Imagino que cada madre, cada padre, tendrá su relato para contar ese día, ese momento cristalino en el que te das cuenta que junto a toda la felicidad y sonrisas que suma la reciente parentalidad, crece, libre de todo control racional, el miedo.

Nos despertamos a media noche solo para ver si siguen bien, tememos que al introducir el siguiente alimento se manifieste una alergia hasta ese momento desconocida, y así se suman los meses, los años, crecemos y seguimos lidiando alegrías y miedos.

No todos los miedos son iguales, conviene saber que las raíces de ciertos miedos nada tienen que ver con la incertidumbre y mucho con mensajes de odio perfectamente estructurados y compartidos durante siglos en nuestra sociedad y que tanto sufrimiento y desigualdades han generado.

Nuestra democracia ha crecido al mismo ritmo que se despojaba de contenidos curriculares que justificaban el machismo y el sometimiento de las mujeres, que promocionaba el racismo o fomentaba la discriminación y el acoso a lesbianas, gays, bisexuales y trans.

Pertenecemos a una Unión Europea que en la Carta de los Derechos Fundamentales prohíbe expresamente "toda discriminación, y en particular la ejercida por razón de sexo u orientación sexual", y vivimos en una Comunidad que en su Ley de Educación nos obliga a implementar "acciones encaminadas a incorporar al funcionamiento del sistema educativo una educación en valores tales como la educación ambiental, la cultura de la paz, la convivencia y la igualdad de todos y de todas, independientemente de su identidad sexual y de género".

Así que maleducar no es una opción, es contradecir las leyes con la que nos hemos dotado y supone frenar los avances sociales que los han sustentado.

Conviene pues distingir el temor que algunas madres y padres puedan tener a la hora de abordar el fomento de la igualdad o el fin de las discriminaciones por orientación o identidad de los discursos póliticos que fomentan el odio a las diferencias.

Por mucho esfuerzo de marketing que puedan hacer ciertas campañas no nos olvidamos que quienes están detrás de esos folletos que llegan a los centros educativos estos días son los mismos que se negaron a que la homosexualidad y la transexualidad dejaran de ser consideradas enfermedades, se opusieron al divorcio, al derecho al aborto, al matrimonio entre pesonas del mismo sexo, y airean cada semana su racismo.

Es bien probable que en este tema, como en tantos otros, el interés superior del menor sea vulnerado por los prejuicios y estereotipos con los que hemos sido educados.

La infancia y la juventud es plural y diversa. Educarles para ser felices en ella debiera no sólo ser nuestra obligación legal sino nuestra principal ocupación social.

Abramos pues todavía más nuestros centros y espacios de formación no sólo para el alumnado sino también para el resto de la ciudadanía, madres y padres incluso. Mitiguemos los miedos con los argumentos necesarios para ver hasta dónde la igualdad nos suma y cómo nos lastran las desigualdades y las violencias que generan.

Nos avalan las leyes y un futuro más libre y alentador para el desarrollo de las nuevas generaciones. Hagamos justo todo lo contrario de quienes quieren disfrazar su miedo y su odio de libertad y, con la felicidad en el horizonte, no demos ni un paso atrás.

Sylvia Jaén Martínez. Viceconsejera de Igualdad y Diversidad.