Cerca de cien mil sanitarios y personal de la red sociosanitaria española van a acabar este año 2020 contagiados de covid. En la primera ola durísima de la pandemia, entre marzo y mayo, en España enfermó uno de cada cinco de estos profesionales. En la segunda ola, la que pudieron al menos enfrentar con los centros mejor equipados, con más medidas de protección a su alcance y con más conocimiento del virus, cerca de un 5% del colectivo de trabajadores de la salud y el cuidado ha acabado igualmente contagiado.

De esos cien mil sanitarios enfermos, cinco mil ingresaron en hospitales y se calcula que más de 500 pasaron por unidades de cuidados intensivos. Según los datos oficiales del Ministerio de Sanidad, son ya unos 120 los profesionales del cuidado fallecidos, de ellos 83 médicos de las más diversas especialidades.

Hace solo una semana, en Madrid, los Colegios de Médicos de España hacían un homenaje y un público reconocimiento a esos 80 facultativos a los que el ejercicio de su profesión les costó la vida. 80 crespones negros se colgaron en la fachada de la sede colegial nacional y los 80 minutos de silencio que se guardaron resultaron sobrecogedores.

El homenaje, dijo entonces el presidente de la entidad, Serafín Romero, iba implícito también "para los cientos de compañeros que aún siguen luchando con las complicaciones de esta enfermedad y por los miles que están dando lo mejor de esta profesión en estos momentos".

En el colectivo enfermero español el dato de fallecidos es más incierto, pero a nivel mundial el Colegio Internacional de Enfermeras ya ha dicho que llevan más muertes en su colectivo en esta pandemia que "en toda la segunda Guerra Mundial".

Entre esos que han recibido el calificativo de los héroes de la pandemia -sin ningunear a otros colectivos que han dado lo mejor de sí mismos este tiempo- hay secuelas de estrés, ansiedad e incluso depresión. Ha habido y hay miedo. Miedo a no poder llegar a todos los que necesitan una asistencia sanitaria, a llevar el virus al entorno familiar, a experimentar la angustia que han visto padecer a muchos enfermos, a cargar también con el cuidado anímico de los pacientes que en unos centros cerrados a cal y canto, nadie más puede ofrecer.

Y no es desdeñable la factura que a muchos de esos profesionales también les está pasando el aislamiento social que se han autoimpuesto desde hace muchos meses, siendo como eran conocedores mejor que nadie de los estragos que llega a hacer el sars-cov-2.

Las peores aristas de la pandemia se solapan con otras caras de lo que ha sucedido en el ámbito de la sanidad, de puertas adentro. Historias que hablan de vocaciones revividas, de equipos convertidos en hermandades y gratificantes experiencias de cuidado. De un tiempo en el que hubo que improvisar y sacar adelante hospitales sin historias clínicas y donde los cirujanos jefes dejaron de operar para cuidar.

Enrique Oltra, enfermero y profesor de la Facultad de Enfermería de Gijón

"Cuando en marzo cerró la Universidad, y viendo la carencia de enfermeros y enfermeras que había, un grupo de compañeros nos ofrecimos como voluntarios. Se había abierto el Credine (Centro de Referencia Estatal para Personas con Discapacidades Neurológicas, de Langreo) para recibir pacientes covid y nos llamaron un sábado por la mañana y nos incorporamos. Fue tremendo; aquello no estaba diseñado para ser un hospital para personas con enfermedades infecciosas. Había carencia de estructura y de materiales, a pesar que se estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por cubrir esas necesidades. Un ejemplo: no había historias clínicas ni conexión para los ordenadores. Así que los que nos incorporamos de la facultad, todos con bastante experiencia anterior, pudimos diseñar una historia clínica en papel que nos sirviera de apoyo básico para el seguimiento de los enfermos. La medicación la traían los pacientes porque no teníamos farmacia. A nivel personal también fue duro. Trabajábamos con ancianos que habían dado positivo, que estaban en su mayoría desorientados y que no entendían por qué tenían que estar ahí. Hacíamos vídeoconferencias con nuestros móviles para que pudieran ver a sus familias. En general había mucha incertidumbre, apenas se sabía nada de la epidemia y era también la época de las restricciones porque no había suficientes equipos de protección individual. Había un stock, pero teníamos miedo de que se acabara, así que hacíamos mandiles con bolsas de plástico porque no sabíamos si se iba a poder reponer. Pero en medio de todo eso había un equipo que lo dio todo. Era maravilloso.

Yo me contagié, igual que le ocurrió a otros compañeros. Casi era lógico porque aquella situación era la tormenta perfecta: muchos ancianos positivos, poco material, equipos poco cohesionados porque en las bolsas de empleo se tiró de todo el mundo... Un día empecé con los síntomas y pasé mal cinco días que fueron duros porque tenía fiebre alta, tos, dolores de cabeza, fatiga, dolor de articulaciones... Además estaba el sufrimiento psicológico. Estaba bien en ese momento, pero sabía que en unas horas podían estar metiéndome un tubo por la garganta para que pudiera respirar. Cuando vi a un técnico en una ambulancia que venía a hacerme una PCR reconozco que me dio un respingo. También tenía miedo por mi familia. Hay que mentalizarse que esto no es una broma ni una cosa que les pasa solo a los mayores. Todos estamos en el mismo barco.

Otro aprendizaje de esta pandemia ha sido para la Facultad de Enfermería. La pandemia ha sido un recurso fantástico para potenciar la formación de nuestros alumnos, ha facilitado que se formen y ha formado en valores. En todas las asignaturas se ha abordado la pandemia no solo como una enfermedad sino lo que supone el hecho de que van a ser sanitarios y tienen que conocer los recursos con los que van a manejarse y que son agentes de salud, así que tienen que actuar de forma activa también en su entorno. Como ocurrió en la red hospitalaria, en la facultad hubo que inventarlo casi todo: revisar y actualizar las técnicas docentes, modificar practicas... Y a los alumnos de cuarto les tuvimos que adelantar las prácticas para que estuvieran en disposición de salir al sistema sanitario a ejercer su profesión. Debo reconocer que a mí la pandemia me ha cambiado mucho a nivel personal, como sanitario y como docente.

Manuel Vallina-Victorero, cirujano vascular, profesor universitario, presidente del Consejo Nacional de la Especialidad de Angiología y Cirugía Vascular

"Este año ha sido un reto. La pandemia nos afectó a todos, y creo que todos hicimos un frente común para servir lo mejor posible a la ciudadanía. Ante lo que estaba sucediendo el Sespa solicitó voluntarios y yo me anoté en una lista. Soy cirujano vascular, fundamentalmente llevo años dedicándome a operar y ahora estoy destinado en el hospital creado en la Feria de Muestras de Gijón, donde hago una labor médica, clínica y de cuidados que está siendo muy gratificante. Estoy muy contento y creo que el hospital está funcionando muy bien. Todo el personal es muy competente y hay un ambiente de trabajo muy bueno.

Diría que estamos recuperando nuestra vocación. En mi caso, estoy refrescando las razones que me llevaron a iniciar la carrera de medicina hace más de 30 años. Creo que, dentro de esta situación tan desagradable y difícil como la que estamos viviendo esto nos puede venir muy bien a todos. El momento más difícil, para mí, fue el comienzo de la pandemia, cuando la situación se descontroló. Fue desolador y los profesionales de la sanidad no estamos codificados para no poder ayudar a los enfermos que acuden a nosotros. Por el contrario, el momento más gratificante se repite con cada alta que podemos dar y también señalaría la labor diaria en la que compruebas lo comprometidos que están todos mis compañeros y donde recibes el agradecimiento de pacientes y familiares.

Personalmente, la primera ola la describiría como una gran sorpresa: ni en los peores sueños imaginé que podíamos llegar a vivir algo así. En la segunda ya tenía claro que había que arrimar el hombro y que, usando un símil de rugby, teníamos que hacer melé entre todos para detener la pandemia. Y si hay una tercera ola opino lo mismo: hay que hacer melé, abrazarnos fuerte, empujar y detener la pandemia en la medida que se pueda haciendo caso a las autoridades sanitarias y haciendo lo que nos pidan".

Ana Clara Gamón. Enfermera en activo en el HUCA y voluntaria en su tiempo libre

"La segunda ola de la pandemia ha sido mucho peor que la primera. Es angustioso ver que se abría una planta hospitalaria y enseguida se llenaba de pacientes; las UCI han estado a tope y sin embargo en la calle estaba la gente no lo percibía, era como si no pasara nada. Creo que la población no fue consciente de lo que pasaba, y eso que nosotros lo veíamos venir. Cuando mirábamos los listados de ingresos veíamos que no paraban de crecer. Llegué a pensar que si se ponía alguien más malo no íbamos a tener donde meterle.

En esas circunstancias decidí ir voluntaria a un hospital de campaña creado en Gijón, porque pensé que si alguien de mi familia estuviera allí me gustaría que hubiera profesionales que le cuidasen. Así que yo hacia mi turno en el HUCA en Oviedo e iba en los descansos, después del saliente de noche, a Gijón. Era muy cansado. Llevar el equipo de protección puesto todo el día te deja agotada por lo que sudas, por el calor... Ni nos distinguíamos entre nosotros. Así que a la bata le escribíamos el nombre y el cargo para que la gente supiera con quién estaba hablando. Algunos ponían hasta dibujos para humanizar la atención.

En la Feria hubo momentos muy duros. Los pacientes estaban solos y nosotros no podemos sustituir a la familia; mucha gente era mayor y estaba desorientada en ese espacio nuevo. Y verles morir solos es muy duro. Entiendo que en estas circunstancias no se podía hacer otra cosa, por eso las altas y el reencuentro con la familia era lo más emotivo que vivíamos.

Desde la primera ola viví el contagio de compañeros en el trabajo y mi gran miedo era contagiar a la familia. Entre bromas decíamos que el virus estaba en el control de enfermería del hospital, así que no nos atrevíamos a comer ni a beber y estábamos siempre con la mascarilla puesta.

He sentido mucho el respaldo de mis vecinos; en mi comunidad casi cada día se hacía un homenaje con una temática y a mí eso me venía muy bien porque llegaba del hospital y desconectaba. Entre los vecinos se ofrecían a hacerme la compra, a cuidar de los niños... fue un apoyo emocional muy grande que no olvidaré. Mientras que a una compañera mía le hicieron pintadas en el coche, a los sanitarios de mi edificio nos pusieron una nota de agradecimiento en el ascensor. Este año ha tenido momentos realmente muy emotivos".

Luis Miguel Prieto Gañán y Paula García González, especialistas en Medicina Interna de Mieres, recién acabada la residencia

"Este año ha sido tan inesperado, tan raro y lleno de incertidumbres que cada día parecía que duraba 48 o 72 horas. Nunca sabias lo que iba a pasar a la siguiente hora; era todo novedad y eso si ya es duro para un veterano aún lo es más para los que, como quien dice, recién hemos acabado la especialidad; pero creo que en muchas cosas lo hemos vivido igual los que acabamos la residencia que los que llevan 20 años en activo", explican Paula García y Luis Miguel Prieto Gañan. Para Paula García es "gracias a los compañeros que todo se hizo algo más fácil. Pero lo cierto es que salías del hospital, llegabas a casa, y no había otra cosa de que hablar que no fuera del covid y la preocupación constante de ¿estaré infectado?, ¿estarán bien mis padres? Lo que ha ocurrido este año nunca lo vamos a olvidar".

Ambos creen que la pandemia ha visibilizado más las especialidades médicas: "Sientes que puedes ayudar en algo y esa sensación te gratifica, se ha visto que la medicina interna existe y que hacemos una labor importante, porque antes casi nadie se acordaba de que estábamos aquí", sostiene Paula García. Su compañero lo ilustra: "Nosotros siempre hemos llevado el peso de la asistencia hospitalaria y en la pandemia se nos ha dado a conocer. Era muy gratificante cuando los pacientes se iban y las familias nos daban las gracias". Prieto también es de los que vivió con angustia la segunda ola de la pandemia en Asturias porque "fuera de los hospitales la gente no era consciente porque había perdido el miedo al virus, y también pesaban tantas restricciones y cambios".

A Luis Miguel Prieto son las historias de cada paciente las que no se van a olvidar fácil: "el hecho de que las familias no pudiesen estar con los enfermos, que no pudieran despedirles o acompañarles es lo que más va a costar borrar de la mente, si es que se puede". Y para eso, ahí también estaban y estarán ellos.