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Crisis del coronavirusCORONADIARIO. DÍA 21

Hola, me llamo Nuevo Yo

La Business BreakThrough University crea un avatar bautizado como New Me para entregar las orlas a sus alumnos a distancia, preconizando un futuro para la Humanidad un tanto penoso

El presidente de Business Break Through, Kenichi Ohmae, entrega la orla a dos de sus alumnos, de aquella manera. REUTERS

El señor que se encuentra en el centro de los androides pantalla que está graduando es el presidente de Business BreakThrough University de Tokio, Kenichi Ohmae. Y en la presentación que expone en su página web de las oportunidades que ofrece su centro universitario destaca la de desarrollar recursos humanos que puedan ponerse al día con las nuevas tendencias del siglo XXI para liderar las actividades económicas en varias regiones del mundo. Para rematar su mensaje aseverando que "no hay límites para la capacidad humana". Y lo clava. No hay límites, no.

Kenichi lo clava jincando dos pantallas táctiles a sendos robots aderezados con capa, birrete y currículum en un par de paneles por individuo y activando la videollamada para entregar la orla a sus alumnos. Y están privados los alumnos, especialmente la muchacha de la izquierda, que no se sabe si se explota de la risa por el sistema o porque al fin y al cabo ha terminado de cumplimentar su currículum.

La BBT, como especifica también su optimista presidente, solo ofrece cursos on line, por lo que tampoco echará mucho de menos la presencia física de su alumnado, pero en el prospecto de la fotografía se especifica que la razón de esa módem-ceremonia tiene su aquello, cómo no, es el coronavirus.

Según ahonda sobre el asunto el centro educativo japonés se trata de un avatar de comunicación bautizado como New Me, es decir Nuevo Yo, un nuevo yo a baterías a través del cual "los estudiantes podrán operar el robot avatar como su propio yo desde zonas remotas y así tener la oportunidad de recibir un diploma de Ohmae", para subrayar que se trata de la primera ceremonia de graduación de este tipo en el mundo. "Se aprovechan al máximo dos robots avatar y los estudiantes de todo el país serán avatar uno tras otro", así hasta cumplimentar a toda la promoción.

Ustedes dirán que dónde está la novedad. Pues en el careto. Hasta la fecha el robot de toda la vida venía con su cara de él, no asomaba la jeta de tu vecino, o de tu compañero de clase.

De hecho este invento se probó por primera vez el pasado mes de febrero y es una ocurrencia de una filial de la muy seria compañía de aviación japonesa ANA, una de las principales corporaciones del mundo en el sector aéreo.

Kevin Kajitani es el codirector de la división Avatar de la aerolínea. Y según expone, con esta nueva especie de Homo iPad, lo que pretende es "eliminar las barreras de la distancia física para hacer que la comunicación remota sea más valiosa, y permitir que todos compartan una experiencia de una forma más democrática", signifique democracia lo que quiera que signifique para Kevin Kajitani.

En la letra pequeña viene la miga económica y de ahorro de costes que esconde el argumentario inicial del cachivache, ya que uno de los objetivos colaterales para darle macho es hacer que Tokio sea más accesible para los turistas", ya que ahora pueden ampliar los horarios de atención al visitante con una guía cómodamente en su casa preparando el potaje y que se alonga a la pantalla cuando un extranjero le pregunte que a qué hora sale su avión, y por dónde.

Es evidente que estos últimos 20 días se está rompiendo la brecha digital entre mayores y generaciones más frescas, que personas que rehuían de las tecnologías porque les había quedado a trasmano en el tiempo han terminado claudicando para asomarse a la pantalla y poder así comunicarse con sus amigos y familiares.

También hay quien apunta a que los hábitos de distancia social que estamos aprendiendo a fuerza de estadísticas de mal agüero terminarán por cambiar nuestra forma de interactuar en un futuro inmediato, en reducir dosis de besos, abrazos y vernos unos a otros como de lejos, mientras compartimos una cerveza.

Sumados los dos factores se abre la posibilidad de ir a la parroquia de San Vicente para asistir a una misa ofrecida por un cura iPad. Pero todo eso no va a ser, porque nosotros necesitamos tenernos cerca, y no debería ser motivo para asustarnos.

Lo que sí es motivo para inquietarse es que tampoco se va a producir esa revisión del modelo económico cuando todo pase. Ni la mejora de las condiciones sociales, ni la reducción de la desigualdad. Ni la potenciación de la investigación científica. Ya lo dijo ayer Javier Sampedro en El País: "porque las prioridades volverán a ser otras, algunas justificables y otras inconfesables".

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