Por mucho que el coronavirus haya paralizado nuestra vida en muchos sentidos, hay algo que las madres y padres no hemos podido dejar de hacer en estos dos meses: educar a nuestros hijos. Pasemos fases o nos quedemos en la que estamos, esto es algo que continúa, no espera. No existe botón de pausa para esta tarea tan importante que a veces nos lo pone tan difícil.

Rabietas, peleas entre hermanos, cumplimientos de normas y respeto de límites, deberes, el primer móvil... son algunos de los retos que se nos plantean en nuestro día a día educativo y que hemos repasado con Maribel Martínez, psicóloga y autora del libro “¿Cuántas veces te lo tengo que decir?”.

Maribel, en algunas ocasiones hemos escuchado a expertos comentar la posibilidad de preguntar a sus hijos lo que quieren o no hacer para aumentar su autonomía. Un ejemplo sería el menú de la semana. ¿Es bueno preguntarles continuamente su opinión?, ¿dónde reside el equilibrio?, ¿qué se puede consensuar con ellos y qué no?

Fomentar la autonomía de los hijos es una de las funciones que tenemos los padres. Finalmente, los niños han de ser personas autónomas y que se sientan capaces de hacer lo que se propongan en la vida. La autonomía no se adquiere de un día para otro, es un proceso de aprendizaje en el que los padres hemos de guiar. Por eso hemos de adecuar las preguntas que hacemos a los niños a su edad. Un niño de 5 años no tiene un criterio saludable sobre qué debe comer. Su criterio estará basado en sus preferencias y gustos, que en general tienden a ser alimentos a base de hidratos de carbono o azúcares. Por lo que si le preguntamos a un niño de esta edad qué quiere para merendar puede responder cosas como: "caramelos", "bollería", "chocolate", etc. Obviamente, no tiene conocimientos sobre nutrición, a medida que crezca le iremos hablando de cómo alimentarse de forma sana y progresivamente le iremos haciendo preguntas, inicialmente del tipo: ¿quieres bocadillo de queso o de jamón? Aprenderá a escoger, sentirá que tenemos en cuenta sus preferencias y escoja lo que escoja será una opción buena para él.

¿Crees que los padres, en ocasiones, se sienten demasiado perdidos debido a la excesiva información sobre crianza?

Sí, sin duda. Cada vez tenemos más acceso a la información de manera más fácil. Esto debería ser algo positivo, pero no siempre es así. Para empezar porque no toda la información es veraz ni fiable, y porque muchos de los mensajes son contradictorios entre sí. Esto crea en muchas ocasiones inseguridad en los padres y efectivamente, se acaban sintiendo perdidos. Antes de nacer el hijo ya sufren esta crisis de criterios y dudan sobre cómo educarlo o criarlo. Yo en estos casos aludo al sentido común. Porque en mi práctica diaria veo que la presión social, las modas y otros factores externos se ponen por delante del propio instinto y lógica de los padres. Por ejemplo, hay padres que tienen claro que su hijo de 9 años no necesita un teléfono móvil, pero acaban sucumbiendo por la presión social de "todos lo tienen menos yo". Tenemos que confiar más en nuestros propios valores y mantenerlos, aunque a veces eso suponga ir en contra de la estadística.

Con mayor frecuencia observamos faltas de respeto hacia padres y profesores. En tu libro dices una frase muy interesante "los padres quieren conseguir la obediencia cuando no se han ganado el respeto". ¿Cómo conseguir alcanzar ese respeto?

Efectivamente, es muy preocupante ver como la tendencia actual de niños y adolescentes es la de creer que tienen todos los derechos y ninguna obligación y que nadie puede decirles lo que deben hacer. Por lo tanto, no obedecen a nadie: ni padres, ni profesores. Este hecho no es casual, es fruto de una educación excesivamente permisiva, en la que los niños crecen sin límites claros.

Los padres somos los guías, no colegas. Si somos colegas se quedan huérfanos. Hemos de marcar el camino por el que han de ir los hijos, es lo que necesitan. Para ello han de respetarnos. Eso significa que desde el amor y los valores nos hemos de convertir en una figura de autoridad para ellos, esto no significa ser dictadores ni autoritarios.

- Los padres hemos de generar el respeto a través de la admiración y la coherencia.

- Nuestra actitud debe ser en muchas ocasiones más firme, porque si decimos cosas y no las cumplimos nuestras palabras pierden sentido. Nos auto descalificamos.

- Hemos de conseguir que nos hablen con respeto y ha de quedar clara cuál es la línea roja que no han de traspasar. ("no me ralles", "pesada", "tonto"...).

- La mirada ha de ser una herramienta comunicativa.

- Los padres han de ser un equipo en la crianza. Han de unificar valores y normas.

- Coherencia. Los padres somos un modelo a seguir en los primeros años de vida de los hijos. Seamos coherentes. Dar ejemplo es la mejor manera.

- Marcar límites claros y consecuencias de sus actos. (¡y aplicarlos! La teoría no sirve, educa la práctica del día a día. Si se supone que he de poner la mesa, no la pongo y no pasa nada, obviamente, mañana ni me planteo ponerla).

Otro quebradero de cabeza de madres y padres: las peleas entre hermanos. ¿Cómo podemos superar esa fase de la forma más sana posible?

Los padres queremos que la relación fraternal sea más que cordial y correcta, queremos que los hermanos sean amigos. Pero el día a día, la convivencia, los celos, los diferentes caracteres, etc... propician que los niños se peleen. Es normal, intentan resolver a su manera el conflicto. A veces de una forma inmadura y primaria, cierto. Pero, en general, si los vemos pelear acudimos a poner paz, no soportamos la discusión tememos que de esa forma nunca lleguen a ser amigos. De esta manera, no resuelven el conflicto, al contrario, después seguramente están más enfadados porque al menos uno o los dos, se sienten injustamente tratados y creen que por culpa del hermano los padres le han regañado.

Si el objetivo es que se lleven bien tienen que conocerse, saber cómo reacciona el otro, aprender a pedir las cosas, a ser generosos, a compartir, a dialogar, a resolver sus diferencias. ¡Pero no les dejamos! Les impedimos estas experiencias. Parece que el objetivo sea que no se peleen, cuando en realidad es que aprendan a resolver sus conflictos.

Por lo tanto, no queda otra: hemos de dejar que aprendan. Hemos de observar sin intervenir en sus discusiones y en todo caso, animarles a seguir discutiendo hasta que lo resuelvan y luego por supuesto, felicitarles. Estarán más cerca de llevarse realmente bien.

¿Qué suele estar fallando cuando los padres no paran de repetir las cosas y sus hijos nunca lo hacen a la primera?

Lo que falla es que no hacemos autocrítica. No nos paramos a valorar si lo que hacemos funciona o no. Decimos "has de obedecer a la primera", pero luego llega una segunda, una tercera, una décima y el grito final: "¿Cuántas veces te lo tengo que decir?" (No en vano este es el título de mi último libro, ¿qué padre no ha dicho esto alguna vez?). Es la paradoja más grande de la educación. Los niños aprenden que después de la primera hay 9 más y que la buena, la que de verdad cuenta, es la del grito. Y eso es lo que sin querer les estamos enseñando. ¡Justo lo que no queremos!

Por lo tanto, nuevamente, seamos coherentes, si queremos que hagan las cosas a la primera, no las digamos una segunda. Valoremos que aquello que hacemos no funciona y cambiémoslo. Si decimos: "ve a la ducha" y no va, no lo repitamos, no gritemos. Vayamos donde está el hijo, cojámoslo de la mano y con tranquilidad y calma, sin mediar palabra, llevémoslo a la puerta del baño. Con voz firme le decimos "Ya sabes lo que tienes que hacer". Y ya está. Si algo de lo que hacemos no funciona. Dejemos de hacerlo, hagamos algo diferente.

¿Cómo podemos armarnos de paciencia para evitar caer en los gritos y peleas con nuestros hijos?

No se trata de paciencia, sino de técnica comunicativa. No nos damos cuenta que entramos en una escalada comunicativa. Por ejemplo:

- Vaya habitación desordenada, ordénala.

- Es mi habitación, no le molesta a nadie.

- Me molesta a mí.

- Pues a ti no debería molestarte, no entres.

- Es mi casa, entro si quiero, y si no la ordenas te apago el ordenador.

- No lo apagues.

- Pues empieza ya a recoger.

- Recogeré cuando quiera.

Esta escena puede acabar realmente mal, porque es una escalada comunicativa en el que padre e hijo entablan una lucha de poder, argumentando y contra argumentando cada uno sus razones. Pero este ya es un concepto equivocado. El hijo contra argumenta porque cree tener el mismo derecho que el padre a opinar y decidir, y claro, esto no es exactamente así. Los hijos a medida que crecen van adquiriendo más derechos y más deberes, siempre hemos de escuchar su opinión, pero han de tener claro que los padres ponemos las normas de convivencia y si decimos que a las 22:00 horas hay que ir a dormir, que la habitación debe estar ordenada o que han de lavarse los dientes después de cada comida, eso es lo que ha de ser, aunque no estén de acuerdo totalmente.

Los gritos no educan. Un rol de padres cercanos, empáticos, amorosos y con un concepto de autoridad bien entendida sí.

7.Las rabietas suelen ser el problema más temido durante los primeros años. Normalmente, cuando ocurren en lugares públicos nos paralizan y por la vergüenza del momento evitamos hacer las cosas como nos gustaría. ¿Cómo superar esa barrera?, ¿cómo enfrentarnos a las rabietas?

Cierto, ¿a quién no le ha pasado? Es una situación indeseable pero habitual. Los niños a partir de los 2 años descubren que pueden oponerse y cuando no consiguen lo que quieren lo expresan de esta manera inmadura, no sabe hacerlo de otra forma. Aún no tienen tolerancia a la frustración y hemos de enseñarles poco a poco.

El problema no es la pataleta en sí, sino que, gracias a esta, el niño se salga con la suya. Si el niño hace una pataleta y consigue lo que quería, estamos promocionando que cada día haga más.

El tema de los deberes y el estudio, ¿cómo debe ser el proceso de ayuda de los padres para conseguir que ellos terminen haciéndolos solos?

Los deberes son una responsabilidad de los hijos, no de los padres. Los padres hemos de enseñarles a hacer deberes cuando comienzan a tenerlos y ayudarles a organizar su tiempo, su material y a realizar las diferentes tareas. Pero a medida que crecen recordemos nuestro objetivo de potenciar la autonomía. Por lo tanto, debemos ir dejando que asuman su responsabilidad hasta que los hagan ellos sin ninguna ayuda.

En general en este tema la dificultad es de los padres, que parece que si el hijo no lleva los deberes hechos, ellos sean unos malos padres. Cuando en realidad esa sería una buena manera de que el hijo experimentara las consecuencias de su irresponsabilidad para aprender, por ejemplo, a anotar bien las tareas en su agenda.

¿Cuál es la edad correcta para dar un móvil a un niño y en qué condiciones?

En general diría que cuanto más tarde mejor y, sin duda, no antes de los 12 años. Es decir, con la entrada al instituto.

Las consecuencias de un mal uso de las pantallas en general y del móvil en particular, son a muchos niveles:

- Físico: déficit de sueño, sedentarismo, bajos niveles de concentración, problemas visuales, problemas posturales, etc.

- Emocional: bajo control de impulsos, baja tolerancia a la frustración, irascibilidad, etc.

- Social: limita las relaciones sociales, limita desarrollar habilidades sociales, etc.

- Psicológico: puede convertirse en una adicción (la OMS ya lo ha catalogado)

- Contenido no adecuado: pornografía, violencia, etc.

- Contenido no veraz, visión distorsionada de la realidad, etc.

-C iberacoso.

El móvil se ha de entregar junto a un "contrato de utilización" donde los padres especifican cómo, cuándo y de qué manera ha de usar esta pantalla. Si cumple ese contrato tendrá derecho a utilizarlo, si no, se le retirará unas horas o un día en función de la falta cometida.

Al menos, el contrato debe contemplar:

- La principal función de un teléfono es que pueda comunicarse y que los padres puedan llamarle.

- Debe pedir permiso para bajar una aplicación o publicar fotos o videos.

- No lo puede llevar al instituto o debe estar apagado.

- Horario concreto de utilización.

- Por la noche el teléfono estará cargándose en un lugar determinado, no en su habitación.