El polvo en suspensión que surge de África, lo que conocemos como calima, y otros aerosoles de origen volcánico podrían estar contribuyendo a mitigar el calentamiento global que producen los gases de efecto invernadero (GEI). Así lo estimó hace unos años el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) pero, hasta el momento, su contribución exacta al enfriamiento continúa siendo un misterio. Los instrumentos de monitorización del clima de todo el mundo han estado más centrados en medir los gases de efecto invernadero que otro tipo de compuestos, pasando por alto la contribución de los aerosoles al equilibrio climático. Ahora, y tras empezarles a dar la relevancia que merecen, los investigadores se han dado cuenta de que los equipos no están preparados para hacerlo. Sin embargo, la contribución científica que se está realizando desde Canarias cambiará totalmente el escenario actual.

Dos investigadoras del Centro de Investigaciones Meteorológicas de Izaña (Tenerife), centro adscrito a la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), África Barreto y Omaira García se han puesto manos a la obra junto a un equipo internacional para hallar un método efectivo de medición de estos compuestos en la atmósfera. Y lo han logrado. Lo único que hacía falta era calibrar un potente equipo instalado en las faldas del Teide, llamado espectómetro de transformada de Fourier (FTIR, por sus siglas en inglés). Con una calibración que ahora pretende llevarse a todas las instalaciones repartidas por el mundo, las investigadoras han conseguido paliar esa falta de información, demostrando que es posible realizar una vigilancia exhaustiva de los aerosoles atmosféricos sin tan siquiera tener que desarrollar nuevos instrumentos.

"Hemos estado quitándole peso a los aerosoles en la dinámica climática porque hasta el momento solo se habían descrito efectos nocivos para la salud de las personas", explica África Barreto, que es la investigadora principal de este artículo publicado recientemente en la revista Atmosphere Remote Sensing. Y no es menos cierto que las pequeñas partículas que se disparan junto a la combustión del diésel en vehículos y barcos son muy nocivas para el sistema respiratorio y cardiaco y hay varias investigaciones científicas que la relacionan con una mayor incidencia de patologías cardiovasculares. Pero esta nocividad parece estar siempre ligada con la contribución de la actividad humana pues cuando otro tipo de aerosoles aparecen en la atmósfera, pueden ser más beneficiosos que perjudiciales.

Según la Organización Mundial Meteorológica (OMM), los aerosoles están contribuyendo de forma neta a que la tierra se enfríe, aunque la falta de un método de medición eficaz está lastrando la capacidad de la investigación para conocer exactamente en qué proporción. Por lo pronto, las estimaciones teóricas apuntan a que puede estar contribuyendo en un 30% a rebajar ese calentamiento al que nos han sumido los gases de efecto invernadero (GEI) adosados a las capas atmosféricas, como el dióxido de carbono. Esta es la razón que los hace tan interesantes e importantes de estudiar, pues pueden ser una pieza clave en el futuro desarrollo del calentamiento global antropogénico.

Precursores de la edad de hielo

Esto no quiere decir, sin embargo, que estén ahí para paliar el cambio climático, porque, de hecho, ellos también pueden ser precursores de una modificación de gran envergadura en el clima. Según Barreto, que se basa en investigaciones previas, su acumulación exacerbada sin ningún tipo de oposición puede estar relacionada con fenómenos tan conocidos como la edad de hielo.

"Hay estudios que demuestran que los ciclos de polvo sahariano tienen efecto a largo plazo sobre el clima", explica la científica del Centro de Investigación de Izaña, que insiste en que en el caso de la calima, "impacta en la estabilidad atmosférica porque limita la actividad ciclónica tropical y la formación de huracanes en el Atlántico".