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Testigo de calle

Fajardo, Sánchez, Fernando Simón y la jacaranda

Fajardo, Sánchez, Fernando Simón y la jacaranda

Durante este trimestre de pandemia ha habido el cuadro de un canario, José Luis Fajardo, marcando con su luz tenue, natural, como una mirada suave que tranquilizaba el paisaje de las reuniones televisadas del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y los más destacados funcionarios que han tenido que ver con la lucha contra el virus, entre ellos el ya más que popular Fernando Simón.

Ese cuadro se titula Ventana para la jacaranda, y forma parte del patrimonio del Estado que, entre otras numerosas obras de artistas españoles, se guarda o se exhibe en la sede de la presidencia del Gobierno y de otras instituciones públicas del Estado. Es una obra que Fajardo pintó a principios de los años 80 y corresponde a una época en la que el artista tinerfeño, que ahora tiene 78 años, quiso sacarle a la naturaleza la mirada reposada que, en tiempos de bonanza, proporciona a la vida. Como una ventana a un jardín imaginario en el que pueden verse todos los colores del verde, entre ellos el color blanco.

El color blanco, el aluminio, la reverberación del mar, los ojos sin rumbo de sus pinturas goyescas, la letra como parte de la geografía humana de sus últimas obras, son algunos de los asuntos cromáticos, e incluso vitales, que han ido marcando a lo largo de los años la poética pictórica, y yo diría que humana, de Fajardo. Su pintura ha sido, desde sus años de Tenerife, el reflejo de su propia mirada, pero no sólo de la mirada del alma, esa sin la cual es un imposible imaginar el origen del arte. Me refiero también a su mirada física, al modo que tiene de fijarse en las cosas, de contarlas, e incluso de decirlas.

Fajardo nació en La Laguna, a la que le dedicado series de una delicadeza propia también de este cuadro que durante tiempo ha sido testigo, ahora, de la narración de un drama desde el punto de vista de quienes han tenido la responsabilidad de atajarlo. El más destacado de los cuadros de esas series laguneras siento que es la colección Maguas, en las que la ciudad de su nacimiento se manifiesta como si fuera una neblina que se ha instalado en su corazón de lagunero transterrado.

Quien por alguna razón de su biografía escolar, en cualquiera de las islas Canarias, haya vivido en La Laguna tendría en esos cuadros en los que la luz depende del lápiz, y éste depende del carácter poético del pintor, una visión perfecta, luminosa, de lo que se le haya quedado en la memoria.

De hecho, este cuadro que ahora está en la retina de tantos españoles que habrán visto esas comparecencias políticas y sanitarias forma parte de esa manera de mirar que, ahora también, domina a la persona y al artista, y se confunde con su gusto de vivir y también con las dificultades que entraña una vida larga en la que no sólo han existido razones para el entusiasmo, que él sigue mostrando a raudales, sino también avisos graves de la herida que, como decía César Vallejo, se hace a golpes de vivir. Ventana para la jacaranda es, pues, un resumen, convertido en cuadro, es decir, en objeto, de su manera de ver, en cierto momento, la vida alrededor en torno a los cuarenta años, cuando casi todo lo que luego ocurrirá es mezcla de esperanza y amenaza. Qué habrá después de la ventana, de qué color va a ser la sustancia de lo que nos ocurra. Qué será de nosotros en esa segunda parte, seguramente ya casi definitiva, de nuestros días.

Si uno se pusiera a buscar colores para aquella edad ya sobrepasada seguramente elegiría, como fetiche, esos que José Luis Fajardo seleccionó para ilustrar esa ventana que es, seguramente, un relato del tiempo cuando aún no ha ocurrido. Luis Fernández, el pintor español que en París vivió un exilio cuya melancolía aparece en sus cuadros, tiene una pintura en la que exhibe, solamente, la luz de una vela. Si esa vela se quedara sola y el cuarto en la que se exhibe se mantuviera a oscuras, da la sensación de que la luz de la vela nunca abandonaría la estancia. Es como si ese pintor, como el propio Fajardo, o como Cristino de Vera o Manuel Padorno, canarios como él, quisieran hacer con su obra una traducción de la famosa visión de Lewis Carroll: "Quisiera saber cómo es la luz de la vela cuando está apagada".

De aquel cuadro de Fajardo y de los muchos que vinieron luego (ahora ha hecho más de setecientos narrando la indecisa, confinada, especular y terrible luz de la pandemia) se puede deducir su mirada por dentro así como la que arrojaba al territorio abierto de lo que vendría luego en Ventana para la jacaranda. Vierte también un rasgo de su carácter: el de uno de los más generosos ciudadanos canarios, que hizo de su ya muy largo viaje a Madrid una oportunidad de mostrar su modo de ser abierto a todo el que tocara a su puerta, aunque no llamara.

Doy fe y expreso mi alegría por verle pintar como si abrazara el futuro aunque éste se parezca a un abismo, como es actualmente esa ventana que, desde su tiempo, da visión al que nos está visitando, esta época durísima que ha quizá ha aliviado el aliento pintado de esa ventana que da a las jacarandas.

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