La pregunta es casi obligada, ¿hay niños que son buenos y otros que son malos?

Existen niños que son más o menos hábiles en según qué circunstancias; niños que son más o menos activos, o que tienen más o menos recursos para gestionar determinadas situaciones... y, en definitiva, niños que pueden resultar más o menos fáciles de manejar a sus familias. ¿Buenos y malos? No me gusta hablar en esos términos, porque son atributos morales, pero si queremos expresarlo de ese modo, prefiero pensar que todos los niños son buenos. Si no todos, desde luego la inmensísima mayoría de ellos. Y malos hay con cuentagotas. Un ejemplo que me viene a la cabeza de niños "malos" serían los conocidos como "los niños asesinos de Liverpool", que con solo 10 años secuestraron y asesinaron de una forma muy violenta a otro niño de tan solo dos. Esos niños podemos estar de acuerdo en que eran "malos", pero llamar malo al niño que protesta mucho, que en ocasiones desobedece, que quiere salirse con la suya... me parece un tanto excesivo. De hecho, incluso en casos tan extremos como el de estos niños asesinos, habría que ver qué es lo que los ha llevado a actuar de esa manera.

Sin embargo, es una de las primeras etiquetas que les ponemos a los niños, en seguida los adultos decimos frases como: "este niño es buenísimo" o "tiene un amiguito que es más malo que un demonio". ¿En qué nos basamos para clasificarlos de una forma tan categórica a niños tan pequeños?

Más que buenos o malos, realmente hacemos referencia a niños más fáciles o más complicados de manejar. Y es muy complicado hablar de esto sin hacer referencia a lo complicado que resulta hoy en día a muchas familias llevar el día a día con sus hijos adelante. Lo que llamamos "conciliación" es, más bien, una ginkana en la que tenemos que ir siempre corriendo de un sitio a otro. Horarios laborales imposibles, largos desplazamientos entre casa, escuela y trabajo, problemas económicos... todo esto hace que la organización diaria sea más bien como una partida de tetris en la que todo tiene que encajar. Los adultos nos hemos acostumbrado a esa vida, pero los niños no están preparados para funcionar así; se entretienen, se despistan, protestan... y a esos niños que nos lo ponen todavía más complicado les llamamos "malos". Qué injusto que llamemos "malos" a niños cuyo mayor pecado es, simplemente, comportarse como niños.

Seguramente nadie querría que su hijo fuera obediente con 30 años, querría que supiera desobedecer cuando algo no cuadra con sus principios, sin embargo es una característica que todos intentamos inculcar a nuestros hijos de pequeños¿Educamos pensando en el corto plazo?

Es una de nuestras contradicciones; en mis talleres con familias hay una dinámica que suelo hacer con frecuencia. Saco una pizarra y pregunto cuáles serían las principales características de los "niños buenos" y las de los "niños malos". Casi siempre aparece la obediencia como principal atributo de los buenos, y la desobediencia en el caso de los malos. Pero luego ocurre algo curioso. Más adelante pregunto a las familias cómo les gustaría que fueran sus hijos en el futuro, y suelen hablar de fortaleza, autonomía, asertividad, liderazgo, empatía. A día de hoy nunca nadie ha mencionado la obediencia. Pensamos que podemos educar a los niños para que sean obedientes, y esperamos que de repente, un día se levanten siendo fuertes, empáticos y asertivos. Pero las personas no funcionamos así.

Sí, es curioso como las características que suelen tener aquellos niños que etiquetamos como malos, están mal vistas en la infancia pero no tanto en la edad adulta?

Claro, es precisamente eso: la fortaleza, la asertividad, saber decir que no, no tolerar las imposiciones por que sí, defender los propios derechos... todos queremos ser así "de mayores". De hecho, cada día atiendo a pacientes para ayudarles a desarrollar esas habilidades. Muchos de los cuales no las han podido desarrollar de pequeños porque, simplemente, tenían que obedecer. Porque les decían "esto es así y punto", "esto lo haces porque yo lo digo", "como no me hagas caso te vas a enterar". Y luego llegan a ser adultos sin capacidad para defenderse, porque les han educado para agachar la cabeza. Como decía Frederick Douglas, "es más fácil construir niños fuertes que reparar adultos rotos". Lo vemos cada día en nuestro centro.

Hablemos de las etiquetas de género. A las niñas se las suele asociar a adjetivos como: "delicada", "bonita", "buena" y a los niños con adjetivos como "fuerte", "luchador", "salvaje"? ¿Está asociación es real o somos los adultos que con nuestras etiquetas les acabamos moldeando como tal?

Cuando las etiquetas se asocian al género, sus efectos se vuelven incluso más negativos. De manera sistemática asociamos determinadas etiquetas a uno u otro género, las niñas son delicadas, cariñosas, buenas, complacientes, educadas... y los niños fuertes, valientes, inteligentes, luchadores. Las palabras que empleamos para alabarles desde que son bien pequeños son distintas: "mi princesa", "mi campeón"; y con ellas les transmitimos cómo deben comportarse para recibir nuestra aprobación. Incluso cuando se comportan de un modo que no encaja en el estereotipo, no lo aceptamos: "no seas bruta", "los chicos no lloran". Las etiquetas impiden a niñas y niños desarrollarse de forma libre, lo cual es especialmente preocupante y tiene peores consecuencias, como todos sabemos, en el caso de las niñas.