Ceferino apareció un buen día. Él no sabía que iba a ser el primero. En el barco, mucha emoción, por fin un cachalote en todo lo suyo. La tripulación del Oso Orco, de la organización ecologista WWF España, ya tenía un ejemplar de este hermoso cetáceo, acechado por numerosos peligros, sobre todo, por el intenso tráfico marítimo que circula en Canarias. A aquel avistamiento, en 2007, han seguido muchos. Ahora, desde 2010, la ONG, la Obra Social de Caja Madrid y la Sociedad para el Estudio de los Cetáceos en el Archipiélago Canario (Secac) colaboran en un proyecto de conservación de esta especie un tanto desconocida por su timidez, que ha visto reducida su población a una tercera parte en el mundo y que encuentra en las aguas del Archipiélago un lugar ideal para alimentarse.

"Hemos detectado que 38 de los 84 varamientos de cachalotes en los últimos 20 años se han debido a colisiones", reveló ayer Marisa Tejedor, bióloga de la Secac. Y es que el 81% de los arrollados por embarcaciones en las dos décadas precedentes lo fueron tras la implantación de los fast ferrys entre las Islas. "Este proyecto tiene tres patas, por así decirlo. Por un lado, está la investigación, que consiste en hacer un seguimiento de las poblaciones. Por otro, la sensibilización a la sociedad a través de los medios de comunicación; y por último, la divulgación entre escolares", enumeró Alexis Rivera, otro de los siete científicos implicados en la iniciativa.

Los cachalotes son unos animales fascinantes y con un aura mítica, que quizá se deba a que pasan el 80% de su existencia a grandes profundidades. Hay muy pocas ocasiones de verlos en superficie y cuando están allí, para respirar, sólo se quedan unos ocho o nueve minutos. Pero para eso está la tecnología. En el palo mayor del Oso Orco, dos de los investigadores observan con prismáticos por si se produce algún encuentro casual, pero el 'método Rodrigo de Triana' ya está superado y ahora se usa un aparato sorprendente de nombre hidrógrafo, que, como su propio nombre indica, es un micrófono para escuchar bajo el agua, en este caso, con un cable de 200 metros.

El método de trabajo consiste, por tanto, en echar el hidrógrafo al océano y poner atención. Los cachalotes emiten unos característicos clics cuando buscan su comida, sobre todo exquisitos cefalópodos que echarse a la boca. Mónica Pérez, otra de las biólogas a bordo, explicó que "los sonidos se procesan en un ordenador que nos va indicando si el animal está a proa o a popa". Lo que no se puede saber es si están a babor o a estribor, pero para eso está la pericia del capitán, Kirme Bermúdez, que va moviendo la embarcación hasta que se hace más fácil la localización de los individuos. "Suelen estar una hora u hora y media sumergidos. Luego, de repente, cesan los clics y tenemos que estar preparados y cerca del lugar en el que emergen para poder fotografiarlos", afirmó Pérez. Los benditos chasquidos, que parecen cosa baladí, sirven para comunicarse entre ellos, orientarse, localizar pareja y, sobre todo, a sus presas. Se trata de un sofisticado sistema, que sólo supera el sonar de los submarinos más modernos.

El equipo ha conseguido catalogar a unos cien ejemplares desde el bueno de Ceferino, en un total de 33 avistamientos. Una vez que el cetáceo se asoma, hay que tomar una instantánea de su aleta caudal (la cola), a unos quince metros de la proa de la embarcación, donde hay una pasarela. "El mejor momento para hacerlo es justo cuando hacen la inmersión de alimentación, porque si los asustas y sólo se hunden un poco, no puedes hacer bien la foto". La cuestión es tener una imagen de cada aleta caudal, porque no hay una igual a otra, ya sea por el color o por los roces de la vida en el océano, cada una tiene su sello. Luego, Marisa Tejedor, toma una muestra de la piel del animal con una flecha lanzada con una ballesta, "que ni siquiera nota", y que sirve para el registro genético que se está elaborando para el proyecto.

El cachalote, el animal en el que se inspiró Herman Melville para escribir Moby Dick, tiene el cerebro más grande sobre la Tierra y es el cetáceo más antiguo que existe. Los primeros individuos datan de hace 25 millones de años. Son buceadores de primera, que pueden llegar a los 700 metros durante 40 minutos. Viven en grupos familiares de 15 a 20 individuos. Las hembras y las crías se mantienen en zonas templadas, mientras que los machos adultos viajan a zonas frías en determinadas épocas del año. "En Canarias tenemos, sobre todo, hembras y jóvenes", indicó Mónica Pérez. Cuando nacen ya miden cuatro metros, y pueden alcanzar los 18 si son ejemplares masculinos.

Protegen a los débiles. "Tienen un sistema de defensa que se llama margarita. Se ponen todos mirando hacia dentro en forma de pétalos de una flor, con la cría o el enfermo en el centro, y mueven su aleta caudal con fuerza, lo que aleja a los depredadores, que suelen ser las orcas", describió la bióloga.

Entre las conclusiones a las que han llegado estos científicos está que estas poblaciones se mueven por toda la Macaronesia, pero aún queda mucho por estudiar y cambiar. En noviembre de este año, expertos internacionales, navieras y administraciones se reunirán en un congreso para intentar salvar a Ceferino y su familia.