No hay una norma común ni toda la sociedad saldrá en las mismas condiciones de la crisis del coronavirus, ni económica, ni social ni mentalmente. Hay muchos factores en juego aunque la Psicología Social apunta a uno concreto como una de las claves que determinarán la "era postcovid" para cada ser humano: la resiliencia.

Será la capacidad de adaptación de cada persona la que marcará la diferencia a lo largo de toda la travesía entre la crisis actual y la recuperación, un reto que probablemente se hará especialmente complicado para las sociedades tradicionalmente abiertas como la malagueña, acostumbrada a hacer vida en la calle, a dar abrazos.

Y de ese nivel de resiliencia dependerá también que la vuelta a la "vieja normalidad" y el abandono de los protocolos anticovid se materialicen en una anécdota con moraleja y no en un nuevo miedo o incluso una fobia.

"En situaciones difíciles o límite cada persona va a comportarse ofreciendo lo mejor y lo peor de sí misma. Dependerá de su carácter, su experiencia de vida y su crecimiento personal o nivel de conciencia respecto a sí mismo y a lo que ocurre en su vid", explica María del Pilar Moreno, profesora del Departamento de Psicología Social, Antropología Social, Trabajo Social y Servicios Sociales de la Universidad de Málaga. "La realidad a aceptar no es la misma para unos y para otros, pero sea lo que sea, si aprendemos de lo que estamos viviendo, esta experiencia nos puede fortalecer".

En este sentido, las nuevas costumbres como el uso obligatorio de la mascarilla, el lavado continuo de manos, la distancia interpersonal, la reducción al máximo posible de toda vida social... podrán formar parte del futuro de los ciudadanos como un mal recuerdo, como cierto aprendizaje o bien, como una fobia que ya empieza a mostrar sus primeras señales enmascaradas, añade esta psicóloga, en conductas consideradas "normales" de personas que buscan protegerse del virus, por ejemplo, el rechazo al contacto con personal sanitario fuera del ámbito asistencial.

"La duda es si estas conductas dejarán de realizarse cuando no nos encontremos en situación del riesgo actual o ya quedarán instauradas", elucubra Moreno. "Dependerá del grado de las conductas fóbicas, pero es probable que muchas personas necesiten asistencia psicológica para recuperar la normalidad".

Por tanto, cuando todo acabe las personas más resilientes, con una mayor capacidad de adaptación a circunstancias traumáticas, recuperarán rápidamente los hábitos abandonados durante la pandemia. Por el contrario, las que carezcan de esa posibilidad de aclimatación, posiblemente arrastren ciertas consecuencias de esta crisis que tendrán que afrontar posteriormente.

Bienestar cercenado

Pese a que la postura de la población frente al coronavirus se mueve entre los extremos de la actitud "obsesiva" y la "negacionista", hay un aspecto que se generaliza, según apunta María del Pilar: el sentimiento de tristeza ante una situación que se sigue prolongando.

"Es indudable que la propagación de una enfermedad, la presión de los medios de comunicación, el recorte de libertades, el miedo al contagio, el cambio en nuestras rutinas... están provocando un sentimiento de tristeza generalizado y, en algunos casos, depresiones", describe la profesora en la Facultad de Psicología de la Universidad de Málaga.

Una cuestión tan "simple como" mantener una conversación en la que la mascarilla limita las expresiones faciales, los gestos, las muecas... y dificulta la escucha afecta en gran medida a la forma de relacionarse y, por tanto, al apoyo social que requiere el ser humano para mantener intacto su propio bienestar.

"Tan importante es contar con personas que nos ayuden materialmente en caso necesario, como que nos den apoyo emocional -amor y cuidado, especialmente-", continúa Moreno. "En general estamos primando la salud física sobre la salud psicológica pero no podemos olvidar la importancia de contacto físico y el apoyo emocional...". Tanto es así que esa parte emocional, en ciertas ocasiones prevalece por encima del miedo al contagio. A modo de explicación, una vivencia personal: "El primer día que pudimos salir a la calle después del primer confinamiento, mi madre (79 años) me dijo: Hija mía, dame un abrazo, aunque me contagie", rememora Pilar.

¿Otro confinamiento?

Ocho meses atrás, cuando irrumpió la pandemia, se hablaba de una situación "sin precedentes" que afectaría a todos los estratos sociales, a todos los gremios y en todos los niveles. La salud mental no quedaría, ni mucho menos, exenta de problemas.

De hecho la vocal en Málaga de la Sociedad de Especialistas en Psicología Clínica (SEPCA), María Muñoz, ya alertaba en abril de que los efectos psicológicos del coronavirus "aún no habían dado la cara" y exigía un blindaje del sistema sanitario público para garantizar su tratamiento e evitar que el propio sufrimiento por la dureza de la situación derivase en un trastorno mental.

"Hay personas que están viviendo experiencias de miedo, de preocupación, de inseguridad, de soledad... privadas de su apoyo social, familiar y siguen en casa. Todas esas problemáticas derivadas del confinamiento son las que están por llegar a sanidad", pronosticaba entonces María Muñoz preguntada por La Opinión de Málaga.

Ahora, con la sombra de un segundo confinamiento general planeando tras la decisión de algunos vecinos europeos como Francia, la ciudadanía deberá encajarlo, en caso de que se produjese, con el conocimiento de que probablemente no será la solución a corto plazo.