Mientras que para el grueso de la ciudadanía, confinada en sus hogares, la posibilidad de salir a la calle es un deseo creciente, para un sector de la población constituye, desde el primer día, una necesidad terapéutica. Este es el caso de las personas con discapacidad intelectual o del desarrollo, uno de los colectivos más vulnerables de nuestra sociedad, que en este escenario de cuarentena nacional para contener la propagación del coronavirus han sufrido el desmantelamiento de una serie de rutinas diarias fundamentales para su salud y estabilidad emocional, porque la discapacidad no entiende de cuarentenas.

La pasada semana, en el inicio del confinamiento en España, los centros ocupacionales de día o de atención temprana de todo el país se vieron forzados a cerrar sus puertas, por lo que miles de personas con discapacidad intelectual se enfrentan a una nueva coyuntura de reclusión que, además, no pueden comprender ni asimilar. Y una de las dianas de este desequilibrio radica, precisamente, en la interrupción de sus denominados "paseos terapéuticos", que no solo conforman uno de los pilares de sus rutinas sino que, además, se trata de uno de los ejercicios que mejor contribuyen a sobrellevar el aislamiento total en sus casas.

Entre tantos otros, este es el caso de Pablo Rodríguez Riverol, un joven de 27 años con autismo severo, hijo de los profesores Ángel Rodríguez y Rosa Riverol, residentes en la zona de Mesa y López, en Las Palmas de Gran Canaria. El comienzo del confinamiento en un piso de alquiler temporal -pues la crisis sanitaria coincidió con el traslado provisional de la familia en plena reforma de su casa- comportó un desbarajuste importante que alteró todos los hábitos y, por consiguiente, el equilibrio emocional de Pablo, y que en poco tiempo precipitó "comportamientos autodañinos ya superados del pasado", indica su padre.

"Mi hijo tiene una discapacidad severa y no es consciente de lo que está sucediendo", explica Rodríguez. "Cada día, Pablo acudía por las mañanas al centro de día y, por las tardes, a sus terapias de piscina y de paseos. Por eso, cuando se vio las 24 horas encerrado con nosotros empezó a ponerse más nervioso y alterado, así que lo sacábamos a pasear un poco alrededor de casa, siempre respetando las medidas de protección e higiene, claro", añade.

En esta tesitura inicial, en la que aún prevalecía una cierta ambigüedad sobre los derechos de las personas con discapacidad intelectual durante la cuarentena, padre e hijo fueron incluso enviados un día de vuelta a casa por orden de la Policía Nacional. En este sentido, en la última semana fueron numerosas las quejas y denuncias recibidas por Plena inclusión España [red que aglutina a 17 federaciones autonómicas y más de 900 entidades] por parte de profesionales y familias de todo el país que fueron increpadas o insultadas en las calles por ejercer su derecho a las salidas terapéuticas.

No obstante, después de varias negociaciones con asociaciones y colectivos, el Decreto Ley de Estado de Alarma ya contempla determinadas "excepciones" a la limitación de la libertad de circulación de las personas, que permite pasear por la vía pública a personas con discapacidad o que tengan alteraciones conductuales como, por ejemplo, personas con diagnóstico del espectro autista y conductas disruptivas, junto a un acompañante que los cuide o asista, siempre y cuando se respeten las medidas necesarias para evitar el contagio.

Así lo recoge el Boletín Oficial del Estado (BOE) desde el pasado 20 de marzo, para alivio y alegría de familias como la de Pablo, que manifiesta "una gran satisfacción por que estas personas puedan ejercer su derecho a esta actividad terapéutica necesaria para su bien mental y físico", en palabras del padre. "La gente tiene que comprender que para estas personas no se trata ni de un hobbie ni de un capricho, porque se pone en riesgo su salud mental y todos los logros que hemos ido adquiriendo durante estos años se pierden, porque vuelven a aparecer conductas poco deseables", explica. "Por tanto, para ellos estos paseos son una necesidad, no un capricho", concluye.

Junto a estas salidas, las rutinas que desarrolla la familia en casa incluyen hacer puzzles, escuchar música "porque le relaja muchísimo" o "hablarle mucho a Pablo de lo que le gusta". También se asoman en momentos puntuales a contemplar el cielo desde la azotea y cada tarde enfilan este paseo breve y crucial, ya sea a pie o ya sea en coche, "que es más seguro todavía, porque previenes al 100% los contagios", y así culminar una nueva jornada de confinamiento con la incertidumbre y el miedo un poco más a raya.