Ese temor y la consecuente distorsión que genera en su manera de relacionarse con el mundo es solo un detalle, una de las muchas consecuencias psicológicas que arrastra tras una relación marcada por el maltrato físico, las agresiones y los abusos sexuales. A las repercusiones psicológicas, se le añaden las físicas. Marina (nombre ficticio) suma ya varias operaciones tratando de arreglar los horrores que le hizo su marido y tiene reconocida una discapacidad del 53%, fruto del maltrato.

Marina tiene tanto miedo a encontrarse con su expareja (o a que se la encuentren sus hijos) que no solo ha abandonado su pueblo: el año pasado puso mar de por medio y dejó Mallorca, donde residía: “Estoy amenazada de muerte, tenía que irme”. Su exmarido está en la cárcel, pero teme mucho su salida: “Cuando él acabe su condena, yo empezaré la mía; cuando él recupere la libertad, yo perderé la mía”, resume. Y es que Marina sabe por experiencia con qué facilidad puede un agresor saltarse la orden de alejamiento.

Solo vuelve a Mallorca para sus operaciones y visitas médicas y para temas de abogados: el de la salud y el judicial son los dos frentes en los que se sigue manifestando el fantasma de su marido. No va a su pueblo y le da tranquilidad tener la opción de poder llamar en cualquier momento al teléfono Atrenpo de Cruz Roja si se siente en peligro.

Todo empezó bien. Se casaron enamorados en 2005. La luna de miel fue de ensueño. Pero después, en la vida diaria, su marido, con problemas de adicciones, empezó a mostrar su otra cara: le hacía chantaje emocional, le daba órdenes (“tú no puedes llevar falda”), la insultaba, la aislaba... Tras nacer su primera hija, tuvo depresión postparto y la familia además comenzó a tener problemas económicos: un panorama que empeoró la situación. Cuando se quedó embarazada de su segundo hijo, él la pegó en la barriga. Tuvo que darse de baja para asegurar el embarazo. En el ginecólogo no pudo explicar el motivo: “No me dejaba ir sola a los sitios, me acompañaba siempre al médico”.

Un día le propinó un golpe y la tiró contra la pared. Fue el primer día en que dijo ‘basta’

El embarazo salió adelante y su hijo nació bien. Cuando el pequeño tenía seis meses, la volvió a pegar. Ella (lo ve ahora, entonces no podía) tenía una gran dependencia emocional: “Me tenía encerrada en su burbuja”.

Y llegó un tercer embarazo, no deseado. “Me dijo que si abortaba, me mataría”, narra. Y prosiguió el aislamiento: “No me dejaba ni saludar a mis amigos, ni ir al colegio...” Un día le propinó un golpe en la cara con tanta fuerza que la estampó contra la pared. Ese día fue el primero que dijo ‘basta’. Presentó una denuncia en la Guardia Civil. A él se le impuso una orden de alejamiento y tres meses de trabajo comunitario.

Pero internet no entiende de órdenes de alejamiento. Él encontró su perfil. Le contactó, volvió a tejer su red, y ella cayó.

Era 2015 y lo peor estaba por llegar. Al maltrato físico y psicológico se añadieron entonces las agresiones sexuales, que fueron tan salvajes como para destrozarle el suelo pélvico y causarle incontinencia anal (ahora forma parte de Asia, una asociación para ayudar a personas con este problema), entre otras lesiones.

Además, aquel año el departamento de Menores del Instituto Mallorquín de Asuntos Sociales (IMAS) se enteró de lo que pasaba e inició los pasos para retirarles la tutela de sus hijos.

Un día de noviembre, él regresó por la mañana tras pasar la noche de fiesta y ella le dijo que se quería separar. La pegó. Ella le dijo a su hija: “Llama al abuelo porque me va a matar”. Y entonces él cogió a la niña del pelo y la arrastró hasta el baño.

Y en ese momento, al ver que también estaba pegando a su hija, fue cuando su cerebro hizo ‘clic’ y dijo “hasta aquí”. Presentó otra denuncia. Tenía una orden de alejamiento hasta que saliera la sentencia (algo que no pasó hasta más de un año después), pero él se la saltó, y volvió a amenazarla. Pero ahí Marina ya había hecho el ‘clic’ definitivo y no se achantó: presentó otra denuncia.

Su abogado le dijo que debía denunciar también las agresiones sexuales. Y la ayudó en el proceso para lograr el reconocimiento de su grado de discapacidad, que se le admitió primero en un 33% por los terribles efectos de la depresión y el shock postraumático que arrastraba. Después, por las repercusiones físicas de las agresiones sexuales, se le reconoció un grado superior y su incapacidad para poder desempeñarse en un puesto de trabajo.

Él entró en la cárcel y hasta le fecha le quedan juicios pendientes. Ella obtuvo el divorcio, la custodia total y logró cerrar su proceso de trabajo con el departamento de Protección de Menores. Fue uno de sus “momentos vitales” más importantes. Dejó la isla y ha empezado una nueva vida.

Solo al ver que años después también le pegaba a su hija su cerebro hizo ‘clic’ y pensó “hasta aquí”

A través de una asociación de ayuda a las víctimas de violencia de género, ha hecho nuevas amigas. Ha conseguido salir de las redes tejidas en el transcurso de años por su exmarido y ha creado su propia red de apoyo. Ella cuenta que en este proceso, además del reconocimiento de la discapacidad en la que se ha visto sumida por las agresiones experimentadas, ha sido fundamental poder contar con las ayudas que sacó justo hace un año la Consejería de Servicios Sociales del Gobierno de las Islas Baleares para los hijos de víctimas de violencia en el hogar, también víctimas de los malos tratos recibidos por sus madres.

Estas ayudas previstas en la Ley de Familia se dirigen a los niños y jóvenes que han quedado huérfanos porque su madre o padre ha sido asesinado por su pareja (en la inmensa mayoría de casos las víctimas son mujeres) y a los hijos de aquellas personas que, como en el caso de Marina, han quedado con una grave discapacidad a consecuencia del maltrato.

Así, cada uno de los tres hijos de Marina recibe 430,27 euros mensuales; dinero que ella utiliza para gastos y facturas como la del ortodoncista, el logopeda y, en esto insiste mucho Marina, la terapia.

Porque tanto ella como los niños reciben asistencia psicológica. En el caso de su hija, ha resultado especialmente importante: cuando estaban preparándose para que la chica testificara en uno de los juicios, rompió a llorar y acabó relatando que su padre también había abusado de ella.

“Recomiendo a personas que hayan pasado por esto que acudan a psicólogos especializados en violencia de género”, insiste Marina. En el caso de sus hijos, cree muy importante hacer este trabajo para “romper patrones” y que sus hijos no crean que lo que han visto en casa es la manera normal de relacionarse: que los varones no interioricen que así se trata a las mujeres, que la chica no acepte un rol de dependencia y sumisión. Romper el círculo, como Marina logró romper la burbuja en la que la habían encerrado.

Además de los tres hijos de Marina, en Balears nueve huérfanos de madre reciben esta ayuda del Govern para los hijos de las víctimas mortales de la violencia en el hogar. “Creemos que hemos llegado a todo el colectivo”, explica la consellera de Asuntos Sociales, Fina Santiago: “El IB-Dona tiene contabilizados 16 huérfanos por violencia de género, pero algunos tienen ya más de 25 años”. Las ayudas son retroactivas, estos niños y jóvenes pueden recibir la prestación hasta los 22 años, aunque puede ampliarse hasta los 25 si están estudiando. En total, son 12 los beneficiarios de esta ayuda, que viven en familias de acogida, con abuelos u otros familiares. Uno de los requisitos para recibirla es no convivir con el maltratador

Mensaje a las víctimas

¿Qué le diría Marina a las mujeres que están ahora mismo atrapadas en la burbuja de la dependencia emocional y la violencia? Sabe que es difícil decirles nada: “Tengo amigas que están pasando por esto... Tienen que ser ellas las que lo vean y tomen la decisión, y no es fácil, pero les diría que sean valientes, que hay muchas ayudas”.

Tras contar su historia a este diario, el relato de una superviviente, Marina tiene cita con el médico y se va con su carpeta repleta de documentos. Su lista de males asociados al maltrato es larga: insomnio, ansiedad, vaginismo, fascitis nodular... La fibromialga es el último diagnóstico que ha recibido. Las consecuencias de lo vivido le pesarán siempre, pero ella las combate y trata de “reordenarse”.

“Ahora empiezo a ver la vida, ahora soy libre”, dice antes de irse.