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Entrevista | Luca Bergamo

"Hay que darle a la gente experiencias culturales para interpretar el mundo"

"Roma ha sobrevivido 2.700 años, así que me digo razonablemente: no serás quien cometas grandes desastres", afirma el primer teniente de alcalde de Roma

Luca Bergamo, durante en la entrevista. ÁNGEL GONZÁLEZ

Deberíamos empezar por definir qué es una ciudad inclusiva y sostenible.

La sostenibilidad implica no solamente factores económicos o ergonómicos, sino también culturales. Y resulta claro que sin cultura ciudadana no hay sostenibilidad. Hay otra cuestión clave: ver si somos capaces de superar la compulsión hacia el consumo y asegurar el acceso libre a los espacios públicos, que es la base para hablar de una ciudad inclusiva.

¿Y qué papel juegan ahí las artes escénicas?

Las artes escénicas, al igual que ocurre con los museos o las bibliotecas, tienen una gran capacidad para la construcción de comunidad y, desde luego, para hacer esa ciudad sostenible de la que hablamos. La sostenibilidad supone, también, que somos capaces de recibir gente que es diferente a nosotros y tiene otras necesidades.

Una función comunitaria...

Hay que ir hacia una economía que ponga al ser humano en el centro, lo que entra en conflicto con el actual sistema económico global y la concentración de poderes. Gracias a las artes escénicas, que son comunitarias, se construye capital social y cultural. Las nuevas artes visuales, además, utilizan cada vez más herramientas escénicas.

¿Cuál es su aportación, en este sentido, como máximo responsable cultural de Roma?

Nuestro Gobierno ha cambiado el objetivo cultural: queremos cumplir con el artículo 27 de la Declaración de los Derechos Humanos, o sea, asegurar que todo el mundo pueda participar de la vida cultural de su comunidad. Y eso implica un cambio sustancial respecto de la vieja política, que tenía como base el consumo. Roma ocupa una superficie de más de 1.200 kilómetros cuadrados, frente a los 100 kilómetros de París. Algo que implica lejanía de las instituciones culturales. Lo que hemos planteado, por ejemplo, es llevar la ópera a las plazas y a los espacios públicos mediante un camión y actuaciones junto a las bibliotecas. Nuestro Festival de la Ciencia suma más de mil eventos. Para nosotros, la periferia es tan importante como el centro.

Más ejemplos...

Cumplir con el artículo tercero de nuestra Constitución: eliminar los obstáculos para la realización de la persona. El mundo parece que va en otra dirección. Roma es propietaria de más de cuarenta museos: hemos creado una tarjeta que cuesta cinco euros y permite entrar en todos a lo largo del año. A diferencia de Venecia, nuestro patrimonio es también para los romanos, no solo para los turistas.

¿El mercado y la política han reformulado la cultura como entretenimiento y no como herramienta crítica?

Exacto. Nosotros vamos por otro lado: hay que darle a la gente experiencias culturales que le ayuden a interpretar el mundo. Desde nuestro Gobierno vamos en una dirección distinta a los que apuestan por la vía comercial de la cultura. Y creemos, asimismo, en la importancia de lo público.

Un compatriota suyo, Nuccio Ordine, ha alertado en un famoso ensayo sobre la deriva utilitarista de la cultura...

Ese utilitarismo no puede prevalecer en la política pública; al contrario: hay que rechazar la conversión de todo en mercancía. La función de lo público es, precisamente, empujar en otra dirección. Pero hay que estar atentos al mercado: hay que dejar que la gente camine gratis por el Foro, pero para que tenga una experiencia mejor hay que facilitarle que lo pueda hacer, si quiere, con unas gafas de realidad virtual.

¿Duerme uno tranquilo con la responsabilidad de uno de los grandes patrimonios culturales de la humanidad?

Mi oficina está situada en el Capitolio, sobre el Foro. Miro por la ventana y pienso en esa responsabilidad, de la que soy consciente. Hay temor, claro, a cometer errores. Roma ha sobrevivido 2.700 años, así que me digo, razonablemente, que no seré yo quien cometa grandes desastres.

Hay quien dice que se está desmigajando la base cultural que ha sido uno de los pilares de la UE. ¿El brexit es un síntoma?

Sí, creo que es una alarma. Mi generación tiende a olvidar que la UE es el primer proyecto exitoso de la historia con esas características: una soberanía compartida, que no es resultado de la victoria sobre alguien. Y ha conducido a la larga paz europea que disfrutamos. Necesitamos apuntalar más ese espacio, por eso el brexit es peligroso; otros pueden creer en el éxito de ese modelo. Y más en este momento tan delicado, con el disruptivo Trump en Estados Unidos. El miedo hacia el futuro ha crecido.

Italia tiene la tradición de laboratorio político. ¿Se repiten los fenómenos que acabaron, en los años 20 y 30 del siglo XX, con la cultura liberal europea?

El fenómeno del resurgimiento del nacionalismo tiene más que ver con Europa que con Italia. Lo grave es que el único proyecto político internacional ahora es, aunque parezca contradictorio, el del nacionalismo. A ese miedo al futuro, que está en el origen de que muchas personas busquen líderes, no se le opone otro proyecto. Y hay ahí una responsabilidad de la izquierda. Italia sufre ese problema al igual que otros países europeos, pero si miramos los números no hay más de un 15 o un 20 por ciento del electorado que apoye esa opción. La clave está en ver qué pasa con los votantes indiferentes.

La extrema derecha europea, incluida la española Vox, se acaba de reunir en Roma, pero sin Matteo Salvini...

El electorado de Salvini y (Giorgia) Meloni (jefa de la ultra Hermanos de Italia) es distinto y diverso. Hay que saber ver esa diferencia para darle un espacio a la política. Lo que quiero decir es que, a diferencia de lo que ocurre con los votantes de Meloni, una parte del electorado de Salvini es recuperable.

¿La derecha ha arrebatado a la izquierda la cosmovisión de fondo que domina la época?

La cosmovisión que ha triunfado es la del mercado. La izquierda tradicional no ha sido capaz de superar su discurso sobre la economía. Se necesita otro discurso que mire hacia otras realidades, no solo al Producto Interior Bruto (PIB).

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