible regenerar esa pérdida", dice Anadón.

El calentamiento del océano no solo ha elevado el nivel de las aguas; también ha absorbido mucho calor atmosférico. Si el calor añadido al mar entre 1995 y 2010 en los dos primeros kilómetros de profundidad se hubiese quedado en la atmósfera, la temperatura de la Tierra habría subido 36º C, según ha estimado un informe del Grantham Institute británico.