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Crisis del coronavirus CORONADIARIO. DíA 21

Fenómenos de antier

Durante siglos se celebraba en este país un periodo vacacional de mucho éxito denominado Semana Santa

Imagen retrospectiva de una Semana Santa en Las Canteras. LP / DLP

Existía de antiguo una celebración muy concurrida que, bajo el nombre de Semana Santa, daba comienzo en idénticas fechas a las ahora presentes.

La cita comenzaba generalmente con el anuncio de una protesta de caravanistas, ante lo acrecentado de la flota de este tipo de vehículos, que se daba en magnitud inversamente proporcional a la superficie de suelo disponible en el territorio insular para su aparcamiento.

A ello se unían, meses aún antes, las reservas para pasar estas jornadas en los llamados hoteles o apartamentos, a lo que se añadía desde finales del siglo pasado una nueva oferta turística denominada casa rural, y poco después vivienda vacacional.

Asimismo, cofradías, parroquias y ermitas iban preparando sus respectivos programas religiosos, tronos e imaginería, creándose así dos tipos de colectivos diferenciados. Los que procesionan y los que se iban de paseo.

El inicio de este peculiar episodio se materializaba en forma de cola o colapso, que recibía el nombre de operación salida. Más que una operación propiamente dicha, se trataba de una amputación en toda regla de las distintas vías de comunicaciones del país, con entogamientos masivos de vehículos que hoy serían del todo inimaginables. Kilómetros de coches unos detrás de otros, y lo que es más fascinante aún, con hasta más de cinco personas dentro y sin guantes ni mascarillas en cada unidad de ellas.

Los principales destinos que acogían esta huida de la población eran los propios lugares de origen de los primeros. Es decir, el que vivía en la capital grancanaria se desplazaba hacia el sur insular. El del sur insular, pues podría acabar en Holanda, mientras que un holandés, o numerosos holandeses, lo remplazaba y se emplatanaba siete días en Mogán, o en la capital grancanaria inicial.

Multiplicado por los habitantes de toda Europa, cuando no de otros continentes, la situación provocaba un flujo de millones de personas dando tumbos en Semana Santa, colmatando el espacio aéreo y se cree que de ahí surgió el afamado juego del Tetris, cuando los controladores de Gando tuvieron que poner en orden tal número de aeronaves en vísperas de la procesión de la burrita.

Tal era el número de errantes que no solo se trajinaba la demanda a golpe de aviones, sino que también se necesitaban grandes buques de transporte de pasajeros, denominados cruceros, para dar abasto a este fenómeno hoy desparecido, llamado Semana Santa. Sirva de ilustración que la temporada de cruceros en el Archipiélago finalizaba poco después de la fecha entonces conocida como Domingo de Resurrección, tal era el esfuerzo realizado.

En según qué zonas del país, este lapsus interruptus del trabajo disponía de objetivos fetiche. Para los grancanarios, Fuerteventura. Una Semana Santa lejos de Morro Jable o Corralejo era como un balcón sin macetas para un canarión pro, y la aerolínea archipielágica que cubre ese corto pero intenso trayecto debía también con antelación contratar una entrega extra de chocolatinas para abastecer la demanda. Otro tanto ocurría por mar de entre islas, con navieras recurriendo a todo aquello susceptible de flotar para alcanzar en tiempo y forma ambas costas.

Cuando ya habían pasado los primeros días de ocupación de playas y cumbres empezaba el momento evaluación. Todo lo que no fuera una ocupación de más del 80 por ciento era percibido por sus promotores como un desastre en ciernes. La buena o mala marcha de la economía y el futuro inmediato que se abría ante la perspectiva de una buena o mala Semana Santa dependía en gran medida del número de cucuruchos despachados el miércoles anterior al Jueves Santo, y en esto era un factor clave el tiempo. El tiempo meteorológico.

Si ya de por sí el tiempo santo tenía y debe tener su aura de misterio, misticismo y fe, en el caso del tiempo meteorológico ni siquiera los principales centros de investigación del planeta pueden prever qué coño tiempo va a hacer en Semana Santa.

En los últimos episodios se daba el asunto de un enero seco y calimoso, de un febrero veraniego, con sus chubascos en Carnavales, que para eso se celebran los carnavales, para que llueva con la inestimable colaboración de las murgas, pero en Semana Santa es otra cosa, no se sabe si por el designio de un malestar divino ante ese gran colectivo que prefiere irse de paseo.

Según se desprende del recuento de años y años arrojando similares casos, era éste el momento preferido para entregar todos los meteoros sin orden ni concierto.

En Playa del Inglés es cuando más corren las sombrillas. Un Viernes Santo, una sombrilla establecida en el Anexo II fue localizada en Pasito Blanco.

Y no pasaba nada.

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