Toda la vida riéndonos de las españoladas de los años sesenta y setenta, y al final va a resultar que esas películas desarrollistas son las que cuentan la verdad cíclica de este país. La reciente propuesta de Angela Merkel, invitando a los españoles a emigrar a su tierra para ganarse los garbanzos, ha devuelto a nuestros labios un título que creíamos paradigma de una España caduca: Vente a Alemania, Pepe. Pues resulta que, después de cuatro décadas, Pepe tendrá que volver a Alemania a buscarse la vida, en vista del páramo laboral español, aunque el perfil que se pide ahora nada tiene que ver con aquél.

Vente a Alemania, Pepe (1971) no es simplemente uno de tantos vehículos para mayor lucimiento del entonces inagotable Alfredo Landa, su actor principal, es uno de los grandes hitos del landismo, un papel que combina varias de sus especialidades: la del cateto con boina y la del salido que corre tras las curvas de las extranjeras. La cinta está llena de topicazos que se pueden resumir en dos eslóganes de esos que lanzaba el Ministerio de Información y Turismo de Fraga Iribarne: "Spain is different" y "como en España no se vive en ningún sitio". Las duras condiciones de los emigrantes y la morriña por su país natal hacen el resto.

El argumento de este filme de Pedro Lazaga es bien conocido, después de tantos pases en Cine de barrio y similares. Pepe (Alfredo Landa) es un pobre desgraciado que vive en aquella España de misa y teleclub, instalado en un pluriempleo absurdo: sacristán, electricista, cartero, practicante y propietario de una vaca. Un día llega al pueblo a pasar unos días Angelino (José Sacristán), que trabaja en Alemania, y a Pepe se le seca la sesera escuchando las maravillas que cuenta del país teutón: posible dinero a espuertas y teutonas ligeritas de ropa y moral.

Angelino es el Amadís de Gaula de la emigración, sus mentiras y exageraciones son el espejismo que emborronará el cerebro a un Pepe que, con su maleta de madera como único escudero, se lanzará a un quijotesco periplo por Alemania. Al final, como no podía ser de otra manera, el paleto acaba volviendo al pueblo desengañado. Fue a por lana y a por alemanas en biquini y volvió trasquilado y dispuesto a casarse con su novia de toda la vida.

Desengaño

Pepe descubre al llegar a Alemania que Angelino es un pringado que vive en una pensión y trabaja de sol a sol en lo que haga falta, sirviendo cervezas o pegando carteles. Nada queda del deslumbrante personaje que se acercó al pueblo con un Mercedes y un sombrero tirolés. Pepe también se sumará a este carrusel con otras ocupaciones disparatadas: limpiando ventanas en rascacielos o enseñando el pecho peludo en el escaparate de unos grandes almacenes para anunciar un producto depilador.

Un personaje, interpretado por Antonio Ferrandis, promete una mayor profundidad psicológica aunque acaba también resuelto a golpe de topicazos. Don Emilio es un español que vive en Alemania, pero él no fue corriendo tras El Dorado en los años sesenta. Veterano emigrante en el país germano, guarda un viejo rencor a España, pues es un republicano que abandonó el país tras la Guerra Civil. A pesar de la simpleza con la que está tratado el personaje, ofrece el único contraste a la trama, en parte por el carácter que le imprime Ferrandis.

El caso es que a Pepe lo va a buscar a Alemania la novia del pueblo, que no se fía mucho del tinglado alemán. Acaba discutiendo con su prometido y volviéndose tras romper la relación.

Pepe se hace a la idea de que seguirá en Alemania. Pero un día en la Casa de España, ante el graznido folclórico de las gaitas y las coreografías de los Coros y Danzas, acaba claudicando. Todos se han vuelto ya menos don Emilio, al que en España no le quedan "ni enemigos". Una jota aragonesa acaba de ablandar el corazón del protagonista, que se vuelve.