La Asociación de Vecinos García Escámez centra sus esfuerzos en paliar las necesidades de las 900 familias que tienen derivadas desde los servicios sociales, a las que se suman otras seis mil personas que atienden sin papeles porque, como dice la presidenta del colectivo, África Fuentes, "nadie que no tenga recursos se va de vacío". Se muestra agradecida a la vida, a todos los que "me dan": "como el mayorista Jesuman, que para hoy me dijo que iba a mandarme carne, pescado...". Es la instrucción que hace África mientras apura un cortado y nos acompaña al antiguo cine de García Escámez, hoy convertido en una cooperativa de la solidaridad donde unos setenta voluntarios trabajan en cadena preparando las cajas que mañana, viernes, repartirán a los usuarios. "Casi la mitad vienen de la cárcel", precisa África, que recuerda el día que el director de la prisión la llamó para firmar los papeles y le advirtió: "¿Usted sabe la responsabilidad que asume y no tiene miedo?", y ella le respondió: "Ellos son los que me tienen que tener miedo a mí", comenta con verbo fluido y juvenil en el que se desliza alguna palabra poco adecuada para discursos institucionales.

"¿Sabes que soy ilustrísima?", pregunta a su interlocutor, para referirse al día que el Cabildo le dio el reconocimiento de Hija Ilustre de Tenerife, el 23 de marzo de 2018. "Me vinieron y me aconsejaron hacer un texto. Cuando yo vi todas aquellas letras escritas le dijo: perdona, pero yo no voy a hacer eso porque no soy yo", comenta con sinceridad y de forma espontánea. Estas dos características quedaron de manifiesto cuando antes del 30 de junio de 2015 -fecha de la entrega de la Orden del Mérito Civil-, estando entre cajas de comida para repartir a las familias vulnerables, uno de los chicos que la ayudaban le dijo que la llamaban desde la Casa Real, a lo que respondió: "Que se pongan a la cola, será que el dinero no les da para comer".

Convencida de que era una broma, en el otro lado del teléfono estaba el jefe de la Casa Real para invitarla a ir a Madrid a recoger la distinción porque "hasta allí había llegado la fama de que una señora pobre recogía comida en Santa Cruz para repartir entre los pobres". África no se amilanó ante la invitación y le dijo que si querían que fuera, tenían que acompañarla dos de sus seis hijos. Las demandas le parecieron desorbitadas inicialmente a la Casa Real, y la presidenta de la asociación vecinal, con la misma frescura, declinó la invitación, que no se hizo efectiva porque se recondujo la situación... y África viajó a Madrid con sus dos hijos. "Hasta le doy consejos a la reina", comenta con sonrisa pícara para traer al recuerdo el día que la saludó y en la conversación se le escaparon algunos tacos y expresiones... "¿Qué dijo, qué palabras son esas?", le dijo la reina como si no hubiera entendido. "Lo siento, mi niña, pero las palabras ya no las puedo recoger", le dijo, con lo que se ganó la complicidad de doña Letizia, que desde entonces le felicita todas las Navidades con fotografías que tiene expuestas en la oficina de la sociedad, junto a la de Carlos Alonso , José Manuel Bermúdez y... "la visita que me hizo Patricia Hernández antes de ser alcaldesa". "Creo que se enfadó porque le dije que ella no tenía madera para eso; ya luego no volvió a verme", cuenta.

La vida de África no es precisamente la de una princesa. "Siéntate ahí que te cuento, porque la vida es vivirla y el que tiene miedo se hace cobarde". Comienza a desgranar sus orígenes. Ya su nombre evidencia la lucha por la libertad. Aunque todos la llaman África -como quería bautizarla su madre-, fue inscrita como Carmen, porque entonces "tenías que tener nombre de un santo o una virgen". Cuenta que es hija de la sirvienta de su padre, un hombre de bien que se avergonzó de ella. "Cuando nací le pidió a un familiar que sacara eso de la casa antes de que volviera". Y la mandaron a una cueva a San Roque, en La Laguna, donde vivió con su abuela materna. "Pensé que no había más vida que lo que yo veía allí; que no había gente". Después de ella, sus padres tuvieron cinco hijos más, "y me mandaron a buscar, pero no porque me quisiera sino para que cuidara a mis hermanos"; a la vez que recuerda a una señora que la llevaba al colegio.

"Recuerdo el primer día que abrí la llave y salió agua en casa de mi padre, que trabajaba en el ayuntamiento". "Tenían muchas comodidades en la vivienda, pero los veía oscuros, asustados...". "Me metí en todas las religiones. Te puedo decir que todavía hoy, con 84 años, no sé lo que es llorar, aunque me compadezco de todo", para admitir que tiene la capacidad de "conocer a la persona sin que necesite hablar con ella" y con la tranquilidad de que "si me voy, es que es mi momento". Esa filosofía le ayudó a superar el cáncer que le diagnosticaron -"me quitaron los dos pechos y la matriz y me dieron cuatro meses"-.

"Me casé con 17 años sin saber lo que era casarse y por llevarle la contraria a mi padre", un enlace que compartió con Emmanuel Perea, un perito tasador de La Cuesta con el que se estableció en una vivienda que le dieron en Somosierra -"un quinto piso sin ascensor"- y compartió más de sesenta años hasta que falleció. Fruto de ese matrimonio nacieron seis hijos: uno trabajó en la banca, otro en barcos, dos en chapa y pintura, y sus hijas son amas de casa.

"Desde joven me gustaba ayudar; me adelanté a los tiempos; ahí empecé a infiltrarme". A África no le hizo falta tener una asociación para repartir comida en la Cuesta de Piedra, hasta que un día el cura la llamó y le preguntó si "no le daba vergüenza darles comida a los mismos que robaban. Es verdad que yo los veía con sus cadenas de oro, pero no tenían para comer y a mí eso me daba pena". Fue el fin de su labor filantrópica en Cuesta de Piedra. "Sé que me voy; estoy esperando que cualquier día me llamen", dice África, que cree en Dios pero no en las imágenes, porque de pequeña elaboraba imágenes con tiza mala que luego se vendía. "Un día le pregunté a mi tío: eso que yo hago por la noche ¿hace milagros por el día?". "No sé cuánto tiempo que fui a la Basílica de Candelaria... pero yo hablo con el Señor". Ella ha tomado el relevo de su marido en la asociación como presidenta.

Recuerda el día que tuvo que sacar de madrugada a su perrito y en la calle un individuo le puso un cuchillo para atracarla y le pidió perras. "Mira jodido, no tengo perras sino este perrito y no te lo voy a dar, así que quita ese cuchillo que no tengo ni para un café", le reprochó, y acabó recibiendo de su atracador cinco euros para que se tomara algo. Con el paso de los años lo vio en la asociación, a donde acudió a buscar comida y lo reconoció. "Fui a él y le dije: Yo soy la vieja que querías pinchar, como yo me entere que te dedicas a asustar a las viejitas vas a dar conmigo porque no te van a dar dinero y encima las vas a matar de un infarto".

Sorprende con otra de sus confesiones: "Soy una traidora porque yo me voy con quien me dé comida para los pobres; es mi única preocupación".

Vive el día a día. Le preocupa tener todas las cajas llenas de alimentos para el reparto de este viernes, y "la próxima semana ya se verá". "Por cierto -cambia de tema-, tengo que ir a un notario porque me dijeron que como ahora soy ilustre me quieren enterrar en un panteón, pero yo quiero que me incineren y esparzan mis cenizas porque quiero ser libre".