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Crisis del coronavirus CORONADIARIO. DíA 12

De la oca al guaquitaqui

La imaginación juguetera del pasado siglo permitía a toda la familia pasar tardes enteras entretenida sin tener que gastar ni una pila

Caja de Juegos Reunidos lanzada a mitad del siglo pasado por Industrias Geyper. LP / DLP

El empresario valenciano Antonio Pérez Sánchez fundó en 1945 Industrias Geyper, que convirtió en una de las marcas más prestigiosas del sector del juguete en España.

Pérez Sánchez dio entretenimiento a mansalva a la chiquillería del siglo XX, pero especialmente en su segunda mitad, cuando inició la comercialización de una auténtica virguería de la tecnología, lo nunca visto en un país en lo que lo más moderno que existía era un televisor en blanco y negro con un solo canal y que requería de un transformador de corriente para que no se le frieran las antenas.

En la Navidad de 1954 lanzó el walkie talkie, o guaquitaqui, para aquella uníglota población de la época. Visto con la perspectiva de la fibra óptica actual el invento era realmente alucinante, pero lo era más su presentación en su propia caja, que se publicitaba como "Teléfono interplanetario Walki-Talki", y en la que una especie de astronauta con escafandra tipo olla exprés invertida habla desde el Espacio profundo a lo que se supone su esposa e hija que han quedado aquí, en la Tierra, mientras una gran nave interestelar rumbia por delante de los anillos de Saturno.

Todo ello a pesar que en la letra pequeña de esa propia caja, que debería exhibirse en el MOMA, señalara que su prodigioso alcance es de 100 metros, hazaña que logra, "sin baterías, sin conductores eléctricos", y que "opera por su misma generatriz de ondas vibratorias de asombrosa sensibilidad".

Y usted se preguntará que qué coño es la generatriz de la onda vibratoria. Con toda la razón.

Pues lo que viene siendo un hilo carreto de toda la vida, del que estaba equipado el sistema y que unía dos interfonos cósmicos huecos de plástico.

Completaba el invento un timbre en cada uno de ellos para avisar al interlocutor que se quedaba en este planeta de que iba a recibir un recado de Marte.

Eso sí, había que estar justo a esos cien metros de distancia, ni un centímetro más ni uno menos, porque si el hilo no quedaba tenso no se producía la misteriosa "generatriz de ondas vibratorias". Sobra decir que era prácticamente imposible piratear la señal de la policía local o la de la NASA.

Muy poco después de lanzar al mundo este autárquico cachivache, irrumpe con lo que se convertía con el precedente en cartón piedra de las actuales videoconsolas, pero en prehistórico.

Es el sin par Juegos Reunidos de Geyper, que mostraba la capacidad del ser humano para entongar decenas de entretenimientos en una única caja.

Se entrega con sus instrucciones en español, en francés e inglés, y aportaba ocurrencias que iban desde la pesca del lenguado a tableros de ajedrez, de damas, con sus "fichas auténticas de plástico duro", del parchís, de la oca, peonzas, cartones con preguntas e incluso una ruleta, y con un consejo técnico específico que recomendaba aceitar el eje para el correcto funcionamiento del trapiche.

Juegos Reunidos sentó delante de una única mesa a toda la familia durante años, en una relación inversa a lo que ocurre con la juguetería en la actualidad, que reúne a muchas más personas, sí, pero cada una de ellas al otro lado del mundo.

Con Juegos Reunidos la tarde no tenía final. Si aburría la oca, se le daba la vuelta al tablero y aparecía el parchís. Pero con todo, lo más entretenido si cabe, era cuando la caja propiamente dicha volcaba.

A pesar de que su avanzado diseño incluía dos tirantes de goma que desde la parte inferior encapsulaban su contenido, en según qué situaciones de euforia por acertar un bingo, por un jaque mate inesperado o por mandar al contrario a la casilla de salida, se producía la hecatombe, desparramando decenas de dados, fichas, papeles, cubiletes, y hasta unos ratones azules, amarillos, rojos y verdes que también se acoplaron a la oferta lúdica de la infinita imaginación del señor Pérez Sánchez.

El juego se vendió a mansalva durante las décadas de los 60 y los 70, hasta que irrumpieron los inolvidables Geyperman, es decir, hace ya unas buenas decenas de años, pero se han reportado informaciones de familias que aún siguen buscando fichas por debajo del tresillo, que las perdieron siendo nietos, y que hoy ya son o están en vísperas de ser abuelos.

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