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Crisis del coronavirus Las que no paran

Las que mantienen a raya el virus

Las limpiadoras son indispensables para desinfectar los hospitales y evitar que el coronavirus continúe con su avance

Mary Nieves García, con el desinfectante en uno de los pasillos del Juan Carlos I.

Mary Nieves García Jiménez y Celeste Santana forma parte del numeroso colectivo que mantiene limpios los hospitales. Su labor ha sido siempre esencial e indispensable, y más en estos momentos de pandemia, aunque son las grandes olvidadas. Son las que mantienen a raya el virus, las que lo desinfectan todo para evitar que la pandemia avance. Si las limpiadoras no realizan su trabajo de forma tan minuciosa, el virus se queda.

"Si nosotras no limpiamos, el hospital se infecta", recuerda Celeste Santana, una de las algo más de 130 limpiadoras que mantienen a raya la Covid-19 en el Hospital Insular. Como el personal sanitario, están en contacto directo con el virus. De hecho, Celeste Santana lleva dos semanas en cuarentena ante la posibilidad de que se haya contagiado, pero aún sigue pendiente de que le hagan el test, auténtico caballo de batalla de este colectivo, al que hasta ahora se le ha negado esta prueba con el argumento de que no son personal del hospital, ya que pertenece a una subcontrata. "Estamos muy nerviosas, no sólo es miedo, es impotencia, e inseguridad, porque no nos hacen las pruebas. Nos dijeron que sí, pero todavía estamos esperando", se queja Santana, a quien lo que más le duele es que no las consideren personal de riesgo.

Desinfectar, limpiar y recoger todo aquello que puede haber estado en contacto con el virus. Este es el trabajo diario de las limpiadoras. También hay hombres, pero la inmensa mayoría son mujeres, que se encargan también de las habitaciones de los enfermos de coronavirus. "Estamos en contacto directísimo con el virus. Hablamos con los pacientes porque nos da pena verlos tan solos y les damos ánimo, cuando a lo mejor somos nosotras las que lo necesitamos", cuenta Celeste, quien asegura que las ha visto llorar y con ataques de ansiedad y, al minuto siguiente, "entrar como si nada y con la sonrisa en la boca en las habitaciones. Admiro una por una y uno por uno a todos mis compañeros". Admite que el 90% de los compañeros del Insular valoran la labor que realizan, aunque "también los hay que nos tratan de lo peor". Asegura que lo peor es el miedo a contagiar a la familia y "callártelo para no preocuparles".

Por su parte, Mary Nieves García Jiménez se encarga de cerrarle el paso al virus en el Hospital Juan Carlos I, en el que no se ha producido por el momento ningún contagio y en el que las escaleras, pasamanos, mesas, pasillos son desinfectados cada dos horas en una labor meticulosa y conciezuda que no cesa en todo el día.

A Mary Nieves, la declaración de emergencia la cogió disfrutando de sus vacaciones. Lleva 28 años en el Juan Carlos I como limpiadora, una profesión que adora, y considera que esta crisis sanitaria ha servido para que muchas personas valoren más la importancia de la labor que hacen. "Notamos a la gente más cercana con el valor de la limpieza y que conste que yo nunca he sentido el menosprecio de mi gente en el hospital", aclara.

A su juicio, "en cualquier servicio todos somos indispensables y en los hospitales también, desde mantenimiento, hasta el personal sanitario, de seguridad y cocinas hasta el de limpieza. Todos aportamos nuestro granito de arena y espero que cuando todo esto termine salgamos todos por la puerta grande. En los hospitales no sólo está el personal sanitario".

Está convencida de que "el trabajo en equipo reduce el esfuerzo y multiplica los resultados, al tiempo que destaca las ventajas de trabajar en un hospital pequeño donde todos se conocen y se respetan. "Para mí aquí hay gente que es como de mi familia. No tiene nada que ver con un hospital grande", sostiene.

"Los pasamanos se limpian cada dos horas, la escalera se limpia también de arriba a abajo con un producto desinfectante, un virucida. Aquí se ha usado de siempre pero ahora vamos todo el rato por todas las plantas con una botellita y el fuchi fuchi", resalta García Jiménez. "Aquí somos supermeticulosos para evitar que los pacientes se contagien y hemos puesto rayas verdes en el suelo para que se mantenga la distancia de seguridad. Intentamos cortarle el paso al virus, que no camine, aunque seguro que algunos caeremos, aunque sea por estadística". Se alegra cuando la gente le da las gracias por limpiar el espacio donde trabajan y los teclados de los ordenadores y los teléfonos.

Lo que peor lleva es no ver a su madre, de ochenta años, y se emociona cuando habla de ello, aunque la llama dos o tres veces al día. En su casa, todos son esenciales, desde su hija mayor repartidora de pan hasta su marido, vigilante de seguridad. Ninguno ha parado de trabajar.

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