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La pandemia que revolucionó la construcción

La lucha contra la tuberculosis introdujo conceptos aún vigentes relacionados con la ventilación y la salubridad de los edificios

El edificio del sanatorio de Paimio, obra de Alvar Aalto.

“La gran plaga blanca”. Así denominaban en el siglo XVII a la tuberculosis, la enfermedad que durante dos siglos asoló el continente europeo, causando millones de muertos. Antes de descubrirse la causa que provocaba el mal, se ensayaron multitud de tratamientos, desde sangrías a dietas ricas en carne y leche. Nada funcionaba. Los “tísicos” eran objeto de rechazo social, antes incluso de que se corroborase el carácter contagioso de la enfermedad, y sus ropas eran quemadas tras su muerte. Con la Revolución Industrial, la tuberculosis se cebó especialmente con la clase obrera, que vivía hacinada en barrios insalubres: en la segunda mitad del siglo XIX, la enfermedad se asentó como la primera causa de mortalidad entre estos sectores de la sociedad. Una dinámica que solo se empezó a revertir a partir de 1882, cuando Robert Koch identificó el bacilo que causa la mayor parte de estas infecciones. Aquel hallazgo revolucionó la ciencia médica, pero también marcó un antes y un después para la arquitectura.

La evidencia del carácter infeccioso de la tuberculosis y la constatación de cómo el mal se propagaba en ambientes insalubres y con polvo motivaron cambios tanto en el urbanismo como en la construcción de edificios y, finalmente, en el diseño de muebles y enseres. Tanto es así que muchos historiadores reivindican la lucha contra la pandemia de tuberculosis como un factor fundamental en el nacimiento de la arquitectura moderna.

“La lucha contra la tuberculosis motivó cambios importantes en la arquitectura del siglo XX, sobre todo en lo referente a la ventilación de los espacios interiores. Fue un cambio radical respecto a lo que se hacía en ese momento, ya que introdujo conceptos distintos en relación a la iluminación y la ventilación de los espacios. Incluso surgieron escuelas con partes abiertas”, explica Alfonso Torre, decano presidente del Colegio Oficial de Arquitectos de Asturias.

Tal y como relata Torre, el ámbito educativo fue campo de ensayo para los arquitectos. A principios del siglo XX, en toda Europa y Norteamérica comenzaron a surgir las “escuelas al aire libre”, que podían incorporar desde amplios ventanales que minimizaban los muros y permitían una ventilación adecuada, como las de la escuela de Amsterdam diseñada en 1926 por Jan Duiker y Bernard Bijvoet, hasta paredes paneladas que se plegaban, como las de las aulas de la escuela al aire libre de Suresnes (Francia), que idearon Eugène Beaudouin y Marcel Lods en 1932.

Unos y otros trasladaban al ámbito educativo las ideas de maestros como Le Corbusier, en cuya obra también se aprecia inquietud por lograr espacios bien iluminados, muy ventilados, seguros. En su concepción del edificio como “máquina para habitar”, Le Corbusier introduce elementos como los pilotis que alejan las viviendas del suelo, los grandes ventanales que articulan la relación con el exterior y garantizan luz natural y ventilación, e insiste además en la necesidad de integrar terrazas ajardinadas en las cubiertas. Son aspectos que integra en la Villa Saboye (1929), obra emblemática del racionalismo localizada a las afueras de París.

Aparte de las escuelas, el otro gran ámbito arquitectónico que sirvió de campo de experimentación arquitectónica en los tiempos de la tuberculosis fue el sanitario. Y pocos edificios tuvieron la repercusión del proyectado en 1929 por Alvar Aalto para acoger el sanatorio de Paimio, en su Finlandia natal.

“Fue el primer modelo de sanatorio moderno que concibe el hospital como un instrumento médico, un edificio que contribuye también para mejorar la salud de los pacientes. Aalto proyectó el sanatorio con una disposición dividida por sectores, buscando siempre lo mejor para los pacientes. Estaba en medio de un bosque, y las habitaciones tenían terrazas o balcones, por la creencia en la helioterapia”, explica Ana Fernández, catedrática de Historia del Arte de la Universidad de Oviedo, quien incide en cómo el Hospital Monte Naranco sigue “la misma línea, con habitaciones muy bien orientadas y que dan a terrazas, con esa idea higienista que consideraba que el sol podía mejorar la salud”.

Los hallazgos de Aalto en Paimio no se limitan a la estructura constructiva. “Lo tenían todo muy bien pensado Alvar Aalto y su mujer, Aino, que era también arquitecta y trabaja con él mano a mano, formando un tándem perfecto. La figura de Alvar ha eclipsado en gran medida a la de Aino, pero la mano de ella se ve por ejemplo en todo el diseño de interiores y en el mobiliario”, destaca Ana Fernández. Para la obra del sanatorio de Paimio, los Aalto diseñaron sillas especiales para los enfermos, camas revolucionarias, y hasta idearon una forma de colocar los lavabos de tal manera que no molestaran, con su ruido, a los pacientes. “Usaban también la cromoterapia, pintando los techos de las habitaciones en tonos verdes y azules, e idearon incluso un sistema de calefacción reforzado en las zonas donde los pacientes tendrían los pies, y al exterior trazaron caminos por el bosque, para que los pacientes pudiesen realizar paseos amplios por zonas soleadas”, relata Ana Fernández.

La lucha contra la tuberculosis marcó un antes y un después en el desarrollo de la arquitectura mundial, y ante la actual pandemia de covid-19, algunos vaticinan nuevos cambios. “Creo que estamos volviendo a acordarnos de aquellos logros, y ahora, y eso lo estamos viendo ya, la gente empieza a demandar viviendas que tengan espacios más abiertos, más luminosos, también espacios exteriores”, sostiene Alfonso Torre, que incide además en cómo esta pandemia ha puesto en valor un apartado del Código técnico de la edificación que exige para las edificaciones de nueva planta que incluyan un sistema de ventilación automatizado. “Es algo a lo que se dio poca importancia, pero ahora se ha transformado en algo que nos parece imprescindible. No es más que dejar de confiar al usuario la ventilación de los espacios, e introducir un sistema mecánico. Y ante un virus como el covid, o simplemente ante la gripe, es crucial que el aire de las casas se renueve periódicamente, y que la cantidad de oxígeno en el aire de las viviendas se mantenga siempre alto”, concluye Torre.

Escaleras amarillas y sillas de diseño 



Para completar su obra magna en el sanatorio de Paimio, Alvar y Aino Aalto desarrollaron revolucionarias ideas de diseño que han llegado hasta nuestros días. “La escalera amarilla del sanatorio es un referente en el uso del color, ha sido muy copiada. También diseñaron unas camas sencillas pero muy adecuadas y unas mesitas cerradas para que los pacientes dejasen sus pertenencias que han sido muy copiadas”, explica Ana Fernández. La estrella del complejo, no obstante, quizá sea la conocida como silla Paimio, realizada en madera de abedul y diseñada para que los enfermos de tuberculosis pudiesen sentarse en la posición más cómoda para ellos. “Los Aalto estaban muy interesados en el mobiliario, incluso fundaron una empresa, Artek, para fabricar y comercializar los muebles que diseñaban”, relata Ana Fernández. Los ecos de la icónica silla Paimio son fáciles de reconocer en algunos populares muebles que se comercializan hoy, y el modelo original se expone en el MoMA, el Museo de Arte Moderno de Nueva York. F. Torre

Escaleras amarillas y sillas de diseño

Escaleras amarillas y sillas de diseño

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