Acostumbrado a acudir diariamente al debate de sus pacientes entre la vida y la muerte, el enfermero de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital de La Candelaria, Rayco Álvarez, vivió un miedo distinto cuando se enfrentó al Covid-19. Hoy, ya recuperado, narra su historia plagada de tensión e incertidumbre, pero en la que tampoco han faltado momentos emotivos y el humor. Una experiencia que, sin duda, recordará para siempre.

"Estamos acostumbrados a recibir noticias graves, pero vivirlo en nuestras propias carnes fue muy duro". Cuando aquel lluvioso 19 de marzo Rayco Álvarez abandonó la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Universitario Nuestra Señora de la Candelaria, tras una semana de intenso trabajo en turno rotatorio, ni siquiera se le pasó por la cabeza que no volvería a ver a sus compañeros durante el siguiente mes y medio. Menos se esperaba que, a día de hoy, la posibilidad de volver a abrazar su hijo de 11 años, al que, en una "corazonada", envió con sus abuelos antes de que todo comenzara, se viera aún tan lejana.

No sabe cuándo se contagió con el SARS-CoV-2, pero no descarta que haya sido en uno de eso días donde ponerse bien el equipo de protección individual (EPI) pasaba a un segundo o tercer plano. En ese momento, la única prioridad dentro de la UVI era salvar vidas. Cuando lo rememora, la primera imagen que se le viene a la cabeza es el de su pareja y compañera de trabajo intentando durante tres horas "sacar a un señor de parada cardiorespiratoria". "En esa situación, muchas veces es imposible concentrarse al 100% en seguir a rajatabla el protocolo".

La vuelta al trabajo, una semana antes, estaba rodeada por un aire distinto. La escalada de los casos de coronavirus Covid-19 se había convertido en una realidad en Canarias y más concretamente en Tenerife, donde hasta el momento se habían diagnosticado la mayor parte de los casos. Faltaban dos días para que el presidente del gobierno, Pedro Sánchez , compareciera ante toda España para llamar a la ciudadanía a quedarse en casa. Y en la UVI se vivía una situación "muy estresante", más que cualquier otra a la que se hubiera enfrentado Álvarez en sus 17 años de carrera. "Los protocolos y lo que podía hacer el bicho cambiaba cada día y, mientras, debíamos adaptarnos al nuevo trato con el enfermo", narra el enfermero.

El 19 de marzo, cuando llegó a casa, tras aquellas duras jornadas de trabajo de entre 7 y 10 horas sin descanso, su cuerpo no acababa de acostumbrarse a la tranquilidad. "Me sentía alterado, tenía falta de sueño, la simple acción de intentar sentarme para descansar me era imposible", recuerda Álvarez. Tanto él como su pareja, que también es enfermera de UVI, se refugiaron en casa a descansar y a cumplir con el mandato estatal. Ese mismo fin de semana, Rayco Álvarez empezó "a tener una rinorrea muy clarita, similar a la de una alergia". Y entre llamada y llamada, contactó con su prima, que había dado positivo en Covid-19 y cuyo único síntoma inicial había sido "un poquito de mal cuerpo, alteración y rinorrea".

La coincidencia de síntomas hizo que saltaran todas las alarmas del enfermero. "Sabía que no eran los clásicos y que no entraba en los protocolos, pero lo comenté en el hospital y me hicieron la prueba como favor", rememora el enfermero. El 23 de marzo su PCR daba positivo. Por convivencia, su pareja también tuvo que hacerse la prueba, lo que ratificó también su contagio.

Así, sin apenas síntomas decidieron tomar todas las medidas y "hacer las cosas bien". La pareja desinfectó toda la casa, pero la cantidad de lejía utilizada le provocó una ligera intoxicación por inhalación. "Fue en ese momento cuando me dí cuenta de que no estaba oliendo nada", rememora el enfermero. La anosmia fue su segundo síntoma y el punto de partida del rápido agravamiento de la enfermedad

Sin fiebre

No tuvo fiebre. Todo lo contrario. A él "el bichito" le causó hipotermia. "Ahí pasé miedo", recuerda el enfermero que indica que se encontraba junto a su pareja aislados, en casa, a expensas del teléfono. Aunque se describe como una persona deportista, su condición física poco le importó al virus. La enfermerdad le provocó una debilidad que se convirtió en un recordatorio continuo de que en cualquier momento podía empeorar.

Él había visto a otras personas entrar con esos mismos síntomas en la Unidad de Cuidados Intensivos, ¿quién le aseguraba que no le pudiera ocurrir también? En esos instantes inciertos, un único pensamiento le atravesaba la mente, ¿podría volver a ver a su familia, sus amigos y especialmente en su hijo? "Es muy duro. Nosotros estamos acostumbrados a recibir noticias graves, pero vivirlo en nuestras propias carnes es muy difícil", afirma con voz entrecortada el enfermero desde el otro lado de la línea.

Tras dos días que le dejaron fuera de combate, "mejoré poco a poco". La recuperación, sin embargo, no iba al ritmo a que estaba acostumbrado el enfermero que intentando activarse paseando por la casa, se daba cuenta de que no podía hacerlo tanto como hubiese querido. Además, se dieron cuenta de que la infección había traspasado al sistema nervioso en cierto punto pues durante los siguientes diez días se sintió como "ido" o "de resaca". Respecto a su pérdida de olfato, tardó dos semanas en recuperarse y aún hoy, "según la distancia, no huelo igual que otra persona".

Cuarentena sin olfato

La pérdida de ese sentido es el que le ha regalado alguno de los momentos más estrafalarios de esta cuarenta: "como el día en el que quemé un potaje". Era el cumple de su hijo y querían celebrarlo por todo lo alto a pesar de la distancia. Tanto él como su pareja se afanaron por hacer que el día "fuera especial" haciendo una serie de videollamadas masivas con amigos y familias para que el pequeño se sintiera arropado en ese día tan especial. Entre llamada y llamada, sin embargo, Álvarez se percató de que algo no iba bien. "Me olía a quemado, pero muy a lo lejos", recuerda. Su pareja, que también sufría de anosmia, le dijo que ella no olía nada y que no se preocupara.

Fue el primero de muchos indicios que acabaron con ellos casi dos horas y cuarto de llamada después, saliendo a la puerta de la casa pensando que algo se habría prendido a los alrededores. "Mi cabeza no se concentraba en lo que podría estar ocurriendo en la cocina", relata hoy divertido este susto, aunque asegura que en el momento, fue un instante de gran preocupación.

El enfermero agradece que tanto su hermana como sus vecinos se hayan volcado tanto en sus cuidados. Especialmente porque al estar las dos personas convivientes en cuarentena, algo tan rutinario como sacar la basura o ir a comprar se llegó a convertir en un verdadero problema. Durante esos días, su único vínculo con el exterior eran esos momentos en los ambos salían a su terraza particular para tomar algo de sol. "Cuando estás contagiado por respeto y conciencia te aislas y cumples con tu deber", explica el enfermero que señala que su máxima durante este tiempo ha sido "haz el bien y no mires a quién".

Ahora, de vuelta a la primera línea en plena desescalada , Álvarez pide prudencia. "Es importante que la gente cumpla, el sistema sanitario está preparado pero no para el colapso", indica. Y es que entre sus prioridades también podría estar ahora mismo el ver a su hijo pues "es lo que más quiero ahora mismo". Pero siendo consciente, ahora más que nunca, de lo que provoca esta enfermedad prefiere hacerlo "poco a poco". Por esta razón, concluye con un mensaje a la población: "primero debemos demostrar que tenemos responsabilidad".