“Nunca he perdido tanto dinero y nunca he trabajado tanto”. Es lo primero que dice José Andrés al teléfono desde Washington. No es un lamento: sencillamente, un modo de comenzar la charla sin edulcorantes, con la crudeza que merece la situación. Durante la charla, el cocinero manifiesta su voluntad de volar a España de inmediato: “He pedido el permiso”. Su ONG, World Central Kitchen, actúa ya en Madrid, Valencia y Barcelona, en concreto, desde Terrassa, con el chef Carles Tejedor al frente. Otros colectivos como Health Warriors, Food for Good BCN, Gastrofira, Comer Contigo o Food 4 Heroes han prendido el fuego para auxiliar a necesitados.

World Central Kitchen nació en el 2010 y el cometido es actuar en las emergencias, en huracanes, en terremotos. Una epidemia es otra cosa: “Va de menos a más, va aumentando. No hay nada destrozado, no es una guerra. Estamos ante una crisis humanitaria de proporciones bíblicas”.

Más tarde, desde Terrassa y tras haber mandado 1.600 comidas a un casal y un servicio de atención a inmigrantes y refugiados en Barcelona por encargo del Banc dels Aliments, Tejedor dirá algo parecido: “Al estar prohibida la movilidad, es muy complicado lo de los voluntarios. Mucha gente quiere colaborar pero hay que ver cómo. Problemas con el producto, con el empaquetado, con el etiquetado”. A partir del lunes dispondrá de bandejas con capacidad para un “plato único o combinado que pueda cubrir las necesidades”, lo que permitiría alcanzar las 2.000 comidas diarias. Por ejemplo, “arroz a la cubana y pechuga, pasta a la carbonara y solomillo de cerdo, quinoa y cordero, paella y pescadilla”. Carles usa recursos e instalaciones del cátering Valors Food y tiene en mente encender otra llama en Barcelona: “Lo ideal sería que la Generalitat nos ofreciera las cocinas de un colegio”.

En EEUU, estamos dando unas 120.000 comidas al día en unas 25 ciudades”, hace recuento José Andrés, y otras 30.000 en zonas en las que trabajaban antes del azote vírico, como Bahamas, Venezuela o Colombia. Aunque está a punto para redoblar esfuerzos: “En dos o tres meses podríamos estar en 250.000 comidas al día. En dos o tres años, hemos repartido unos 14 millones”. Las cifras son una medida de la necesidad. Y sin aportaciones públicas: el dinero sale de recursos propios o de donaciones privadas. Cuenta con la complicidad y el compromiso de gente como Leonardo DiCaprio o Laurene Powell, empresaria y viuda de Steve Jobs. Espera José que el Gobierno federal ayude, en algún momento, con los gastos. “Pero nosotros somos prácticos y no podemos esperar a que lleguen esos fondos. Esto costará mucho dinero. Veremos cómo se paga”.

Andrés se pregunta por qué no se actuó antes: “Nosotros empezamos en Yokohama, en Japón”. Asistieron al pasaje de un crucero. Después atendieron también a los viajeros de otro barco, este en Oakland, California. “Seguía el 'corona' desde Wuhan y mi cabeza ya llevaba dando vueltas a eso”. Cuando empezó en Washington habían comprada “miles de mascarillas”, que entregaron a los hospitales. “Es un poco raro que los cocineros llevemos mascarillas a los hospitales”. Habla de una ONU fallida y reclama auténticos dirigentes: “El liderazgo y la acción rápida son más importantes que un buen discurso”.

Celebra que haya organizaciones con cocineros dispuestos a enfundarse guantes y mascarillas, pero la dispersión podría ser estéril: “Hay que organizarse bien, hay que tener lógica, hay que centralizar las donaciones para que no se pierdan”. No se trata solo de la buena voluntad, sino de la eficacia.

Acude a los símiles militares, corrientes en estos días de trinchera: “La batalla cuerpo a cuerpo es en los hospitales, pero la guerrilla es en cada barrio, en cada calle, en cada edificio”. Y resume su quehacer con el evangelio, menos arrollador que la plaga bíblica del comienzo: “Dar de comer al hambriento y dar de ver al sediento. Es lo que hacemos los cocineros. Es fácil de entender, ¿no?”.