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El individuo y la sociedad

Grecia acaba de retirar el poder al Syriza, partido que se nutrió de un movimiento populista, de los muchos griegos que se sentían mal tratados por la Comunidad Europea. La historia de la crisis griega es complicada, atribuirlo a un factor o encontrar una causa-efecto inmediata es un error. En biología sabemos que rara vez los efectos son debidos a una sola causa y que, casi siempre, el conjunto de causas precisa un periodo de incubación. Es precisa una visión amplia e histórica para explicarse las cosas.

No fueron los griegos, y sus gobiernos, los únicos culpables de esa situación. El capitalismo financiero y sus agencias de rating y el famoso trío tuvieron mucho que ver. Agente, medio y huésped decíamos en biología, hoy agente y medio se tiende a estudiar como uno solo, un conjunto que interacciona. Si el agente son los griegos, el poderoso medio lo conformaban, entre otros, los anteriormente mencionados.

Muchos griegos se sintieron maltratados y eligieron a un gobernante que proponía una ruptura de esas reglas que les unían a lo que veían como la catástrofe. Pero cuando llegó al poder Tsipras debió de darse cuenta de la complejidad de los lazos que le unían a Europa y de las consecuencias de los compromisos con sus electores. Y cambió el rumbo. Fueron cuatro años de lucha y vida dura para muchos que concluyeron con un éxito relativo: Grecia salió del pozo. Sin embargo, los electores no le premiaron con la reelección. Así es la democracia. Allí nació. Pero entonces era otra cosa.

En aquella democracia no todas las personas eran ciudadanas. Tampoco lo eran en las primeras democracias occidentales. En la de EEUU no votaban ni mujeres ni negros ni indios u otras personas no anglosajonas. Los ciudadanos griegos sí votaban, pero no elegían cargos: era por sorteo. Claro, no todos accedían a ese sorteo, había dentro de los ciudadanos, estratos. Pero que fuera por sorteo significaba que, dentro de esos estratos, cada ciudadano era igual al otro, por tanto, con los mismos derechos, obligaciones y capacidades. Se evitaba así la posible sumisión a los poderosos, a los Napoleón o Hitler, personas que fascinan. No les gustaban los líderes, o no los querían tener durante mucho tiempo. Por eso inventaron el ostracismo, un mecanismo para expulsar de la ciudad a aquellos que se estaban haciendo imprescindibles. Se votaba en la asamblea.

Nuestra democracia tiene muchas ventajas sobre la griega, pero tal como se desarrolla muchas veces es una oligocracia. Se facilita el gobierno de los oligarcas que son los que detentan el poder económico y con él manejan el político. A veces surge un movimiento popular, como Syriza, o Podemos, que suele ser una ola de indignación. Y se aúpa a un líder carismático, entonces surge otro tipo de oligarquía, la que los griegos querían evitar con el ostracismo.

La democracia nace en Grecia, como tantas cosas que le debemos. Cuando los padres de la patria norteamericana sentaron las bases para construir una nueva sociedad, dijeron que todos los ciudadanos tenían derecho a conseguir la felicidad. Esa es otra herencia de Grecia, la idea de que lo que nos mueve es la obtención de la felicidad, una felicidad colectiva, frente al concepto oriental de cultivarse a uno mismo, aislarse del mundo y de sus tentaciones y dependencias.

La idea de felicidad está triunfando en estos momentos. Cultiva tu huerto. De ahí la infinidad de libros de autoayuda, cursos, gurús, entrenadores personales, retiros. Siempre dirigidos al desarrollo de capacidades personales que permitan desprenderse de lo innecesario y concentrarse en lo fundamental, donde realmente, piensan, reside la posibilidad de ser feliz. No es lo mismo que la felicidad colectiva que, como dice Arendt, es inherente al espacio público que la antigüedad había conocido como el área donde la libertad aparece y se hace visible para todos, sin embargo, la felicidad individual es el espacio íntimo en el que se refugia el ser humano huyendo de la presión del mundo. Libertad y felicidad van de la mano, así lo entendieron los primeros demócratas cuando la unieron en la declaración de la independencia.

Uno puede, como en la salud individual, ser un contable y medir el grado de felicidad por el número de personas que lo son y facilitar, desde los gobiernos, instrumentos para que cada uno la consiga por sus propios medios, independientemente de lo que haga el vecino. O tener una perspectiva como la de salud pública que se centra en la colectividad. No es que se desatienda la salud individual, la fomenta y protege, pero invierte también en actuaciones que afecten a todos, o a los grupos más necesitados o vulnerables. Sería una actuación dirigida al medio. Es la tensión entre la responsabilidad del individuo y la responsabilidad de la sociedad. Encontrar el equilibrio es difícil porque no todos los individuos son iguales ni lo son todas las colectividades. No hay reglas.

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