Mi hermana Ana era una gran profesional, trabajadora concienzuda y brillante, tal y como avalaban sus éxitos y las numerosas matrículas de honor de su expediente. Empezó su carrera en una de las Big Four de los noventa, que fue a buscarla directamente a la Universidad - ¡qué tiempos aquellos!-. Por mi cuñado, abogado en Vitoria, decidió trasladarse y trabajar en una empresa mucho menor con escasa proyección. No le dolían prendas. Pero desde su casa en la capital alavesa, sobrecargada de tareas profesionales y domésticas, protestaba y me explicaba: "¿Quién demonios se inventó eso de que la mujer tiene que trabajar para sentirse realizada? ¡Yo no me siento nada realizada trabajando!"

No me esperaba oírle decir eso. A ella. Mi referente de mujer independiente, fuerte, todopoderosa.

"A las mujeres nos han engañado", continuó. Se refería Ana a esa carga doble, triple o cuádruple que, desde nuestra incorporación al mercado laboral el siglo pasado, es ser mujer. Porque a la expectativa histórica de que seamos por siempre jóvenes, bellas, delgadas, madres abnegadas, cocineras, educadoras, administradoras y apoyo incondicional... se sumó, sin quitar carga, ser grandes y perfectas profesionales, colegas simpáticas, amables y siempre dispuestas, jefas impecables y empleadas ejemplares. Eso si, en general, cobrando menos que los hombres. Pero eso ya se vería, lo importante es que íbamos a ser más libres e iguales a ellos.

Pobres tontas, la mujeres...¡nos engañaron! Aquel día no di importancia al comentario de mi hermana, aunque supe que había que analizar su desenfadada indignación, porque ella solía hacer eso: dar en el clavo con frases que siempre escondían un largo alcance. Años después, sus palabras vienen hasta este artículo...

"¡Womantalent está en todas partes!", me dijo la directora de sostenibilidad de Bankia en en el Congreso FactorW. "¿Cómo lo hacéis?". Corría el año 2015, creo recordar, y no fue la última vez que escucharía alabanzas a mi don de "ubicuidad". Lo que no se ve, lo cuento ahora: con dos hijos y un marido con el que me cruzo de vez en cuando por el pasillo, en 2014 fundé la plataforma de Liderazgo que ha dado lugar a "Mujeres Influyentes de España", he participado como ponente en decenas de eventos, foros, congresos, debates, he dado conferencias, recibido premios, sacado adelante proyectos propios y ajenos, grabado programas de radio y televisión, escrito decenas de artículos, libros, conectado a cientos de personas, organizado eventos, gestionado marcas personales, impulsado iniciativas y apoyado la visibilidad y las carreras de muchas, muchísimas mujeres.

Sin tiempo para mí misma, la vida ha pasado rápido, acompañada de una mala alimentación, poco sueño y falta de ejercicio. En 2019, mi salud me pasó factura tras años de estrés, anemia, post embarazos y persistentes malos hábitos. Y no es que lo haya remediado, aún estoy en el proceso, pero sí que me he hecho consciente y me planteo que la vida tal vez consiste en algo más que demostrar, no sé a quién, de lo que soy capaz. Porque soy una mujer. Y tengo que poder con todo para ser más libre e igual o habré "fracasado". Y no sólo eso: si no sigo el ritmo, habré ensombrecido los logros, el coraje y el esfuerzo de tantas otras valientes anteriores o coetáneas a mi. ¿Cómo voy a rendirme? ¿Cómo no voy a dedicarme hasta la extenuación, cada día desde que sale el sol, a ser la más profesional de las mujeres?

¿Es eso lo que me mueve? ¿quién me exige tal nivel de actividad y perfección? ¿puedo establecer otras prioridades? ¿Puedo renunciar a algo? Ya he trabajado suficientes fines de semana, días y noches, y cómo no, siempre que ha sido posible desde casa para estar con los niños, con constantes interrupciones y mientras mi entorno más cercano parece pensar que planchar es perfectamente compatible con hacer o que me hagan una entrevista, que puedo hablar con un cliente mientras cocino, editar un artículo mientras escucho a mi hijo mayor, preparar un contrato mientras voy a buscar al pequeño, lanzar una campaña on line desde el médico, diseñar una página web a ratitos sueltos de cinco minutos o preparar una conferencia con el equipo de música a todo volumen, la casa llena de niños y una tarta en el horno.

Y en medio de todo esto, mi marido, que es un hombre adorable al que no puedo querer más, me llama desde la otra punta del planeta: "¿Has llevado el coche al taller?" "Pide esto en el ayuntamiento" "Paga esta multa". O, ya en Madrid: "Acompáñame a cenar con estos hongkoneses/indios/iraníes, bengalíes...". Este fin de semana, a Marbella, a Brasil, a Perú, a Roma, a Granada, a Bilbao..." Y mi solicitud favorita: "Vienen unos amigos a comer a casa". "¿Cuántos?". "Quince", me suelta, tan fresco. "¿Cuándo?". "¡Dentro de media hora!". Palabrita de womantalent, de auténtica womantalent, se lo aseguro. Pero he querido vivir así, no perderme el amor, la familia, los hijos...o los desquiciantes afanes de anfitrión de mi compañero de vida.

Mi reflexión en el día de la Mujer de 2020 es si habría sido más fácil hacer todo lo que he hecho contando con esa corresponsabilidad que tanto reclamamos y que en mi caso es imposible, porque mi pareja, simplemente, ni siquiera suele estar en España-; o de no haber tenido que enfrentarme - como es habitual en esta etapa de la vida- a accidentes, fallecimientos, imprevistos y disgustos... al fin y al cabo, lo que nos pasa es la propia vida, a veces como una apisonadora, si, pero la vida, en la que te puede ir mejor o peor y no te queda sino jugar tus cartas.

Y precisamente porque trabajo en lo que trabajo, asumo el coste de ser yo misma, de ser madre, profesional, mujer, persona. Si he cometido errores, si he sobrestimado mis fuerzas, si he dado más de lo que me pedían o de lo que tenía que dar, estoy en el derecho de equivocarme, de corregir, de cambiar, evolucionar y de enfrentarme a mis opciones. No es responsabilidad de nadie más que de mi misma. ¿Cambiaría algo de lo que he hecho? No. Pero quizás a partir de ahora desee enfocarlo de otra manera. También porque los años pasan. Porque he cumplido etapas. Porque es el momento.

El problema no está, como quieren hacernos creer, en las llamadas "barreras internas" de la mujer, ni tampoco en su inquietud por construir y dejar un mundo mejor, por ganar dinero o tener éxito, ni en su afán por proteger a los suyos, amar a su pareja o ver crecer a sus hijos. Todas esas querencias deben ser compatibles. Observo últimamente un discurso que culpa a las mujeres por querer ser mujeres y por querer ser humanas, criminaliza a los hombres, se queja mucho y sigue sin entender que nosotras no tenemos que demostrar nada más, que es la sociedad la que debe rebajar la tensión y el mercado de trabajo el que debe humanizarse para todos. En esta nueva era, se acaban las excusas para unos y otros.Tener Igualdad de oportunidades y derechos es poder elegir quiénes queremos ser. Sin margen para el engaño.