Collioure no es una pequeña localidad al sur de Francia. Al menos no solo eso. El viajero que desciende de la estación de tren y pasea hacia la playa por la avenida Aristide Maillol entiende de inmediato que los lazos sentimentales que le unen a la ciudad van mucho más allá de la simple geografía. Para cualquier español debería significar un territorio mítico que habla de los tiempos más oscuros de nuestra historia reciente. Collioure fue refugio y condena. Salvación y cárcel para millones de españoles que atravesaron a pie la frontera en los días finales de la Guerra Civil. Aquí encontraron también descanso muchas familias. El sosiego que le faltaba a un país roto y que encaraba una larga dictadura. O eso creían ellos. En menos de un año, aún sin conocer del todo sus calles, Francia sería invadida por la Alemania nazi. Un segundo exilio. Una doble condena.

Collioure se ha convertido en un santuario del republicanismo español. La bandera tricolor se deja ver en algunos rincones de la ciudad, pero más como un fósil que como reclamo político. De todos los avatares históricos que ha sufrido la ciudad, tal vez sea el de lo exiliados españoles el más triste. Collioure ha tenido una de las fronteras más volátiles de toda Europa. Ha sido española con los Reyes Católicos y Carlos V, al pertenecer al condado de Rosellón, hasta que Luis XIII la conquistó por las armas, gracias a los cálculos del cardenal Mazarino. Pero el alma hispana ha quedado flotando en sus calles, impregnando las terrazas de sus bares, el estilo arquitectónico de sus edificios. La misma estación de tren es similar a la que el viajero encuentra en todo el Levante español. El propio cementerio, destino principal de nuestro viaje, es un espejo de tantos y tantos camposantos que pueblan las localidades costeras de España.

E Pero las banderas que cuelgan de su ayuntamiento son la francesa y la occitana, que comparte la misma raíz con la catalana y la aragonesa. Occitania es una tierra antigua y llena de misterios. Salpicada de castillos asediados durante siglos, durante la Edad Media surgió el catarismo como doctrina que venía a revolucionar el mundo y la Iglesia, pero que probó el fuego como antídoto. Algo queda en los alrededores de Collioure, en fortalezas como la vecina Carcassonne y Albi.

Apenas le bastan unos pasos al viajero para cerciorarse del cruce de caminos que significa la penúltima ciudad francesa antes de cruzar la frontera. En el Boulevard de Boramar se encuentran los tres puntos cardinales de Collioure. Una lengua de tierra se introduce en el mar, formando una única avenida alargada rodeada de agua. Allí se alza la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, que parece sostenida por las olas en los días de tormenta. El faro es el punto de la ciudad que más se aleja del interior. Los pescadores españoles que faenan en Rosas y el Cabo de Creus lo ven desde la distancia en las noches claras. Detrás del cabo, el Fuerte de Miradou domina toda la perspectiva de la ciudad, dotándola de un estilo guerrero que poco encaja en la actualidad con las calles tranquilas y llenas de restaurantes.

Pero el viajero no ha llegado hasta Collioure para pasear por sus playas de guijarros. Ni siquiera para beber un excelente vino de Nicolas Carmarans, típico de Occitania. Tiene una cita en el cementerio local. Un homenaje que lleva atrasando años, desde que se instaló en París. Y visitará la tumba de Machado no como un gesto político. No se dejará contaminar por esta España de "los hunos y los otros", como dijo Unamuno. La cita con la tumba de Machado es un homenaje al hombre cotidiano de una España que saltó por los aires. El símbolo más certero de los males de una contienda civil. Collioure es sobre todo eso: un remanso de tranquilidad, las aguas después de una tormenta que ha durado años. Una ciudad luminosa que conserva a través de su urbanismo y del apellido de sus ciudadanos un pasado español común, ya sea en la derrota o en la victoria.

E Con ese espíritu me dirijo al cementerio de la localidad. Escoltado de cipreses, se ubica en la parte alta de la ciudad. Las vistas al mar son permanentes, solamente interrumpidas por algunas casas blancas. Antes de llegar a la tumba del poeta leemos cientos de apellidos españoles, personas cuyos descendientes pueden cruzarse por la calle o compartir oficina. Muchos estuvieron presos en el campo de concentración de Argelés-sur-mer, a escasos kilómetros al norte de donde estamos. La última infamia de la Francia libre, a meses de capitular.

La tumba de Machado se ha convertido en un lugar de peregrinación. Los visitantes dejan cartas. Poemas de olmos secos y álamos dorados. Se respira paz. Hay una bandera republicana hecha con cerámica y agradecimientos del pueblo de Collioure, orgullosos de custodiar los restos de su visitante más ilustre. Para cada viajero la tumba de Machado representa algo diferente. Yo frente a ella encuentro la paz y la melancolía. Como en sus poemas, Caín descubrió con orgullo que era español. Y no se olvidó de nadie, ni en un lado ni en otro. En Collioure descansa Abel. Una gota de agua en el aceite.