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Graduada en Arquitectura y en tesón

Saray Rodríguez, con una discapacidad del 92%, se titula en la ULPGC tras diez “largos y duros” años | Trabajar y contribuir a eliminar barreras, sus próximas metas

Saray Rodríguez en la Escuela de Arquitectura de la ULPGC, en el campus de Tafira. Quique Curbelo

“El camino ha sido largo y duro, siempre cuesta arriba, pero ahora estoy muy contenta de haber llegado, liberada y con muchas ganas de empezar a trabajar”. Así define Saray Rodríguez Umpiérrez, diez años de estudios en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, que este año han culminado con su graduación, un logro con mayúscula teniendo en cuenta que esta joven, natural de Fuerteventura, tiene una discapacidad del 92%. Su alto grado de dependencia nunca la frenó a la hora de trasladarse con 18 años a Gran Canaria, lejos de su familia, para formarse como arquitecta.

La joven majorera estuvo a punto de tirar la toalla en 2015 cuando le retiraron la ayuda

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“De este camino lo mejor ha sido la experiencia. No es fácil que una persona con una discapacidad como la mía consiga ir a estudiar y vivir la vida universitaria, con todo lo que eso implica. Y lo peor fue nadar siempre contra corriente, creo que es innecesario. Se supone que todos tenemos derecho a estudiar, y bastante dura es la carrera como para estar luchando contra todo”, indicó la joven majorera.

Su primera batalla fue lograr que el Gobierno de Canarias le concediera la ayuda para pagar a una persona que la acompañara a clases, dado que Saray nació sin manos, sin uno de los brazos y apenas puede caminar, por lo que está sujeta a una silla de ruedas. Finalmente la consiguió, y pudo comenzar sus estudios de Arquitectura. Sin embargo, en el curso 2014/2015, se tuvo que enfrentar a la retirada de la ayuda, “sin una explicación”, y de la noche a la mañana se encontró sin asistencia para ir a la Universidad. Fue una época difícil que le llevó a perder casi un año y medio de estudios, aunque finalmente se solventó gracias a la Fundación Ralons.

Ejemplo

Saray lo recuerda como período muy duro en el que estuvo a punto de tirar la toalla, pero su fuerza y tesón la empujó a seguir adelante, gracias a lo que ha logrado titularse este año. “Muchos dicen que soy un ejemplo, y me alegra, pero no debería ser algo excepcional que una persona con discapacidad se titule en la universidad, debería ser normal. Yo no debería ser noticia”.

Reconoce que a ella le impidió rendirse su forma de ser. “Ganas no me han faltado en muchas ocasiones, pero como soy así, entre más me dicen que no, más me empeño en lograrlo, pues aquí estoy, recién titulada. Pero reconozco que la impotencia muchas veces te puede llevar a rendirte”.

Saray Rodríguez en la Escuela de Arquitectura de la ULPGC, en el campus de Tafira. LP / DLP

Para Saray Rodríguez, la mayoría de los obstáculos con los que se tropiezan las personas con discapacidad a la hora de emprender metas como los estudios de educación superior, son de fácil solución. “Realmente hay recursos para facilitar las cosas. En las universidades debería haber ayudas como en los colegios e institutos, donde hay personal que se encarga dentro del centro de que la persona con discapacidad esté atendida. Esa figura laboral no existe en la universidad. Una cosa tan simple como ese puesto de trabajo sería clave para que muchos pudieran tener acceso a la enseñanza superior fácilmente”.

En este sentido demanda rigor a la hora de aplicar la Ley de Dependencia. “Yo soy de una isla no capitalina, de Fuerteventura, y mi caso es muy complejo porque necesito ayuda durante todo el día, tengo dependencia total. No obstante, si la Ley de Dependencia se hiciera bien, diera a cada uno lo que le corresponde, también estaría solucionada esa parte, y no habría ningún problema para que cualquier persona con discapacidad que quisiera estudiar, sólo tuviera que matricularse como cualquier otra”, subraya.

Saray Rodríguez demanda rigor para aplicar la Ley de Dependencia y facilitar el acceso a la universidad

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Ahora, con el título en la mano, sueña con integrarse cuanto antes al mundo laboral, y se siente muy preparada para contribuir a derribar las barreras arquitectónicas “invisibles para muchos” que dificultan la vida de las personas con discapacidad. “Se Piensa que porque hay un aparcamiento de minusválidos o una rampa, ya no hay problemas, pero es difícil de cuantificar todas las barreras arquitectónicas que hay. La gente no es consciente, deberían probar un día en una silla de ruedas para ver como las pasamos canutas”, indicó la joven, y puso como ejemplo el propio campus universitario. “Mas inaccesible no puede ser, si yo no hubiera podido ir en coche, no hubiese podido acceder a la Escuela de Arquitectura. ¿Quién me sube la rampa para ir a Las Casitas a comerme un bocadillo entre clases, por ejemplo? Al final te ves excluido porque aunque tu lo quieres hacer, hay millones de circunstancias que te lo impiden”.

En este sentido se encuentra con fuerzas y con conocimiento, para trabajar en proyectos que contribuyan a lograr ciudades libres de barreras. “Me encantaría, y además creo que puedo tener una visión diferente que el resto de personas, ya que cuando ves el problema desde fuera porque no lo sufres, se te escapan muchas cosas. Tengo la visión y la formación para ello, sólo falta que alguien confíe en mi”.

Tituló por Urbanismo y su proyecto fin de carrera se centró en una propuesta en Haría (Lanzarote), que unía en un edificio todos los puntos fuertes de la localidad, desde un centro de investigación agrícola, aunando la tradición de la agricultura con la ciencia, y un concepto turístico innovador, más deportivo, ecológico y gastronómico.

Hoy Saray es una persona feliz de haber culminado con éxito una etapa, e ilusionada por dar el paso siguiente hacia el mercado laboral. Su lema es “quien la sigue la consigue”, y confía en que la educación superior para las personas con discapacidad deje de ser una excepción para convertirse en la regla.

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