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Ciencia

El asteroide Bennu, la clave para desentrañar el misterio de la vida

La misión Osiris, en la que colabora el IAC, consigue con éxito tocar la superficie del cuerpo celeste rocoso y recoger muestras

El asteroide Bennu unos minutos antes de que Osiris realizara la técnica ‘Touch-and-Go’.

Meteoritos, asteroides, cometas, polvo espacial… ¿Cómo llegó la vida a la Tierra? La ciencia aún no ha encontrado respuesta a una de las preguntas que invaden al ser humano de forma más recurrente. El misterio es tal que han surgido todo tipo de teorías a su alrededor. Desde aquellas que postulan que los microbios y otras formas de vida microscópicas son capaces de sobrevivir a los efectos del espacio (la Panspermia) hasta las que concluyen que deben ser los cometas, por su alto contenido en hielo, los que trajeran un recurso tan vital como el agua a nuestro planeta. Pero en los últimos años, los investigadores han valorado una teoría más. ¿Y si fueran los asteroides los que, al chocar contra la Tierra, hayan traído los componentes básicos para la formación de la vida primigenia? Esto es lo que tratan de hallar los científicos de la NASA, con la colaboración del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), en Bennu, un asteroide que lleva vagando por el espacio más de 4.000 millones de años y que tiene una composición muy similar a algunos meteoritos que impactaron contra la Tierra durante la formación del Sistema Solar.

Por eso el acercamiento y acople exitoso de la sonda Osiris-Rex en la madrugada del martes al gran asteroide carbonáceo –denominado así por su composición rica en silicatos, hidrógeno y carbono – ha sido un hito en la ciencia y la ingeniería. “Se ha postulado que estos compuestos orgánicos pueden haber sido los precursores de la vida en la Tierra”, explica Julia de León, una de las investigadoras involucrada en la misión Osiris-Rex desde el IAC. Y es que hay muchas posibilidades de que los asteroides como Bennu hayan sido los “portadores de la información necesaria para crear facilitar el crecimiento de la vida en esas primeras etapas”. Mediante una técnica denominada como Touch-and-Go (TAG), la sonda Osiris-Rex, se posó en este antiguo asteroide bien conservado bajo la atenta mirada de decenas de científicos en varias partes del mundo. ¿El objetivo? Conseguir muestras para trasladarlas hasta la Tierra y ser evaluadas aquí en 2023, cuando tienen estimado que regrese. Si el evento de recolección proporcionó suficiente muestra, los equipos de la misión ordenarán a la nave espacial que comience a estibar la preciosa carga primordial para comenzar su viaje de regreso a la Tierra en marzo de 2021. De lo contrario, se prepararán para otro intento el próximo 12 de enero. Lo sabrán esta próxima semana.

Los investigadores determinarán esta semana si las muestras recogidas son suficientes

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"Hoy hemos avanzado tanto en la ciencia como en la ingeniería y nuestras perspectivas para futuras misiones para estudiar a estos misteriosos narradores antiguos del sistema solar", aseguró en un comunicado Thomas Zurbuchen, administrador asociado de la Dirección de Misiones Científicas de la NASA en la sede de la agencia, en Washington. "Un trozo de roca primordial que ha sido testigo de toda la historia de nuestro sistema solar puede estar ahora listo para volver a casa para generaciones de descubrimientos científicos, y estamos ansiosos por ver qué viene después", remarcó.

De León lo califica de hito porque el trabajo asociado a este pequeño gesto fue muy arduo. Y es que, cuando la sonda, que partió de la Tierra en 2016, empezó a orbitar el asteroide (allá por diciembre de 2018) los investigadores se llevaron una sorpresa que podría haber obligado a empezar toda la misión de nuevo. El asteroide que habían concebido como una “playa con partículas pequeñas”, resultó ser un “pedregal”. “Fue un fastidio, nuestra sonda no estaba diseñada para aterrizar en un terreno rocoso”, explica la investigadora. Pero lejos de rendirse ante tal hallazgo, los ingenieros de la NASA decidieron poner todo su empeño en reprogramar la pequeña nave para redefinir la recogida de muestras. “Tuvieron que cambiar las maniobras programadas mientras estaba en órbita y no podían permitirse un error”, recuerda Julia de León.

Bennu no es el primer asteroide que se estudia de cerca, pero sí uno de los más interesantes. “Las misiones más comunes son las que visitan los asteroides rocosos, denominados Stony, que son ricos en piroxenos y otras rocas secas sin restos de agua”, explica la investigadora. Estos objetos son “más fáciles de estudiar” y mucho más brillantes, pero también con menos misterios a desentrañar. Pero desde la Tierra es un poco más difícil ver a los asteroides carbonáceos pues “tan solo un 4% de la luz del sol”. En otras palabras, en ellos impera la absoluta oscuridad. “Son muy interesantes”, insiste De León, pues se componen de silicatos que en el pasado estuvieron en contacto con agua líquida, lo que podría tener las respuestas a los enigmas que plantea el desarrollo único de vida en nuestro planeta.

El siguiente paso de la misión es evaluar si la nave espacial pudo recoger suficiente material con un objetivo es al menos 60 gramos de polvo y guijarros, lo que equivale a una tableta de chocolate.

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