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Crisis del coronavirus CORONADIARIO. DíA 25

¿Me conoces, mascarilla?

En Canarias ya teníamos un algo más divertido precedente del nuevo arretranco que nos has venido a aguar la fiesta

La madre de todas las mascarillas, la Yeezy Boost 350 de Zhijun Wang. LP / DLP

Uno de los mayores misterios de la era coronavirus gira en torno a la mascarilla. Como habrán podido comprobar en estos días no hay dos personas de los distintos organismos que se dedican a la mascarilla que opinen lo mismo sobre este tema. La Organización Mundial de la Salud salía al principio de la cochambamba diciendo que sí, pero no, que no, que dices que me quieres, pero no. Pero que si podías, igual sí.

Y ayer el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades lanzaba otro difuso mensaje a la población en el que reculaba sobre otro anterior en el que relegaba su utilización al personal médico y los pacientes que tuvieran sus achaques, para matizar que podrían, o no podrían, ser útiles para la población.

Lo más inquietante del comunicado llega después, en forma de sentencia. "Puede ser una extensión a la actual práctica de llevarla para los individuos con síntomas". O puede que no.

En España también pasa lo mismo con este desdichado elemento profiláctico. Hace unos cuantos días el ministro de Mascarillas, Salvador Illa, al que habrá que hacer una auditoría por si su apellido tiene algo que ver, manifestaba que iba a estudiar si se la encapsulaba a toda la población, una medida que luego quedó ahí, en el limbo, quizá por pensar que en esas circunstancias los españoles, por falta de práctica, podrían no reconocerse entre ellos. Que va a entrar tu hijo a casa y no lo dejes. O que el perro no te siga.

Sin descartar que nos partamos de la risa, poque si recuerdan, hasta hace un tiempo los canarios nos poníamos por Carnavales el ancestral antecedente de este fitosanitario elemento: la mascarita.

No tenia ni de lejos los mismos efectos de contención de virus alguno, más bien era un foco de infección si se mezclaba con copas, pero la sola pregunta hacia un interlocutor que de repente no sabia quién tenía delante con cara de loro de ¿me conoces, mascarita? ya era suficiente argumentario para montar una parranda.

Esto, a las generaciones x, z, doble uve e i griega no les dice nada de nada, pero pregunten a la generación a, b, y c, y les explican.

Por último, ayer también, como noticia fresca del tiempo, Sanidad seguía insistiendo en no aconsejarlas a aquellas personas que no tengan síntomas propios de la pandemia que nos ocupa: "Cuando lo tengamos decidido, valorado, discutido con las comunidades, vamos a dar recomendaciones claras". ¿Ven como no hay nada claro? Esa decisión, por tanto podría llegar para cuando sea el coronavirus el que lleve mascarilla y acabáramos.

Luego, lo propio es agenciarse de momento una mascarilla con wifi. De esta manera usted se encuentra en el supermercado y le llega la señal de que en ese momento, según el Centro Europeo para la Prevención de Todas Estas Enfermedades se la puede quitar, y disfruta eligiendo los calabacines con algo de confort, pero siempre pendiente de que cuando llegue a los tomates Salvador Illa le advierta que debe reingresar su mascarilla.

Todo ello si antes la OMS no le informa entre el pepino y la coliflor de que haga lo contrario.

Resulta evidente que si de repente a estas tres entidades les diera por alertar al mundo que hay que ponerse todos a una la mascarilla no iba a quedar algodón ni elásticos en el planeta.

Y es por esto el vacilón.

En otras civilizaciones similar situación no ocurre, porque vienen con el rodaje hecho. Como pasa en Asia.

Para ver cómo se solventa el chisme allí se puede consultar la muy novelera página Japón Pop, en la que una encuesta realizada en 2011, titulada La creciente moda japonesa de ocultar el rostro bajo mascarillas de diseño, reportaba que allí lo del catarro es lo de menos, ya que un 30 por ciento de los encuestados la consideran como "un accesorio estético más", para aportar una amplia lista de presuntos méritos del arretranco que incluían la posibilidad de ocultar la cara sin maquillar, evitar el frío en la cara, cosa que aquí nos reduce su utilización a la cumbre, medianías y aledaños, porque les gusta sin más, y por lucir más atractivos, cosa harto difícil con la mascarilla tipo pañal, pero quizá sí con las que a lo largo de esta última década han logrado hitos del diseño hasta el punto de entrar el pasado año en la colección permanente del MoMa de Nueva York, la Yeezy Boost 350, diseñada por el especialista el corredor de maratones chino Zhijun Wang. Algo así como una playera destructurada en toda la cara.

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