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OPINIÓN

El olvido que seremos

Borges, siempre Borges para citar sus parábolas. La de Funes, aquel que estaba condenado a no olvidar nada. El relato comienza con las palabras "Lo recuerdo", pero nos advierte que no tiene derecho a pronunciar ese verbo sagrado. La memoria es la protagonista. Para Funes era una bendición, porque antes de que un accidente le volviera memorioso era "un ciego, un sordo... había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír". La memoria de Funes no estaba limitada por la atención, por esa capacidad que tenemos para hacer una selección del mundo sensible. Como una cámara, como un fonógrafo, lo registraba todo y todo lo memorizaba. .

Ese particularismo, esa presencia singular y única de los fenómenos cambiantes, le impedía ver el fenómeno: el perro que se mostraba de diferentes formas eran diferentes perros. Por eso, concluye Borges: "Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer".

Hay tres ideas que quiero destacar en este breve cuento. La primera, que la memoria se graba como lo hace un fonógrafo, una cámara se parece a la hipótesis tradicional de cómo se forma un recuerdo, por ejemplo, asistir a un concierto. Ocurren entonces un conjunto de percepciones, no solo de la música, también de la orquesta y la sala de conciertos, las propias sensaciones corporales y también los olores.

Todo ello viaja por diferentes vías, la auditiva, la visual, la propioceptiva, la olfativa, y se unen para componer la percepción compleja en algún sitio de los estratos superiores del cerebro superior y en esas mismas regiones se registra como un recuerdo.

Pero de acuerdo con Damasio, la formación de percepciones no ocurre así: no hay un lugar donde todo eso al juntarse se grabe como si fuera una película o una fotografía, que podemos recrear una y otra vez. Su teoría es que las vías de percepción se unen en nodos convergentes donde se producen las percepciones complejas. Para que esto ocurra, se tiene que grabar la simultaneidad de esas percepciones. Y la convergencia se convierte en divergencia desde el nodo: regresa por esas vías que son de ida y vuelta. De manera que yendo hacia atrás se recuperan los fragmentos que componen el recuerdo y se reconstruye.

Es un mecanismo más frágil, pero a la vez más económico que el de grabar el recuerdo completo y almacenarlo como tal. El recuerdo de haber asistido al concierto, las sensaciones producidas por la música, la visión de los elegantes movimientos del director... cada una de las percepciones se encuentra en una vía que se reactiva cuando se evoca para reconstruirlo, parcial o totalmente, dependiendo de tantas cosas. Y como los grandes edificios de la antigüedad, modificado por su historia.

Respecto a la segunda idea, no sé si Borges conocía la historia del sujeto S, un periodista ruso que acudió al gran neurólogo Alexander Luria porque no podía olvidar. Era tan precisa y específica su memoria que no podía reconocer a la gente, de cada uno retenía todas las caras que había visto. Como ninguna se repetía, la nueva la almacenaba como la de un nuevo individuo. Como Funes, que no era capaz de ver el perro que estaba detrás de cada una de sus manifestaciones, el sujeto S estaba impedido para generalizar, para realizar abstracciones.

La tercera es la necesidad del olvido. La memoria es la sustancia con la que edificamos el yo, la que nos hace ser lo que somos. Para manejar el mundo, y manejarnos, necesitamos recordar, antes aprender. Dependemos de los registros de la memoria y de la capacidad de revivir esos registros en el momento oportuno. Sin memoria, como le ocurre al demente, viviríamos en un mundo desconocido, extraño, incapaces de operar en él. También dependemos de la memoria para construir el futuro imaginado. La vida sin memora está despersonalizada. Pero sin olvido tampoco es vida.

Es necesario olvidar. Un descubrimiento reciente, en ratas, asocia unas neuronas en el hipotálamo a la facultad del olvido.

Son neuronas que contienen mucha melatonina, la hormona que facilita el sueño, que precisamente se activan en la fase REM. Que residan en el hipotálamo es indicativo de su importancia porque es una parte del cerebro que se ocupa de regir funciones corporales como la respiración, el ritmo cardiaco, la temperatura, etcétera. En el sueño REM ocurren la mayoría de nuestras ensoñaciones.

Ahí, de manera caótica, se mezclan recuerdos recientes y antiguos quizá en un proceso de selección y limpieza. Cómo el cerebro decide qué guardar y de qué prescindir es una pregunta de respuesta especulativa. Quizá el cerebro solo conserve aquellos recuerdos que sean importantes para la supervivencia de nuestro organismo, de nuestro ser vital. O de nuestra persona, que está construida con la vida vivida, los recuerdos. Otra posibilidad es que sea la emoción, la intensidad y significación de la vivencia lo que protege un recuerdo de su destrucción.

El caso es que hay recuerdos que no quisiéramos recordar. Quién sabe si como inclinaciones o apetencias que uno abomina, esos recuerdos muestran los muchos pliegues y caras de que estamos hechos. Precisamente en eso se fundó el psicoanálisis, una terapia desacreditada que formuló hipótesis interesantes sobre la mente.

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