Año 1521. María Hernández apenas habla castellano, a pesar de residir en Telde desde hace años. Nacida en berbería -término empleado en la época para referirse a las regiones costeras de Marruecos, Libia, Túnez o Argelia- y morisca, está inmovilizada con la cabeza inclinada hacia atrás, a una altura inferior a la de sus propios pies. Una toca -tela blanca de seda o de lino- tapa su boca mientras le arrojan sobre la cara cántaros de agua. Es el castigo por ganarse la vida de una forma poco adecuada ante los ojos de la sociedad y, sobre todo, del Santo Oficio. Aún así 'tiene suerte' de encontrarse en Canarias donde la Inquisición no mata ni quema a las que, como ella, son acusadas de hechicería. Ella sería una de las primeras en ser señaladas en el Archipiélago por esta práctica por la que fueron ajusticiadas, entre el siglo XVI y el XIX, 368 personas de las que 327 fueron mujeres. Diez de ellas protagonizan la exposición Bruxas. Galería de retratos de diez brujas canarias que podrá visitarse a partir del martes en el Museo Castillo de Mata.

Juzgadas y coartadas en su libertad, el hecho de que las miras estuvieran puestas mayoritariamente en el sexo femenino refleja la posición que este ocupaba en una sociedad sometida a la autoridad de los hombres. Una realidad que no queda tan alejada de la actualidad, donde continúa la lucha por erradicar las desigualdades y las agresiones hacia las féminas, tal y como se reivindica cada 25 de noviembre con la celebración del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

Contar las historias de estas cientos de vecinas de las islas de una forma didáctica y, sobre todo, reivindicativa, es el objetivo de esta muestra que se enmarca dentro de Malvadas y perversas. Mujeres y brujas en los tiempos de la Inquisición. Mito y realidad. La iniciativa promovida por el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria que también acogerá dos conferencias impartidas por expertos, que correrán a cargo del profesor de Historia Antigua de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria Israel Campos Méndez y las hermanas María Lara Martínez y Laura Lara Martínez, dos reconocidas historiadoras, investigadoras y escritoras. La primera de ellas, tendrá lugar el martes, a las 19.30; y la segunda, el jueves, a las 20.00 horas.

Ambas charlas se harán en el citado enclave cultural donde se podrá visitar hasta el próximo 15 de enero la exposición que da rostro a diez de las mujeres que fueron acusadas de brujería. Para ello, el historiador y dibujante, Daniel Puerta, ha realizado sus retratos idealizados, en base a las descripciones hizo sobre ellas el Santo Oficio. Textos en los que el doctor en Historia y comisario de esta muestra en la que ha trabajado Gárgola Cultura, Gustavo Trujillo, también ha buceado para rescatar del olvido "uno de los capítulos más desconocidos de la Historia de Canarias".

Fruto de este estudio se puede saber ahora que a María Hernández la conocían por su marido, Fernando Pérez, como la del alfaquí - que era como se denominaba entre los musulmanes al sabio de la ley islámica-. También que quedó viuda y sin apoyo masculino puesto que sus hijos estaban en la cárcel, de ahí que se ganara la vida a base de limosnas y de la curación de males comunes con hierbas medicinales, adivinaciones y sortilegios con plomo.

Ella sería una de las primeras de una larga lista de ajusticiadas por el tribunal de la Inquisición que también se cebó con Lucía de Herrera, a quien las torturas a las que fue sometida le harían perder la vida a los días. Ejercía como curandera en Lanzarote donde residía con su marido, Baltasar Leme, si bien fue apresada por el gobernador de la isla acusada de pactar con el diablo, de chuparle la sangre a los niños y de volar "echando alhorra sobre los campos de cereales". O eso es lo que le hicieron confesar a base de tormentos como el potro, la toca o polea con pesos en los pies que le causarían tales lesiones que fallecería en el Hospital de San Martín el 1 de enero de 1578 de la capital grancanaria, donde fue trasladada y donde se retractó de sus palabras que, aseguró, pronunció por miedo y dolor.

A Catalina de Nis también le llegó su cita inquisitorial, a pesar de ser una afamada hechicera teldense a la que acudían mujeres de la alta sociedad como Leonor de Mujica Lezcano, quien le pidió su intervención para frenar las continuas infidelidades de su marido, Gregorio del Castillo Jaraquemada. Una situación que no cambió ni por los granos de helecho ni por trozos de aras cogidos de un altar a los que atribuía buena suerte, ni tampoco por la oración del ánima sola, entre otros tantos rituales que De Nis realizó para los esposos que, ni por solicitar sus servicios en el caso de ella, ni por la actitud de él, fueron juzgados. Una suerte que no corrió la hechicera que era descendiente de esclavos y fue castigada en 1605.

Lo mismo ocurriría con María García en 1608; con Francisca Báez en 1640; con Juana Gómez, la 'Aulaga', en 1709; con Teresa Goleta, la 'Mulata', en 1783; con Catalina, la 'Ratona' en 1794; con Jerónima de la Vega en 1805; o con Josefa Romero en 1819. Pero también con muchísimas mujeres más, hasta 327, según los registros eclesiásticos en los que quedaron recogidos sus cargos, pero también sus orígenes, su aspecto físico así como el castigo al que fueron sometidas.

Hacerles rezar varios rosarios, confiscarles sus vienes u obligarles a pagar multas eran algunas medidas. Si bien entre los más duras, según explica Trujillo, se encontraban el destierro o salir en el auto de fe como el que tuvo que hacer la 'Aulaga'. Un paseo de la vergüenza en el que las acusadas, previa lectura pública de sus delitos, tenían que ir en procesión por las calles de la ciudad ataviadas con corozas -gorro puntiagudo- y el sambenito. Un escarnio que no solo las dejaba marcadas para siempre, sino también a sus descendientes que "no podían acceder a ningún cargo público o eclesiástico, ni estudiar en la universidad".

De lo único que se salvaron fue de la muerte. Sobre esto, Gustavo Trujillo cuenta que el Santo Oficio optó por no asesinar a estas mujeres. "De hecho, en a partir del siglo XVIII empezaron a dejar de castigarlas porque creían que esto las promocionaba ya que si lo hacían la gente se convencía aún más de que eran brujas de verdad", asevera. Una decisión que pretendía combatir una creencia arraigada en aquella época sobre la existencia de mujeres capaces de alterar el rumbo de los acontecimientos con sus poderes.

"Había una diferenciación entre las hechiceras y las brujas. Las primeras eran 'buenas' cristianas a las que se acudía principalmente para resolver cuestiones amorosas o sexuales; mientras que sobre las segundas se decían que habían renegado de Dios y habían pactado con el diablo para hacer el mal, le chupaban la sangre a los recién nacidos, podían volar y convertirse en animales", relata el historiador y miembro de Gárgola Cultura. Realidades poco demostrables que han contribuido a la creación del mito que la exposición también pretende romper. "Estas mujeres eran mujeres normales, de las que sí se sabe que mayoritariamente eran marginales, moriscas o descendientes de esclavos negros y sobre cuyos rituales no se hace mención sobre las escobas más allá de que las usaran para barrer". Y es que este elemento, como tantos otros -calderos, velas, alfileres, etc- también salen a colación, precisamente, por su condición de mujer puesto que eran este tipo de objetos los que empleaban en sus encargos al ser los que tenían a mano, convirtiéndose así en el 'ajuar de la hechicería' que también protagoniza la muestra con varias piezas de menaje antiguas cedidas por la Fedac.