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Crisis del coronavirus Educación

Besos volados en el regreso a las aulas

Los niños de Infantil y Primaria del CEIP León y Castillo aprenden a mantener la distancia social en su primer día de clase para frenar el coronavirus

Besos volados en el regreso a las aulas

"Con la mascarilla no les conozco". Era la primera dificultad de la jornada para Rosa María Santana, directora del CEIP León y Castillo, al entrar los escolares de Infantil, los primeros en poner un pie en el centro de La Isleta, en un inicio de curso más que atípico. Los pequeños, repeinados y con su tapabocas; convertido ya en un accesorio de su vida escolar como la mochila, pasaban el umbral de la puerta sin abrazos de bienvenida pero con muchos besos volados. Todos estaban impacientes: niños, padres y profesores.

Como ellos, unos 160.000 escolares de Infantil y Primaria se incorporaban ayer a las aulas en toda Canarias, salvo un centro de Tenerife. También lo hacían los menores de los Centros de Educación Especial.

Los papás habían hecho dos filas enfrentadas para ingresar en el cole, pero fueron advertidos de inmediato de que solo debía haber una para facilitar la entrada y evitar encontronazos. Guardar la distancia social es una de las medidas sanitarias para evitar el contagio del coronavirus pero las ganas de volver a las aulas hacía un tanto difícil mantener a rajatabla la normativa en los primeros minutos de contacto social.

Los niños, aún con cara de sueño, entraban en el patio de uno en uno buscando a su profesora, que los aguardaba al pie de una línea de color a la espera de formar la burbuja de convivencia.

"Viene muy concienciada, sabe que no puede besar ni puede compartir nada con sus amigos, pero tiene que volver a su rutina", decía Nefer Delgado, mamá de Isi, una linda niña de cuatro años. La madre no había dudado en llevarla al colegio por temor al coronavirus. "Tengo mucha confianza en el centro, nos han informado de todas las medidas que han implantado. Hay que probar; ellos además tienen ganas de volver", añadía la mamá, que durante el confinamiento intentó llegar la rutina escolar aunque sin mucho éxito dada la corta edad de la pequeña. "Estuvimos haciendo cosas con ella, pintar, colorear, hacer algo de deporte pero había momentos en que lo que quería era jugar".

El centro, con un aula enclave, abría sus puertas para 400 alumnos de Infantil y Primaria, que estarán distribuidos en 19 clases. Para enseñarles el mundo, 29 docentes y dos de apoyo que les ha puesto este año la consejería de Educación por las circunstancias especiales del Covid. De momento, solo uno había sido nombrado.

Los infantes habían entrado a las 9 en punto, mientras que los de primero, segundo y tercer ciclo de Primaria lo harían cada media hora en tres turnos para no aglomerarse a la entrada.

Solamente habían tenido que desdoblar un aula de tercero en dos grupos porque había 26 niños. La media de los grupos en el centro es de 22 escolares por aula. "Los grupos de convivencia serán estables; todo está controlado, esta súperorganizados", añadía la responsable del CEIP León y Castillo, consciente de que los primeros días de curso iban a ser una prueba de fuego para ver si todas las medidas sanitarias establecidas funcionaban sin problemas.

"Somos positivos y tenemos actitud", proseguía la directora para infundir ánimos y dar también tranquilidad a los padres, algunos de los cuales habían optado por no llevar a sus hijos. "Es comprensible que algunos esperen unos días antes de traerlos al colegio para ver cómo se desarrolla todo", proseguía la directora sin haber hecho aún el recuento de faltas.

Efectivamente, Teresa, profesora de Infantil, contaba que le faltaban 9 de los 22 niños que tenía en clase, mientras Yandiel, que era nuevo en el centro, le enseñaba la mochila con diseño de rayos que estrenaba en su primer día de cole. A su lado, Ailis, con una coleta caballo, saltaba: "La mía es de manchas". Eran los revoltosos de la fila, en la que había niños sin mascarilla que esperaban con paciencia entrar en clase y comenzar a aprender y a divertirse.

María, la profesora de Religión, había ido a apoyar a sus compañeros en el inicio del curso escolar, que pasará a los anales del centro, con 66 años de historia. De momento, ya controlaba a Darek, que aunque había pasado este año a primero de Primaria, había llegado a las nueve en vez de media hora más tarde como le correspondía por su ciclo. Despistes del primer día de clase.

El menor, que estrenaba zapatillas de deporte, llevaba aparte de su mochila, una bolsita pequeña con gel hidroalcohólico y una mascarilla de repuesto, al igual que todos los menores.

La profesora confiaba en "Dios y en la suerte" para que no hubiera ningún contagio, sabedora de que una cosa es la normativa y otra la realidad con la que se topan los docentes en el aula. "Tienen que lavarse las manos tres veces al días y solo hay tres lavamanos en cada baño, no sé cómo nos las vamos a arreglar", indicaba la mujer, que bromeaba diciendo que "la burbuja está llena de agujeros" ante las situaciones imprevistas que surgirán en los grupos.

Su compañera, con un niño sordo en su clase, se quejaba de cómo iba a dar clase con la mascarilla puesta y reclamaba la posibilidad de utilizar una transparente para impartir docencia. De momento, el tapabocas le había impedido entenderse con la docente de apoyo, también con problemas de sordera, que había llegado al centro.

Por delante, un arduo día, en los que se enfrentarían también a cómo iba a desarrollarse el servicio de comedor, al que acudirían unos 250 niños.

Unos metros más abajo, en el colegio público Las Canteras, también en el barrio de La Isleta y que en 2018 celebró su 75 aniversario, se ultimaban los detalles para recibir a los 97 escolares de Infantil y Primaria. Lo primero de todo para entrar en el centro, donde estudian escolares autistas y con síndrome de Down, era desinfectarse los zapatos en una alfombrilla. Y luego limpiarse las manos con gel hidroalcohólico. En el suelo y en las paredes flechas para recordar por dónde hay que ir, para que las salidas y entradas estén controladas, y carteles recordatorios de que, durante una temporada, estará prohibido compartir material, darse besos y abrazos y que habrá que limpiarse mucho las manos.

"Todos estamos ilusionados por volver", explicaba la directora del colegio Esther Medina pese al tute que se habían dado las últimas semanas organizando todo el protocolo sanitario. "Gracias al esfuerzo de los compañeros se ha logrado; hemos estado a piñón, a tiempo completo, dándolo todo y siendo positivos", resaltaba, aunque expectante a cómo se desenvolverían con los niños, los grandes protagonistas de esta extraña vuelta al cole.

A ellos también les faltaba un docente para completar la plantilla de diez personas -tres compartidos con otros centros-, aunque Educación ha contratado a unos 2.600 maestros de apoyo ante la situación del Covid.

El coronavirus ha traspapelado la rutina escolar, también la docencia de algunos maestros. Lo contaba Kim Tate, profesora de música, que al no poder intercambiarse los escolares los instrumentos, ni bailar, ni cantar para evitar contagios, deberá optar mayoritariamente en este curso escolar por clases de audición y enseñar Historia de la música.

La vuelta a las aulas tras la crisis del coronavirus era especial para Sofía Ortega y Diana Noya, de 3 años, que por primera vez pisaban un centro escolar libres de mascarilla por su corta edad. Lo hacían en el Saucillo, también en el popular barrio de La Isleta. "No les vamos a meter en una burbuja, tienen que ir al colegio. Si tu te lo tomas con normalidad ellos también lo hacen", decía la madre de Sofía, Isabel Marrero, mientras que la progenitora de Diana, Dayana Concepción, aclaraba: "Me da más miedo llevarla al supermercado, al centro médico, que a la escuela". Las dos muñequitas, felices por las expectativas que se les avecinaban en los próximos años, entraron a la escuela sin echar un llanto, ni mirar de reojo a las mamás.

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