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Crisis del coronavirusCORONADIARIO. DíA 6

La metáfora Godzilla

Desde el libro del Éxodo siempre han existido monstruos de todos los tamaños y formatos que llegan para destruir o arreglar el mundo

Miembros de la UME desinfectan en el Hospital José Molina Orosa de Arrecife. EFE

En el imaginario popular del último milenio todos los males vienen generalmente en grandes formatos.

Un poco al contrario que hace unos pocos miles de años, tal como ilustran las diez plagas de Egipto, que ya incluían desastres de la mano de bichos de escala menor, del calibre de glóbulos, como en el caso de las aguas del Nilo teñidas de sangre, la tonga de ranas que les viene poco después encima a toda la población, a la que se añade otra entrega masiva de piojos, -de todas la más incómoda-, e incluso una peste del ganado, descrita con precisión en el segundo libro de la Biblia, el del Éxodo.

Un texto que, como se observa, iba bien encaminado al asunto que nos ocupa en cuestión de tamaño e incidencia, dado que y lo más grande que podía finiquitar al personal, como última de esas siete desgracias, era la llegada y punto final del Ángel Exterminador, del que no se ofrece la talla exacta pero que supone estándar, a lo máximo para fichar por la NBA.

Es cierto que nunca a lo largo de la Historia se dejaron de plantear las enfermedades o los pequeños seres en cantidades masivas como truculenta amenaza de la Humanidad, pero es a partir del siglo X, poco más, poco menos, como detalla el volumen a Sea Monsters on Medieval and Renaissance Maps, de Chet Van Duzer, cuando se comienza a pensar con cierta perseverancia a lo grande.

Algo de culpa inicial la tienen los cartógrafos, profesión que en el medievo resultaba de lo más incierta por los numerosos vacíos en el conocimiento de los perfiles geográficos del planeta, llena de océano y siete mares absolutamente ignotos, que por tales se rellenaban de dantescos monstruos basados en especies ya oteadas por los navegantes, pero mixturadas con cierta extravagancia entre sí.

De ahí cambalaches como una suerte de orca-unicornio o calamares de mil patas. Y ciertamente presentar a un marinero un mapa de esos para, digamos, emprender un periplo por la costa occidental de África en el siglo XIII era como para colapsar el mercado de Alprazolam.

Solo basta imaginar por estas aguas una morena de siete cabezas para dejar el marisqueo de lapa y burgado como entretenimiento vespertino.

Una vez descubiertas todas las aguas que del mundo son aparece un primer fenómeno ultramayúsculo terrestre, en el año 1933, cuando se descubre en una isla que había quedado al pairo del GPS, a Gigantopithecus gigantus, más conocido en casa como King Kong, y que tiene una importante cualidad en su descargo.

KK, aunque desinquieto por naturaleza, no pretende acabar con la civilización, de ninguna manera, sino que arrambla con todo lo que encuentra por delante por puro amor, tras serle presentada la bella Ann en tributo de sacrificio para atemperar sus nervios, hasta que se la arrebatan cuando éste, con los ojos como chochos, eso sí chochos XL, se embelesa de la chica.

Luego le meten un bombazo de gas, se lo llevan traspuesto a Estados Unidos y se coge el lógico jet-lag con las consecuencias de todos conocidas, al punto que la expresión del cabreo se subía por las paredes, si bien no está documentada científicamente, tiene muchas probabilidades de haber surgido de su afición por escalar encochinado los rascacielos más peliagudos de NY.

21 años después del nacimiento de KK aparece sin que nadie le esperara Godzilla, en el otro lado del mundo, en Japón, en una sociedad aún conmovida por las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki y que venían a confirmar la teoría filosófica de Hobbes: "el hombre es un lobo para el hombre".

Godzillasaurus es un cóctel de gorila y ballena anabolizado por los efectos de la radiación de las dos grandes ciudades japonesas a la que se añade, a medida que se ofrecen más entregas cinematográficas a lo largo del siglo XX, las también emitidas por las pruebas nucleares en la Polinesia Francesa.

Y viene con una siniestra metáfora porque sólo despierta de su letargo cuando aparece otro igual a él, al que reta y destruye.

De ahí que el científico Ishiro Serizawa teorizara en la película Godzilla 2014 que a pesar del pánico que desataba y las ciudades que arrasaba en el trajín, el kaiju no era más que "un protector de la naturaleza", que solo despierta cuando se materializa una amenaza, "para evitar la alteración del equilibrio de la vida".

Algo que en las presentes circunstancias es como para congelarte del susto la mascarilla.

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